tribuna

Globalidad e identidad

Mercado global no significa cosmopolitismo anímico, como muchos creyeron y creen

En esta época de tanto antinacionalismo, conviene consultar posiciones como la de un filósofo tan aclamado como el estadounidense Michael J. Sandel, quien sostiene que la globalización neoliberal ha hecho que la gente sienta que no pertenece a ninguna comunidad concreta más allá de la comunidad global. “Y esto ha generado un deseo de reafirmar la identidad nacional y otras identidades más específicas. No podemos vivir sin identidades, únicamente en abstracto”.

Mercado global no significa cosmopolitismo anímico, como muchos creyeron y creen. La gente busca sus raíces y edifica con ellas sus identidades, que no tienen que ser hostiles ante otras identidades, aunque algunas tendencias transiten por esos maximalismos supremacistas. Como es el caso del secesionismo catalán en su versión menos civilizada.

Guardo una lejana entrevista del hispanista británico John H. Elliott, el gran biógrafo del Conde Duque de Olivares, donde Elliott ya alertaba del peligro del liberalismo capitalista en fase de expansión global y agradecía el auge de los nacionalismos “para evitar esta aburrida homogeneidad”. Y decía algo todavía más preciso: “Los nacionalismos son producto del centralismo burocrático y administrativo de los últimos decenios [la entrevista por la que cito es de 1992]. Me parece muy sano, hasta cierto punto, este resurgir, muy positivo, porque aporta creatividad frente a homogeneidad. Lo importante para todos es encontrar un nuevo equilibrio entre las capitales periféricas y las nacionales”.

Michael J. Sandel enseña en la Universidad de Harvard, Elliott ha sido profesor en Oxford, y sus currículos son impecables, nada parecido a dos ciudadanos sectarios que vayan por el mundo despreciando a sus prójimos. Por eso son tan relevantes sus miradas sobre los nuevos nacionalismos y la desdramatización que conllevan sus teorías al respecto.

En general, tanto Sandel como Elliott coinciden en entender el nacionalismo como un sentimiento de pertenencia a una comunidad cuya población se identifica con un conjunto de tradiciones, símbolos y creencias, y manifiestan la voluntad de decidir sobre su destino político común y de defender ese territorio, esa sociedad y esa cultura.

Estos nacionalismos son el único dique a la globalización cultural de la que nos habla Sandel, a la homogeneización de las macrocorporaciones mediáticas. El único freno a la destrucción de las culturas particulares en beneficio de culturas hegemónicas externas no siempre bienintencionadas. Cada pueblo tiene derecho a elegir un conjunto de valores sobre los cuales organizar su vida. Igual que el nacionalismo defendió la diversidad cultural en la era romántica (J. G. Herder alertó a los alemanes de su afrancesamiento bovino), hoy el nacionalismo se opone a la uniformización planetaria mediante la articulación de un discurso basado en la trascendencia de las culturas individuales y los derechos de los pueblos a decidir su destino político, económico, social y cultural.

Silenciar por tanto a los nacionalismos, con Estado o sin Estado, es dar vía libre e irresponsable a poderes que van más allá de lo estrictamente cultural para confundirnos en un mercado cuyos intereses se deslocalizan con tanta inteligencia como picardía. Esa globalización neoliberal de la que habla Sandel con mucha precaución. Esa globalización neoliberal que no crea ciudadanos, sino clientes cautivos de sus productos “abstractos”, como subraya el mismo Sandel: “Las tecnologías acaban sometidas a la lógica de la compraventa y la publicidad”.

La universalidad

Una cosa es la universalidad, la suma de las particularidades, y otra muy distinta es el cosmopolitismo de salón, el desprecio de todo aquello que no adorne en el momento adecuado, la moda y sus postureos trasladada al ámbito de la cultura.

No niego la existencia de nacionalismos xenófobos y racistas, conocemos sus facturas, están registradas en la historia, pero no dejo de reconocer y aceptar la existencia de nacionalismos integradores y abiertos al mundo en un diálogo enriquecedor con otras maneras de ver las cosas. Es a este último tipo de nacionalismos a los que se refiere un pensador de tanta repercusión como Michael J. Sandel, un sabio de las aulas de Harvard y de los canales de YouTube, un socrático de este convulso siglo XXI tan dado a anatematizar por anatematizar ideologías como la nacionalista, con sus objetivos y sus metas no siempre coincidentes, con estrategias que van del conservadurismo a los mecanismos marxistas, de los modelos socialdemócratas a los liberales.

Es peligroso convertir el mundo en un macromercado donde solo se expendan mercancías que enriquezcan a los de siempre. Por mucho que se empeñen las multinacionales del dinero, el mundo seguirá siendo ancho y ajeno, como con tanto acierto intituló el peruano Ciro Alegría su gran novela. No debe sorprendernos que las ambiciosas campañas contra los nacionalismos provengan de estas multinacionales y de sus ramificaciones mediáticas tan ávidas de convertirnos a todos en una cartera de clientes que operan al dictado de no tan opacos intereses.

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