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El debate sobre los debates

El final de la Transición a la democracia o, al menos, de su primera y decisiva etapa, se suele datar por los especialistas en octubre de 1982, cuando Felipe González gana las elecciones y los socialistas, perdedores de la Guerra Civil y perseguidos por el régimen franquista, alcanzan el poder. Años antes, junto con los comunistas de Santiago Carrillo, habían aceptado la monarquía, la bandera y la unidad indisoluble de España, además de la Ley de Amnistía, la no reintegración en unas Fuerzas Armadas herederas del franquismo de los militares profesionales republicanos, y muchas otras condiciones que hicieron posible el consenso y la Constitución. Unas condiciones sensatas y realistas, que reconocían que el pasado es inmutable y no puede ser cambiado, y que, por consiguiente, era ineludible asumirlo. Es decir, todo lo que ahora la izquierda sectaria y los medios que la apoyan ponen en cuestión y quieren revisar. Felipe González había liderado también la refundación del PSOE y su conversión en un partido socialdemócrata mediante el abandono del marxismo, que la alemana Fundación Ebert había exigido para seguir financiándolo generosamente.

Pero la presidencia de Felipe González inaugura una nueva etapa de la democracia española también en otro sentido. Porque, a diferencia de sus antecesores, Adolfo Suárez y Leopoldo Calvo-Sotelo, el líder socialista puso en práctica el perverso principio de que conquistar el Gobierno implica apoderarse de todas las instituciones del Estado, incluyendo el Poder Judicial y el Tribunal Constitucional. Un principio lesivo para la democracia que han aplicado todos los sucesores de Felipe González, y que Pedro Sánchez ha llevado al paroxismo después de aplastar dentro del PSOE a su corriente socialdemócrata, que había apostado por Susana Díaz. De nuevo Largo Caballero vencía a Indalecio Prieto y Julián Besteiro. Pedro Sánchez se diferencia de sus antecesores, incluso de Rodríguez Zapatero, el más parecido y cercano, en su aventurerismo político, su falta de escrúpulos, su vuelta al marxismo (presente hasta en su lenguaje) y, sobre todo, en su no aceptación de las condiciones a las que antes nos referíamos y que hicieron posible la Transición. Hasta el punto de que parece indudable que su presidencia y la perspectiva de su triunfo electoral es uno de los factores que han incentivado el auge de Vox y del aznarismo dentro del Partido Popular.

El descaro de uno de sus peones de confianza en la manipulación de las encuestas electorales, y la conversión del CIS en una agencia socialista financiada con dinero público, ya nos habían mostrado hasta donde era capaz de llegar el personaje, Sin embargo, hemos de reconocer que en el asunto de los debates televisivos y sus cambios de fecha por la televisión pública según su conveniencia se ha superado a si mismo. Después de las purgas ideológicas masivas perpetradas en RTVE, ya sabíamos que Rosa María Mateo cumplía en el Ente público el mismo papel que Tezanos en el CIS, pero no pensamos que se atreviera a tanto y de forma tan ostensible y patente. El debate sobre los debates ha aclarado mucho las cosas.

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