la laguna

Historias de ateneístas para después de un incendio

Escritores y profesores comparten algunos de sus recuerdos de una institución clave en la discusión cultural y política de aspiración democrática que se abrió paso en los sesenta
el escritor josé luis sampedro estuvo muy vinculado al ateneo. D.A
el escritor josé luis sampedro estuvo muy vinculado al ateneo. D.A
el escritor josé luis sampedro estuvo muy vinculado al ateneo. D.A

La Laguna amaneció ayer más lagunera, con el cielo gris, la calima desaparecida y algo de aire soplando. Aunque aún persistía un ligero bochorno tropical, como de panza de burro. La gente se paraba junto al Ateneo, acordonado, y recordaba el fuego del viernes mientras permanecía en el ambiente un ligero olor a tea quemada.

Por esas escaleras de madera por las que tanta gente subió para ir a alguno de los miles de actos, tertulias o discusiones ateneísticas de sus 115 años de historia, pasó el miércoles el viejo periodista Eliseo Izquierdo, que cada día se metía en una de las pequeñas salas del Ateneo para seguir con un trabajo que está haciendo sobre el pintor Alfredo Torres Edwards. “Tiene que renacer de sus propias cenizas, es una columna central de la cultura de las islas”, afirmaba Izquierdo. “Sin el Ateneo, La Laguna no sería la misma”.

Fundado en 1904, Eliseo Izquierdo afirma que “nació de la disconformidad”. Su primer presidente fue el poeta Hernández Amador, y entre sus socios ilustres estaban Adolfo Cabrera Pinto y Benito Pérez Armas. En 1907, siendo Pérez Armas presidente, se izó en el Ateneo la primera bandera autonomista de las islas, con un fondo azul y las siete estrellas blancas colocadas siguiendo la posición geográfica de cada una de las siete islas. “Era una generación que luchaba por el progreso, con el objetivo de que las islas superaran esa situación de gran aislamiento, querían plantearle al Gobierno de la nación la necesidad que teníamos de salir del abandono, de la pobreza”, explica Izquierdo.

El Ateneo siguió jugando un importante papel cultural en la ciudad, como atestigua el libro Ensayo de una historia del Atenero de La Laguna desde su fundación en 1904 hasta finales de 1936, del historiador José Peraza de Ayala, miembro de la Real Academia de la Historia.

Luego llegó el franquismo y el Ateneo se convirtió en una sociedad recreativa más de bailes y juegos de mesa, pero en la parte de abajo, donde ahora está la barra del bar, había un lugar de tertulias donde resistían los que querían una institución crítica. “Allí estaban Manuel García Padrón, Tomás González, Lorenzo Buenafuente, Artemio González, José María Martinón… La mayoría era gente republicana, aunque a veces se pasaba por allí el obispo Pérez Cáceres, que se sentaba en un lugar discreto para que la gente no pudiera verlo entre tanto desafecto al régimen franquista”.

En 1959 se convierte en presidente del Ateneo el citado José Peraza de Ayala, y con la ayuda de una nueva generación en la que estaban periodistas y escritores como Alfonso García Ramos, Elfidio Alonso, Alonso Fernández del Castillo y el propio Eliseo Izquierdo, el Ateneo abandona el costumbrismo ramplón del franquismo y re-engancha con su propia naturaleza democrática. “Fuimos cooperadores de una operación muy hábilmente diseñada, queríamos convertir al Ateneo en esa sociedad contestaria, crítica”, relata Izquierdo.

Pero fueron poco a poco, y empezaron trayendo a gente como Joaquín Ruiz Giménez, disidente falangista y exministro de Franco, que acabaría siendo el primer defensor del pueblo con Felipe González de presidente. “Como venía del régimen, era menos arriesgado”. Luego empezaron a llegar el filósofo José Luis López Aranguren, el profesor Enrique Tierno Galván, el economista José Luis Sampedro.

