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Sólo faltaban Gaby, Fofó, Miliki y la gallina Turuleta

Se constituyó el Congreso de los Diputados. Unos prometían, otros juraban, unos lo hacían por la Constitución, otros por los presos políticos, otros por la futura República Catalana. Eché de menos a Gaby, a Fofó, a Miliki e incluso a la gallina Turuleta. Para colmo del surrealismo, la sesión constituyente estuvo presidida por el Marqués de Bradomín, porque el señor mayor que lo hacía era idéntico a Valle-Inclán. Qué bueno, Valle presidiendo el Congreso; al menos alguien inteligente y culto sentado en aquella mesa. Mientras todo eso ocurría, o mejor, el día anterior, el juez Santiago Pedraz, de la Audiencia Nacional, mandó a detener a cuatro personas en el despacho de Raúl Morodo, embajador de España, socialista, exjefe de nuestra legación en Venezuela con Zapatero. ¿Por qué? Por presunto blanqueo. Como Morodo tiene 84 años, Pedraz, con excelente criterio, lo dejó en casa. Ya lo llamará. Igualito que en el caso Las Teresitas, que con la misma edad encarcelaron a Plasencia y a Ignacio González, sin tener en cuenta esos años. Hay una justicia en Tenerife y otra en Madrid. Y que viva La Pepa. Ahora me dirán que no se puede comparar unas previas con una condena en firme. No, ni la humanidad de los jueces y fiscales tampoco. Pero en un país en cuyo Congreso un preso puede tomar posesión de un escaño y le dice al presidente del Gobierno: “Tenemos que hablar” puede pasar cualquier cosa. La gallina Turuleta hubiera puesto un huevo en la mesa del hemiciclo, o dos, o tres, dedicados a la independencia de Cataluña. Romeva fue a mear y le dio un besito a su mujer por el camino. Era un circo, con carpa y todo, dirigido por el señor Marqués de Bradomín. Fue maravilloso, digno de una democracia consolidada.

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