tribuna

La Diada tranquila

Rosa Cullell escribe hoy en El País.cat un artículo titulado: “No m’amenacim. Tornarem a què? No hi ha resposta a aquesta pregunta. Tampoc plans”. He extraído unos párrafos de interés. Espero que mi traducción sea buena.

“Después de ocho años en que la Diada me ha pillado, por trabajo y por propia voluntad, fuera de Cataluña, el miércoles cogí el metro y fui a la concentración. Cuando me aparté de la ruta reivindicativa, la ciudad parecía ajena a la conmemoración: llena de turistas, de gente que entraba y salía de los restaurantes, sacaba la cabeza por el balcón de los edificios restaurados y disfrutaba de rincones agradables. Barcelona se parecía, con su tranquilidad y sosiego, a cualquiera de las grandes urbes europeas del bienestar. Todo me lleva a concluir que mi ciudad ha sido capaz de resistir la crisis, la inestabilidad política, el desgobierno, y el hecho de estar sin Govern”.

He visitado últimamente Barcelona en varias ocasiones y eso es lo que he visto. Es verdad que no se celebraba la Diada, pero este retrato que hace la articulista me resulta muy familiar. He de añadir que en España ocurre lo mismo. A pesar de la crisis política las cosas siguen funcionando como si nada ocurriera. Igual pasa con la mayor parte del territorio. Esto va por barrios. La península no está inundada, aunque en las pantallas de la televisión el agua se salga por los retretes y hasta inunda el salón de nuestra casa, saliéndose de las treinta pulgadas del plasma, mientras el Ministerio de Medio Ambiente le saca la tarjeta roja al clima. Las empresas siguen funcionando, sin importarles que los políticos estén jugando al mus echándose órdagos que ya nadie está dispuesto a tragarse. Todo sigue igual. La almendra de Madrid ha bajado unas décimas su nivel de contaminación, a costa de que suba en otro lugar. En la plaza de España está despejado, y, como siempre, hay un señor tranquilo, vestido de negro vendiendo a don Nicanor tocando el tambor. La capilla ardiente de Camilo Sesto, en la SGAE de la calle Fernando VI, su tocayo, estaba a tope. Pedro Sánchez le ha vuelto a dar calabazas a la propuesta de Pablo Iglesias. La Iglesia oficial y la renovadora no se entienden. Qué más da. Ahí está la historia, y en eso Cataluña es un buen ejemplo, de todo se sale más tarde o más temprano. Los españoles no somos tan impacientes como Ignacio de Loyola, que sufría por tener un hueso de su pierna a la vista. Nos tomamos las cosas con la tranquilidad y el sosiego con que lo hacen los barceloneses, en la versión fantástica de la diada fuera del área reivindicativa, según nos cuenta Rosa Cullell. Hablar de san Ignacio es como hablar de José María Pemán, que era un poeta franquista, y de su “Divino impaciente”. Sin embargo, ahora en el Vaticano hay un argentino que pertenece a la Compañía que él fundó. Dicen que es de izquierdas, que entre el cristianismo y el comunismo solo hay un paso. No lo creo. Antes se decía que Roma estaba llena de demócratacristianos, cuando eran tantos que se comían a los leones en el circo. Ahora es distinto. Hay extrema derecha de la Liga Norte y Salvini, y el movimiento de las Cinco Estrellas que es más del Sur y de extrema izquierda. Estos límites no se tocan como dice el papa Francisco, pero tampoco pasa nada, porque otro italiano llamado Draghi lanza un plan económico para salvarnos de la recesión. A Boris Johnson le está metiendo las cabras en el corral un tribunal escocés. Estos son como los catalanes: saben de dinero y de cómo ahorrarlo. No se preocupen, estamos en buenas manos, que es lo mismo que decir que estamos en nuestras propias manos. ¡Visca Catalunya!

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