tribuna

Debate europeo

Vi en la Sexta el debate entre los candidatos a las elecciones europeas. Estaban Josep Borrell, Dolors Monserrat, por el PSOE y el PP, Luis Garicano, de Ciudadanos, y María Eugenia Rodríguez Palop y Jorge Buxadé, por Podemos y Vox, respectivamente. Más técnicos Borrell y Garicano, más triunfalista Monserrat, y más esperpénticos, obedeciendo al relato de sus formaciones políticas, Palop y Buxadé. En realidad, el esperpento es la exageración de la realidad, por lo que la auténtica cara de los problemas que afectan a Europa estaba representada aquí en la radicalidad de sus extremos. Se habló de economía, de fiscalidad armonizada, de soberanía compartida, y, como no, de inmigración y de cambio climático. Este último aspecto es la clave en toda campaña que se precie. No se sabe si la población está muy sensibilizada en este asunto o se aprovechan los programas políticos para tratar de sensibilizarla. Lo que hace unos años empezó por ser una corriente minoritaria parece ser el banderín de enganche de todos los partidos. A pesar de que se esforzaron en presentar sus caras más moderadas -parece que existe una huida calculada de la crispación de las generales-, en el tema migratorio fue donde se presentaron con mayor crudeza las posiciones extremas, protagonizadas por Vox y Podemos. Unos pretenden limitar lo más posible la entrada de inmigrantes y los otros, con su política buenista de eliminación de vallas y fronteras, más bien parecen proponer una solución de puertas abiertas. En el fragor del debate, cuando la señora Palop hablaba de devoluciones en caliente, fue interpelada por Buxadé y respondió diciendo: “si un alumno me interrumpe lo echo de la clase”. Entonces me he parado a pensar en la contradicción que supone echar a los que nos interrumpen y dar carta blanca a la entrada de todo el que venga de fuera, aunque no esté matriculado. Ese punto de intransigencia excluyente es lo que marcó la diferencia entre los llamados europeístas convictos y confesos (PSOE, PP y Ciudadanos) y aquellos que ocultan bombas en la recámara para torpedear a la Unión en cuanto se les ponga a tiro. El debate vino a evidenciar que estos compañeros de viaje resultan lo suficientemente incómodos y son utilizados por los pertenecientes a los dos grandes bloques ideológicos como rémoras y reproche en sus futuros acuerdos para formar gobiernos. Si esto es así, por qué no se arreglan entre ellos y aíslan a los apéndices molestos. Yo creo que esto tiene que ver con el otro importante componente de la discusión europea: el medio ambiente. Todos hablan de reciclar, a la vez que culpan al factor humano de ser el responsable de esta catástrofe que, para unos se llegará a su culmen dentro de quinientos años, mientras que para otros ya la tenemos aquí. Hace unos días recordaba un discurso de Franco de los años cincuenta, cuando decía: “Españoles, después de tres años de guerra, cinco de posguerra y quince de pertinaz sequía”, y parecía que estaba denunciando una adversidad climatológica que se barruntaba desde los albores de la historia. Lo cierto es que se insiste en el reciclaje y me parece una medida de profilaxis muy recomendable para la salud de las sociedades modernas. Lo malo es que no se aplica a la regeneración de la vida política. Los partidos deberían reciclarse para adaptarse a los nuevos tiempos, donde algunas ideologías han quedado obsoletas. En el debate se podía observar como las ofertas se dividían en dos grandes bloques: el de la sensatez y el del esperpento. Lo que se echaba de menos era, aunque se esforzaran para ello, que desaparecieran las diferencias y todos marcharan al unísono para la consolidación de una Europa fuerte y unificada, ahora, que es cuando más lo necesita. Para los pactos del futuro gobierno debería ser igual, pero me temo que no va a poder ser.

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