en la frontera

Partidos políticos y bien general

Los partidos, como cualquier organización, tienen el compromiso, por el hecho de constituirse, de luchar por la consecución de sus fines. Esta aspiración es bidireccional, porque la sustenta en primer lugar quien participa del trabajo, y después los destinatarios naturales de la actividad que se realiza. Así, ante el posible éxito de la iniciativa, habrá que considerar que los primeros beneficiarios sean los propios autores de la actividad, que supieron concretar una idea, un proyecto, una estrategia que se traducen en un resultado que pusieron al servicio de la sociedad, que también se reconoce mejorada por ese producto, por ese servicio.

De este esquema -que no pretende obviar la complejidad de los procesos- pueden extraerse las consecuencias que se derivan cuando la finalidad de la actividad no reside en el servicio o en los bienes que se ofrecen, sino que se instala en el bien de la propia organización. Cuando tal cosa sucede en el ámbito de las organizaciones políticas los resultados son manifiestos y casi, casi, pueden deducirse. La organización se convierte en fin: se burocratiza, los llamados aparatos cobran protagonismo absoluto. No se abre; se cierra, pierde los vínculos con la realidad social. Y, en última instancia, cuando no hay un proyecto que ofrecer más que la propia permanencia que se considera un bien por sí, el centro de interés estará en el control-dominio, que será la mejor garantía de subsistencia. La autoridad moral se derrumba, la iniciativa se pierde, el proyecto se vacía, y la organización se vuelve autista, sin capacidad para detectar los intereses de la gente, sin sensibilidad para captar las nuevas necesidades sociales. En cambio, una organización que mira eficazmente a los bienes que la sociedad demanda y que permitirá hacerla mejor es capaz de aglutinar las voluntades y de concitar las energías de la sociedad. Atiende a los ámbitos de convivencia y de cooperación, se convierte en centro de las aspiraciones de una mayoría social y en perseguidora del bien de todos. Esto es ocupar el centro social, o más bien estar centrada en el interés social, no simplemente en el interés de una mayoría social.

Por otra parte, para intentar definir el espacio del centro, tarea nada sencilla, para comprender lo que significan las políticas centristas, el espacio de centro, es conveniente comenzar por realizar algunas aclaraciones terminológicas. En efecto, es menester replantear la acepción de centro político que contienen los diccionarios, como posición política intermedia entre la derecha y la izquierda. Como es sabido, la palabra “centro” proviene del término griego que significa kentrón, que al latinizarlo -centrum- sugiere la palabra aguijón, y que se refiere a la punta de compás en la que se apoya el trazado de la circunferencia y así, en sentido geométrico, se refiere al punto en el interior del círculo del que equidistan todos los de la circunferencia; y en la esfera: punto interior del que equidistan todos los de la superficie.

Aunque esta exposición terminológica tiene un evidente tinte gráfico, representa correctamente tanto la pluralidad social como la complejidad de la realidad y la riqueza de la diversidad de las personas. La imagen de la esfera es mejor que la de la bipolarización de un segmento que dibuja la reducción del espectro político a izquierdas y derechas. Por eso, tomar el centro como equidistancia de los extremos es justamente aceptar la bipartición de la realidad, la bipolarización del pensamiento y, consecuentemente, el empobrecimiento vital de las personas y del conjunto de la sociedad.

Probablemente, el esquema bipolarizador que representa la hegemonía de la tecnoestructura explique el intento deliberado de perpetuar este planteamiento ideológico por temor a la emergencia del dinamismo vital de las personas libres que me parece expresa la idea del centro político, tal y como la entiendo.

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