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El lenguaje del silencio

En palabras de Robert Sarah, autor de La fuerza del silencio, “en esta vida lo verdaderamente importante ocurre en silencio. La sangre corre por nuestras venas sin hacer ruido, y solo en el silencio somos capaces de escuchar los latidos del corazón”

Sigiloso, inspirador y por muchos temido, el silencio encierra más verdades de las que podemos expresar con palabras. El concepto, estrictamente entendido como la ausencia de sonido o de comunicación, es tan cierto como incompleto ya que esconde tantos matices como interpretaciones.

Este vacío en el espacio y el tiempo que llamamos silencio ha servido de inspiración para filósofos, religiosos o poetas, pero tiene su máxima expresión en nuestro día a día. Su impacto en nuestro bienestar físico y emocional es tan importante como la calidad del aire que respiramos o de los alimentos que ingerimos.

Querer o poder
¿Cuánto hace que no tienes un instante de absoluto silencio? Quizás lo tengas, pero ¿con qué frecuencia? Nuestra actual “cultura del ruido” junto al empeño por estar permanentemente hipercomunicados nos obliga a adaptarnos al fragor de las ciudades y a la contaminación acústica. Un nocivo y constante “hilo musical” que invade nuestros sentidos para someternos a vivir en la cómoda incomodidad del bullicio, afectando gravemente a nuestra salud y bienestar psicológico.

Entre los múltiples efectos del ruido podemos encontrar un amplio abanico de alteraciones como estrés, irritabilidad, agresividad, cansancio, trastornos del sueño, etc. Sin embargo, la otra cara de la moneda, la ausencia de este sonido permanente también nos llega a incomodar, como si nos sintiéramos extraños o abrumados. Algo que evitamos encendiendo la televisión o la música de fondo, aunque no estemos prestando atención, simplemente para sentirnos acompañados al realizar cualquier otro tipo de tareas como estudiar, cocinar o trabajar.

Sorprendentemente, cuando nos alejamos de esta selva acústica, no sólo aliviamos el estrés y la ansiedad sino que también promovemos la regeneración neuronal. Así lo demuestra un estudio realizado en Alemania por el Centro de Investigación para las Terapias Regenerativas de Dresden, revelando que al menos unos minutos de silencio al día favorecen la creación de nuevas células en regiones del cerebro relacionadas con la memoria, el aprendizaje y las emociones.

Miedo al silencio
A pesar de todos estos beneficios, nuestro nivel de tolerancia al silencio es todavía un enigma en proceso de investigación para la ciencia, pero está claro que nos afecta, y mucho. El vacío acústico nos asusta, angustia o agobia con tanta facilidad que apenas percibimos lo mucho que nos aleja de la calma, la reflexión y del simple placer de la contemplación.

Esta especie de adicción al ruido nos conduce a evitar los incómodos silencios en una conversación, a tener la necesidad de llenar con palabras cualquier atisbo de sosiego oral, aunque no tengamos nada que decir. Algo que los expertos relacionan con el miedo a la soledad o al aislamiento, e incluso al uso y protagonismo de la tecnología en nuestra vida diaria.

Sin ir más lejos, la “nomofobia” o miedo irracional a estar sin el teléfono móvil, supone un auténtico drama para muchas personas que sienten pánico absoluto cuando se ven privados del valioso dispositivo. La sensación de incomunicación y la ansiedad por la interacción se hace tan insoportable que resulta impensable, aunque sólo sea por unas horas. Un ejemplo tan habitual de lo poco acostumbrados que estamos a convivir con la soledad y la quietud que acompañan al silencio.

El juego silencioso
Aunque carente de sonoridad, el silencio también tiene un alto poder comunicativo y es tremendamente polifacético. Lo mismo resulta un bálsamo reparador del dolor como el causante del dolor mismo. Su función expresiva es tan intensa o más que las palabras, convirtiéndolo en un verdadero oasis para dos personas que se declaran amor mutuo sólo con mirarse, en una tortura para los que callan su verdad o en un verdugo implacable cuando se usa como castigo o para marcar distancias.

Al mismo tiempo existen silencios evocadores, que invitan a la pausa e introspección. Silencios elocuentes que nos inspiran e impulsan la creatividad. Silencios que suavizan el conflicto y nos hacen recuperar la calma. O simplemente, silencios que alientan y aligeran el sufrimiento cuando no hay palabras de consuelo.

Bien dice el refrán que una persona vale más por lo que calla que por lo que cuenta. Algo tendrá de cierto ya que cada vez que hablamos o que nos negamos a hacerlo nos vemos implicados en un acto de poder. Al menos el poder de saber cuando es el momento oportuno de silenciar para ordenar nuestras ideas y elaborar discursos significativos, para escuchar nuestra voz interior, o para otorgar solemnidad a nuestro mensaje.

En palabras de Robert Sarah, autor de La fuerza del silencio, “en esta vida lo verdaderamente importante ocurre en silencio. La sangre corre por nuestras venas sin hacer ruido, y solo en el silencio somos capaces de escuchar los latidos del corazón”.

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