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Racismo en EE.UU.: “Al que no le guste, que se vaya”; otra muestra de las políticas de odio de Trump

La sugerencia del presidente a cuatro congresistas demócratas de color de que deberían “regresar a los lugares de los que vinieron”, a pesar de ser todas ellas estadounidenses, se convierte en el nuevo y lamentable grito de guerra favorito de sus seguidores

 

La sugerencia racista de que cuatro congresistas de color deberían “regresar” a los “lugares totalmente destruidos e infestados por el crimen de los que vinieron” se convirtió en el nuevo grito de guerra favorito de los seguidores de Trump en tan solo tres días.

El presidente apuntó a cuatro demócratas, las representantes Alexandria Ocasio-Cortez (Nueva York), Ilhan Omar (Minnesota), Ayanna Pressley (Massachussets) y Rashida Tlaib (Michigan), en un trío de tuits ofensivos que hay quienes defienden como patrióticos.

Nada importa que tres de las cuatro mujeres hayan nacido en los Estados Unidos y la cuarta, Omar, sea refugiada somalí nacionalizada estadounidense desde los 17 años.
Primero hubo un silencio temprano y encogimientos de hombros, una reacción a la que tristemente nos estamos acostumbrando, especialmente desde el interior de la Casa Blanca y miembros del Partido Republicano. Más tarde llegó el momento de actuar y se hizo en parte como aclaración y en parte como doble golpe, ahondando en la afirmación de Trump y sus aliados de que simplemente estaba diciendo que si estas mujeres eran tan infelices viviendo en Estados Unidos, nadie las obligaba a hacerlo.

“Si no estás contento aquí, entonces puedes irte”, dijo Trump, durante un acto en el Jardín Sur de la Casa Blanca. “En lo que a mí respecta, si odias nuestro país, si no estás contento aquí, puedes irte”. El presidente no entiende que estas mujeres no odian Estados Unidos, al contrario, odian lo que Trump está haciendo con el país. La denuncia de las congresistas a las que el presidente llama poco patriotas no es hacia la nación, sino directamente hacia él y sus políticas de odio. Están en su derecho de hacerlo, es más, el mismo Trump ha sido muy crítico con Gobiernos anteriores, por lo que, según su retórica, debió marcharse él en su momento.

Más tarde llegó el cálculo político, en el que el presidente, su campaña y el Comité Nacional Republicano rebajaron con entusiasmo a las cuatro congresistas pertenecientes a minorías, que se llaman a sí mismas el Escuadrón, como las supuestamente antiestadounidenses. Fue un intento de transformar la enemistad en una cruzada de patriotismo y lanzar a Trump, comandante en jefe, como el cruzado rojo, blanco y azul, defensor de la democracia norteamericana.

Cuando ya todo parecía no poder empeorar, llegó el mitin previamente planeado en Greenville, Carolina del Norte, en una calurosa noche de julio, donde la multitud de acólitos del presidente cambió su grito de guerra con referencia a Hillary Clinton, Lock her up (enciérrenla), por el de Send her back (devuélvanla) en conexión con la congresista Omar.

El presidente hizo una pausa, como para dejar que el momento se desplegara, para avivar otra ráfaga de oxígeno sobre el fuego del ánima racial que devoraba su base. Soltó el atril y giró su cuerpo hacia la izquierda. Lo agarró de nuevo con ambas manos y miró hacia delante antes de girar hacia la derecha. Todo muy teatral.

Durante 13 segundos la multitud gritó que Omar, una congresista estadounidense, ciudadana estadounidense, debería ser enviada de regreso al país del cual huyó. ¡Envíenla de vuelta! “¡Envíenla de vuelta!”. Sin que nadie hiciera nada por callarlos. Trump usó parte de su mitin, originalmente programado como contraataque para lo que se esperaba que fuera un día de testimonio ante el Congreso del abogado especial Robert S. Mueller III, para perseguir a cada miembro del Escuadrón.

Sus partidarios abuchearon ante la mera mención de las “cuatro congresistas”, y el presidente pronunció cada uno de sus nombres con un gesto deliberado y cada enunciación de sonido extranjero fue otra oportunidad para sus partidarios de aullar su desaprobación, según publicó The Washington Post. La gran mayoría de los asistentes blancos abuchearon a Omar, a Tlaib, a Ocasio-Cortez y a Pressley. Trump hizo burla de Ocasio-Cortez, la mujer conocida como AOC, al elegir un solo apellido: “No tengo tiempo para ir con tres nombres diferentes”, dijo. “La llamaremos Cortez”.

Muchos en la órbita de Trump y el Partido Republicano se preguntaron si la multitud se estaba pasando de la raya y el mitin se les estaba yendo de las manos, pero en general no están dispuestos a condenar al propio presidente.

En el pasado, pedir que un opositor político fuera encarcelado o exiliado hubiera sido extraordinario. Pero bajo Trump el avance hacia un Gobierno totalitario, tristemente, no parece descabellado.

Por otra parte, la polémica historia de Trump sobre el tema de la raza es larga y está bien documentada, incluso desde su época como político. Trump alimentó su ascenso político en parte gracias a la mentira de que el presidente Obama no nació en el país. Durante la campaña de 2016, lanzó una prohibición musulmana y dijo que el juez de distrito Gonzalo P. Curiel, nacido en Indiana, no podía pronunciarse sobre un caso relacionado con la Universidad de Trump debido a su “herencia mexicana”. Una vez en el cargo, Trump se negó a condenar a los supremacistas blancos después de un mitin en Charlottesville que dejó a una mujer muerta, diciendo que “ambos bandos” habían sido culpables.

El discurso de Trump durante su mitin en Carolina del Norte fue premeditado. Los ataques de Trump a los cuatro miembros de la minoría fueron leídos del teleprompter y no un momento espontáneo. Después de los cantos de “¡envíenla de vuelta!”, el presidente parecía impenitente. Continuó atacando a Omar y, aproximadamente 15 minutos después, volvió a centrar su atención en las cuatro mujeres a las que llamó “extremistas llenas de odio”.  “Nunca tienen nada bueno que decir, por eso digo: oye, si no les gusta, que se vayan, que se vayan”. Trump continuó:  “Díganles que se vayan”.

Cuando los reporteros de la Oficina Oval le preguntaron por qué no se movió para detener el canto, el presidente afirmó falsamente que lo había hecho. “Creo que lo hice”, dijo. “No me gustó”, dijo el presidente, con el mayor cinismo. “No estoy de acuerdo con eso”.

Lo cierto es que cada vez es más acusado el regreso del racismo a la sociedad americana, y las minorías ven con preocupación el hecho de que las palabras del presidente Trump estén dando carta blanca a los abusos. Es común escuchar lo de “regresa a tu país”, lo triste es que el país del que hablan normalmente es el mismo del que acusan, y se trata de una cuestión de color de piel, cultural o una diferencia de opinión, más que una cuestión de nacionalidad. La actitud de Trump no es la postura de un líder, y, desde luego, deja vacía la presunción del propio presidente de ser “el gran negociador” cuando su único argumento es “al que no le guste, que se vaya”.

Aun así, tiene todas las cartas en la mano para ganar la reelección, aunque su rival Kamala Harris, demócrata por California ya advirtió de que si alguien tiene que volverse por donde vino es Trump, y por lo que hemos visto de la senadora, ella está dispuesta a regresarlo aunque tenga que llevarlo hasta el mismo infierno.

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