tribuna

Humboldt y Darwin

En la primavera de 2009 adquirí en Madrid un libro del profesor Tim M. Berra, de la universidad estatal de Ohio (USA), acerca de Charles Darwin, titulado La historia de un hombre extraordinario, editado por Meta Breves. Fue uno de los libros necesarios para comprender el mundo, de la serie que dirigió el recordado profesor, escritor, maestro de aforismos y biólogo Jorge Wagensberg. Tim M. Berra es también biólogo y autor de otro libro muy especial, La evolución y el mito del creacionismo, publicado hace una treintena de años.

No se limitó a mostrar a Darwin como uno de los hombres más importantes que han vivido nunca, sino también como el hombre bueno y noble que tuvo una maravillosa vida familiar, al contrario que su admirado Alexander von Humboldt, en Berlín. Berra es tan creyente en la Teoría de la Evolución que intuyó Darwin, que la apunta como la mejor explicación que puede ofrecer la ciencia para entender la biodiversidad del mundo natural e insiste en que fue una de las ideas más importantes que nadie haya tenido. En el verano de 2018, año del Patrimonio Cultural Europeo, me acerqué a la Biblioteca Nacional (BNE) en Madrid, para conocer la exposición Cosmos, comisariada por José M. Sánchez Ron, laureado profesor e historiador español.

Fue una recomendación que me hizo el amigo y pintor gran canario Pepe Dámaso, después de haber diseñado y donado una serie de litografías sobre Las Cuatro Estaciones de Humboldt, que presentó en el Ayuntamiento de La Orotava al comienzo del programa La Orotava no olvida a Humboldt, por los 220 años de su paso por la Villa en junio de 1799, camino del Teide después de haber visitado el Drago de Franchy.

De la exposición me llamó la atención la armonía y el orden a la hora de visionar el contenido del Universo. Cosmos trataba de presentar la naturaleza a través de cuatro grandes apartados: Universo, Tierra, Vida, y Ciencia y Tecnología. Primero la Geo y luego la Bio, la flora y la fauna. Resaltaba cómo el hombre a través de grandes expediciones conoció el planeta y cómo la Tierra fue estudiada por Alejandro de Humboldt a través de imágenes volcánicas, particularmente del Teide canario y del Chimborazo ecuatoriano, de las cartas de navegación, de láminas botánicas hispano-colombianas como las de Mutis, de animales y de Darwin.

Meses después de la visita a Cosmos, el amigo e ingeniero civil Joaquín Soriano me regaló el libro El sueño de Humboldt y Sagan, de Sánchez Ron. Su lectura, una verdadera historia humana de la ciencia, me llevó de nuevo a Darwin y a su interés por el legado de Humboldt, tanto geológico como humanista, así como a su famoso viaje con el Beagle durante cinco años (1831-36), aunque no atracó en Santa Cruz de Tenerife por razones sanitarias, por lo cual no pudo conocer el Drago, el Teide ni sus pinzones.

Sin embargo, descubrí que Alejandro de Humboldt conoció a Charles Darwin en Londres, el 29 de enero de 1842, con ocasión de un viaje del rey de Prusia a Inglaterra. El mismo día que nací en La Orotava, pero 100 años antes.

De la lectura del libro evoqué temas tecnológicos de la Villa orotavense, como las aguas que movían la serrería hidráulica y los Molinos de Gofio que tanto entusiasmaron a Agustín de Betancourt y a Humboldt, al igual que la planta hidroeléctrica de la Sociedad Eléctrica Orotava en Hacienda Perdida (1894), que conoció el geógrafo prusiano Hans Meyer, después de subir al Kilimanjaro y al Teide, antes de seguir su periplo por volcanes andinos como el Chimborazo, tras las huellas de Humboldt.

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