tribuna

Los otros

Se llamó Sebastián I. De Portugal por padre y Austria por madre. La infanta Juana lo convirtió en nieto de Carlos I. De ahí el conflicto de sucesión con España, una de las afrentas más pavorosas a ese país: la anexión del reino por Felipe II. Por eso los lusitanos cerraron las fronteras con el vecino durante siglos; por eso su condición insular. Fue nombrado rey cuando tenía tres años (1557) y pudo lidiar con la corte hasta 1578, cuando contaba con veinticuatro. La crónica oficial dice que era un ser muy especial para la época en la que vivió. La realidad revela que fue un consumado homosexual. Algún relato secreto cuenta las suntuosas fiestas que para el caso se deparaba. Despreciaba el trato con mujeres; esa condición lo sumía en el más trágico de los quebrantos. Mas, como ocurre en estos casos, contaba con abuela (Catalina). Ella habría de convencer a su nieto de un asunto capital: hijos que aseguraran la continuidad de la corona; casarse, yacer con princesa y procrear. Don Sebastián lo excusó con la mayoría de edad durante algunos años. Pero llegado a su punto no pudo huir más. Así que ideó una empresa digna de un gran monarca: liberar Jerusalén; es decir, un modo muy sutil de suicidio. La cuestión no era fingir con hembra elegida la fidelidad al reino; el asunto fue no estar dispuesto a traicionar su condición sexual. Reunió un ejército de 20.000 soldados y partió de Belem el 24 de junio de 1578. Solo llegaron a Alcazarquivir. Los árabes le infligieron una derrota aplastante. Pocos sobrevivieron; jamás se encontró el cuerpo del rey joven.

La premura de Portugal desde entonces no es asentar en su estima a su rey homosexual, sino que lo verán regresar a pie por la playa del Tejo frente a la plaza del Comercio para salvarlos de sus quebrantos. Se llama Smmm Halil. Es un chico que vive en Bandar Seri Begawan. Cuenta con un problema, porque el sultán de Brunei, el multimillonario y seductor Muda Hassanal Bolkiah, acaba de publicar (por la sharia) un decreto ley terminante: pena de muerte para las adúlteras y los gays. Él lo es. En razón, se dirá, un país tal ha de ser intervenido. No solo es un atentado pavoroso contra la capacidad de elección, sino un delito capital contra la humanidad. ¿Qué acontece, que las mujeres reclamen un derecho igual a los activos machos y los otros sufragio impar para su ser o, en atención a la infausta imposibilidad, dirigir sus vidas hacia el suicidio?
Para vergüenza de lo que somos, eso queda.

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