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Un rastrillo portuense

El primer sábado de cada mes se celebra un rastrillo en la iglesia anglicana del Taoro, en el Puerto de la Cruz. Por primera vez he acudido este último sábado y me he llevado una sorpresa: se pueden adquirir libros míos, ya agotados, que habían desaparecido de las librerías. ¿La procedencia? La ignoro, quizá la liquidación de estos puestos de ventas. La segunda sorpresa fue que se encuentran verdaderas antigüedades, yo no diría que valiosas, pero sí curiosas: juguetes viejos, cajas de caudales del siglo XVIII y alguna imagen religiosa interesante. Los visitantes se reúnen en torno a la ropa de segunda mano y pude ver, en los puestos, desde una enorme moneda de Franco, en plata, hasta un proyectil de la guerra de las Malvinas, dedicado a un propio. Compré un espejo, publicidad de la marca Codorniú, con una inscripción y el escudo de la reina Cristina, nombrando a la marca proveedor real; también me llevé una caja fuerte de hierro, cuya cerradura funciona, y que estoy pintando a pistola; y una taza de cerveza de pub británico, edición limitada. Total: 70 euros. Me encantan los rastrillos porque cada objeto que se vende en ellos tiene una historia detrás. Fui sólo en visita de prospección, volveré el próximo primer sábado de junio, más despacio y con mejor conocimiento del terreno. A las doce del mediodía, aquello estaba lleno de gente. Te cobran un euro por la entrada, a beneficio de la propia iglesia, y el rastro se mete incluso en la casa parroquial, bellísima, que está detrás del templo. La iglesia es muy bonita y está impecablemente cuidada. La colonia británica tiene mucho que ver en su conservación. No encontré los relatos de viaje de Olivia Stone en inglés, aunque los busqué. A mí me los mamó un profesor recientemente fallecido, que siempre lo negó. Me quedé sin ellos.

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