Cuando el Ateneo comenzaba a despegar, el profesor y poeta Miguel Martinón era todavía un pibe, aunque recuerda perfectamente a Sampedro con pajarita y aspecto de académico de EE.UU., donde había hecho numerosas estancias como profesor universitario. “Utilizaba el lenguaje técnico del economista, pero nosotros entendíamos perfectamente la realidad del país que nos estaba explicando”. Martinón conecta este proceso de apertura cultural lagunera con amplias corrientes de fondo, como el Concilio Vaticano II, fundamental en la creación de espacios democráticos, pues acercó a parte del catolicismo español a posturas más progresistas. “Aranguren le decía al propio Juan Marichal [intelectual tinerfeño exiliado], que entonces estaba en EE.UU., que en el Ateneo había un espacio estupendo para hablar con libertad, casi más que en Madrid”. Otro habitual del Ateneo era José Monleón, crítico de teatro de la revista Triunfo, donde escribían muchas personas del mundo progresista . “Como decía Montalbán, la izquierda le ganó la batalla cultural al franquismo”, asegura Martinón.

Con el dictador enterrado, el Ateneo reforzó su vocación de lugar de debate, y una generación más joven empezó a dirigirlo. Entre ellos, destaca Juan Manuel García Ramos, político nacionalista, escritor y profesor de Literatura, que fue presidente en dos ocasiones. García Ramos recuerda que es presidente de honor del Ateneo, y que uno lo es hasta que se muere. Y cuenta también que, cuando fue consejero de Educación, ayudó a que se reforzara el edifico con una estructura de hierro que ha sido fundamental para que no colapsara durante el incendio. “Yo fui presidente en 1978 después de que me lo pidiera Alfonso García Ramos”, señala. “Y fue una época de gran efervescencia, de momentos de camaradería cultural muy fecunda. Nos juntábamos gente muy joven con gente mayor, y todos estábamos en la onda democrática”.

Para Miguel Martinón, el Ateneo fue fundamental en su labor de poeta, y menciona el homenaje a Rafael Alberti que organizó en 1972 o el congreso de poesía canaria que se organizó ya muerto Franco. “También recuerdo lecturas bonitas de poesía, como una que hice a mitad de los ochenta con las ventanas de arriba abiertas en una tarde de verano. Es un recuerdo que tengo maravilloso”.

A Cecilia Domínguez, que fue presidenta durante dos años, no se le olvida un acto que organizaron, titulado 24 horas de arte efímero. Estuvimos desde la tarde de un sábado hasta la tarde del domingo siguiente, e hicimos hasta un cadáver exquisito [una técnica de escritura surrealista]. Fue un curro impresionante, estuve 24 horas sin dormir. Incluso hicimos capoeira”, recuerda. “Eso luego se tradujo en las Noches del Ateneo, y una la dedicamos a recaudar fondos para Venezuela, que había sufrido una catástrofe”.

El Ateneo también fue refugio para la Tertulia de Nava, un espacio de crítica con un punto arresgado e irreverente que comenzó en la Real Sociedad Económica de Amigos del País, de la mano de Daniel Duque, Ricardo Pérez Piñero, Carlos Pinto Grote, Antonio Álvarez de la Rosa y Manuel Hernández, y acabó en el Ateneo por algún encontronazo con la sede original. “En el Ateneo encontramos siempre un espacio enorme de libertad, a pesar de que aquellas tertulias eran muy cañeras y nos metíamos con el poder político y eclesiástico sin contemplaciones”.

Durante el cóctel navideño, se podía ver a Carlos Pinto fumándose plácidamente su pipa. Duque se queja de que lloremos ahora al Ateneo, pero que a poca gente le haya importado su escasa capacidad económica por la falta de ayudas.

Mucho más joven, la escritora Covadonga García Fierro, que colaboró en 2015 y 2016 en las secciones de Literatura y Teatro, dice que ayer sintió “una pena terrible”. Se acordó de la sala con el piano de cola, hoy carbonizada. Del homenaje que le hicieron al profesor Rafael Fernández, con muchísimos de sus alumnos y compañeros. Y de la noche en la que una obra de Pino Ojeda, escritora canaria que murió en 2002, fue por fin representada, delante, de su nieto y una sala abarrotada. Un golpe al olvido patriarcal que silencia a mujeres escritoras. De nuevo, el Ateneo, a la vanguardia de las cosas.

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