tribuna

Con un espray en la mano

Cuando Adolfo Suárez arrostró la travesía del desierto al frente del Centro Democrático y Social (CDS), con las ruinas de UCD, en los interminables años 80 de la gran conmoción política del país que dejaba de ser el país que había sido para entrar en Europa y abrazar los vientos del mundo que se le abría de par en par, tras la dictadura y el aislamiento, comentó humildemente, asediado por las deudas de sus contiendas políticas: “Si no alcanzamos financiación suficiente, haremos campaña con un espray en la mano”. Esta es la tesitura de más de uno ante el 10-N, las cuartas elecciones generales en cuatro años, con las arcas vacías y los números rojos, sin fuerzas ni finanzas. Y es, a su vez, paralelo este momento a aquel, al menos para dos partidos que se han quedado sin combustible: Ciudadanos (Cs) y Coalición Canaria (CC), dos socios preferentes que han acabado a la greña y con las urnas atragantadas. En mala hora llaman a votar, maldicen.

Desde octubre del 82, cuando Felipe González inventó el primer cambio en democracia con la mítica mayoría absoluta que borró a Suárez de un plumazo (sacó dos escaños con el CDS), todos los grandes partidos han pretendido repetir aquella gesta. Estos días, González se mostraba reticente sobre unas nuevas elecciones, que, siendo aquello por lo que tanto se luchó en la dictadura, se ha llegado a decir que “las carga el diablo” (Pablo Casado, PP). Una campaña de mensajes se viralizó en los móviles desde el miércoles: “¡No en mi buzón!” Existen síntomas de hartazgo ante el abuso de proselitismo invasivo con propaganda electoral, lo que, unido a las deudas de los partidos, concede toda la vigencia al espray de Suárez. En Canarias se popularizó el recurso de la mortadela por parte de Coalición Canaria durante decenios de hechizo en multitudinarias verbenas lúdico-electoralistas con la tercera edad condimentadas con viandas para la ocasión. Votos y meriendolas. Mítines y ansinas. Un eficiente y proteico método de Imserso exprés que ya por último derivaba directamente en comilonas de ancianos regimentales a diario en naves de alquiler. En campaña operaban la comida de coco del buzón y las comidas de CC, que fueron perfeccionando con el tiempo todo un género de gerontología política muy rentable a la hora del escrutinio.

La nueva cita con las urnas coge a los partidos con deudas y estos pelos, sin margen de maniobra. Vuelve Suárez con el espray. Como quiera que esta campaña durará ocho días, acaso sobren buzones y vallas. Pero los que basaban su éxito en el buen yantar lo tienen peor si no tienen quien les fíe. La ingrata falta de memoria agrava estos trances, pues una vez en la oposición, no solo no hay comilonas, sino que tampoco hay conmilitones para peinar los buzones, ni pronto habrá buzones si se ponen en huelga viral. Y las huestes y prebendados ya están de mudanza, saltando a las faldas del cuatripartito, todo muy gatopardiano, no hay sino que verlos.

Suarez se quedó con lo puesto cuando UCD se desmoronó; perdió la influencia y las redes clientelares desde que dejó de morar en La Moncloa. Su leal secretario de organización en UCD Jose Ramón Caso se embarcó con él en el CDS y le acompañó como un fiel escudero en la secretaría general de un partido que, como Cs, amagó, pero cuando pactó con la derecha ya no levantó cabeza. La otra noche, en TVE, Caso, envejecido pero reconocible, me trasladó al entorno del 82 del tsunami González y el inicio del fracaso de un partido de centro en España. Han pasado casi 40 años. La historia no solo se repite sino que se recuerda a sí misma, y tropieza en la misma piedra. El final de UCD y el naufragio del CDS son precedentes para CC y Ciudadanos, dos partidos que se declararon el amor tras el 26-M y ahora se tiran los trastos a la cabeza en un impúdico regaño de edades impropio de políticos adultos.

¿Qué tienen que aprender ambos partidos y dirigentes de lo acontecido en estas cuatro décadas en España y en Canarias? Que el sol del poder abriga y conforta y el frío de la oposición hiela hasta los huesos en vísperas electorales. CC estrena una situación desconocida y es razonable el vértigo que experimenta. A Cs solo le falta la D interpuesta para recordarnos literalmente al CDS de Suárez. España y la historia son tozudas.

Caso mencionaba los contados feudos en que el CDS logró picotear la manzana del poder, y citó a Canarias, donde en el 87, en pleno auge felipista en España, se hizo nada menos que con la presidencia en un pacto de centro-derecha-nacionalista que contenía, en ciernes, la semilla de la futura Coalición Canaria. Aquel Gobierno lo presidió el self made man Fernando Fernández Martín, con 44 años, un todoterreno, corredor de coches, campeón del mundo de radioaficionados, médico, viajero, sindicalista, político y palmero. Era un presidente icónico del CDS que procedía de la orilla socialdemócrata del Partido de Acción Democrática de Fernández Ordóñez, y de ahí que Suárez volara a las Islas y yo lo fuera conociendo por entregas, hasta el punto de compartir alguna maldad sobre la lealtad que Kissinger (Olarte) sería capaz de guardar a Fernández desde la vicepresidencia. Suárez apostaba que se llevarían bien y el destino le dio la razón a medias: cuando Fernández presentó la cuestión de confianza, Olarte ocupó la vacante como un bólido, cuando el corredor en realidad era el dimisionario. Pero entre la segunda y la décima legislatura canaria, entre aquellos años novatos y estos con Sánchez en Madrid, hay una distancia sideral, que diría Olarte. Todo es distinto en todas partes. Miterrand era el prócer socialista de Europa, y González su émulo. Hoy Sánchez carece de remedos en Europa y ha de ingeniarse un rumbo, como tampoco hay rumbo en el mundo.

La famosa travesía del desierto de Suárez la empiezan ahora partidos que se las prometían felices hasta antes de ayer. Y hacen las maletas para un viaje que es un oximoron: una vuelta atrás, o una despedida. Rivera sabe a qué se enfrenta, a qué tobogán. Hay errores definitivos. El centro ya era caro en tiempos de Suárez, de Roca y después de Rosa Díez… Y en Canarias hemos visto a Cs repudiar a los suyos. Las vimos, a las lideresas, mandando a los infiernos a sus cargos electos y haciendo genuflexiones ante CC. Vimos aquellas escenas y ahora asistimos a estos insultos de noveles y viejos, de riveras y oramas, taxidermizados con apariencia de intactos, antes de que los jarrones caigan al suelo electoral y se rompan, con el destino ya marcado en sus deslices y dislates.

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