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Unas elecciones anunciadas

Durante los últimos meses, se ha ido poniendo de manifiesto cada vez más que la opción preferida por Pedro Sánchez (y por Iván Redondo, su analista de cabecera) es la repetición de las elecciones, de la que culpará a Podemos junto a Ciudadanos y el Partido Popular. Y es su opción preferida porque, en primer lugar, sus datos le indican que, lejos de una supuesta desmovilización de la izquierda, los socialistas ganarían muchos votos -y escaños- a costa, precisamente, de Podemos. Pero el motivo principal, que lo ha convencido definitivamente, ha sido la intransigencia de Pablo Iglesias sobre un Gobierno de coalición. Tienen razón Pedro Sánchez y los socialistas en que dar entrada a Podemos en el Consejo de Ministros supondría crear un segundo Gobierno incontrolable, con una militancia y unos dirigentes no menos incontrolables, y con vocación de ser una bomba que terminaría por estallar a corto plazo. Se frustró así -afortunadamente- la que hubiera sido la segunda ocasión, después de la republicana, en que ministros comunistas formaran parte del Gobierno de España. Somos un país tan singular que, incluso, hemos tenido ministros anarquistas, que, por definición, cuestionaban el Estado y el poder.

En cuanto a los reproches a la derecha sobre su no abstención en la investidura, Pedro Sánchez no tiene legitimidad moral para hacerlos. Cuando el PSOE decidió abstenerse y permitir la investidura de Rajoy, él y su gente rompieron la disciplina de voto, votaron en contra, y él mismo renunció a su acta de diputado. ¿Ya no se acuerda? Ahora los abstencionistas han sido laminados en el partido, mientras los del “no es no” son ministros.

El plan complementario era perder el tiempo, con la intención de obligar a Podemos a negociar cuando faltaran muy pocos días para el final del plazo, y tuviera que tomar la decisión bajo esa presión. Mientras tanto, para hacer tiempo, Pedro Sánchez se inventó unas reuniones con unas trescientas cincuenta asociaciones supuestas “representantes de la sociedad civil”, y, en realidad, grupos izquierdistas subvencionados o directamente apéndices socialistas.

El problema es que los resultados electorales de noviembre no resuelvan nada y reproduzcan aproximadamente la situación actual porque Podemos no pierda suficientes escaños. Sería lo peor que nos puede pasar y obligaría a los populares a abstenerse para impedir el Gobierno de coalición. Lo mejor sería un retroceso muy importante no solo de Podemos, sino también de Ciudadanos y de Vox, partidos que han demostrado no ser capaces de aportar nada a la política y a la sociedad españolas, y, por el contrario, se han convertido en una fuente de inestabilidad y de confusión. Por su culpa, el país lleva muchos meses paralizado y sin Gobierno.

Es el precio del fin -de la quiebra- del bipartidismo -imperfecto- del sistema político español. ¿Valía la pena? ¿Era tan malo el bipartidismo? Porque no olvidemos que las antiguas y genuinas democracias anglosajonas han apostado siempre por el bipartidismo -incluso perfecto-. Y cuando lo han abandonado, como el Reino Unido, su sistema político se ha resentido. ¿Volvemos al bipartidismo para que no se resienta el nuestro?

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