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Rafael Siles Milena: “Pinto edificios emblemáticos de Santa Cruz para que la historia no se nos borre”

Se considera un autodidacta y no tiene constancia de haber tenido algún pariente que se dedicara a lo que cataloga como “una pasión”
Rafael Siles Milena. Sergio Méndez
Rafael Siles Milena. Sergio Méndez

Se considera un autodidacta y no tiene constancia de haber tenido algún pariente que se dedicara a lo que cataloga como “una pasión”. El dibujo de un caballo en un papel fue el inicio de una trayectoria entre lienzos, lápices, pinceles y una ilusión por reflejar “todo lo que mis ojos ven”. Rafael Siles, cerrajero de profesión, ha expuesto medio centenar de obras, que tienen que ver con edificios emblemáticos de Santa Cruz, y tiene como propósito “hacer un legado de mi familia cuando yo no esté”. Entrar en su domicilio es como hacerlo en una galería o un museo.

Las paredes de su casa están impregnadas de un arduo trabajo. Y todo, a base de tesón, esfuerzo y reflejar, como el propio Rafael Siles señala a DIARIO DE AVISOS, “lo que mis ojos ven”. Su pasión por el dibujo y la pintura le vienen desde niño, aunque su obra y legado comenzaron a forjarse una vez le llegó la hora de jubilarse. Sus últimos diez años se han visto reflejados, dibujados y pintados en los edificios, plazas e iglesias más emblemáticas de Santa Cruz, ciudad donde nació en 1942.

-¿Le viene de herencia familiar el haberse dedicado a la pintura?
“De herencia, no. Le diría que me considero autodidacta. No tengo conocimiento de que algún pariente mío lejano haya pintado antes. Ahora bien, sí me gustaría decirle que, de niño, yo dibujaba mucho. Empecé sobre los 8 o 9 años”.

-¿Dónde cursó sus estudios escolares?
“En el colegio Onésimo Redondo de Santa Cruz, en la calle La Rosa”.

-¿Ahí ya le gustaba dibujar y pintar?
“Sí. Nos sacaban a la pizarra a otro chico y a mí. No me acuerdo de su nombre. Al profesor le gustaba nuestra forma de dibujar y siempre nos sacaba a la pizarra. Un día le tocaba a él y, al día siguiente, me sacaba a mí. No tenía predilección por ninguno de los dos. Dibujábamos con la tiza blanca de toda la vida”.

-¿Qué tipo de materiales se utilizaban en esa época del colegio?
“El lápiz de toda la vida. Era el lápiz de carbón y se gastaba mucho. Los afilaba con el cuchillo, nada de afilador”.

-¿Cómo fue su evolución con el dibujo fuera del colegio?
“Un amigo de la familia vio un dibujo que yo estaba haciendo de un caballo y me dijo que se lo diera un momento. Tendría 8 o 9 años. Se lo di y se lo enseñó a mi abuelo, que se llamaba Gregorio. “¿Y esto qué es?”, dijo mi abuelo. “Lo acaba de dibujar su nieto”, le dijo este amigo de la familia. “Coja a su nieto y llévelo ahora mismo al Instituto de la Plaza Irineo González”. Me llevó, me sentó delante de una especie de caballete o algo así y me puse a dibujar. Y así estuve como unos dos años”.

-¿En la adolescencia, ya sabía a qué se iba a dedicar profesionalmente?
“Sí. Lo tenía muy claro: quería ser cerrajero. Tener un taller de cerrajería. Estuve en varios de ellos y vi. lo que más me convenía. Lo hice a los 14 años, ya que en esa época se permitía trabajar desde muy temprana edad”.

– ¿Cómo era su día a día en un taller de cerrajería?
“Yo era un ayudante del maestro. Lo que sucede es que si eras un ayudante adelantado, que lo fui a los cinco o seis meses de estar trabajando allí, pues me daban pequeñas cosas para hacerlas yo. Trabajaba ocho horas diarias, de lunes a sábado, aunque me solía quedar un par de horas para hacer otro tipo de trabajitos, relacionados con la cerrajería, que a mí me salían por fuera”.

-Háblenos de esos trabajos extra.
“Yo ya le dibujaba al vecino que me pedía una puertita y me la aceptaba: “Sí, esto es lo que quiero”, me decían. Así empecé a ahorrar dinero y sin haber cumplido todavía la mayoría de edad”.

-¿Dónde está más a gusto, en el dibujo o en la pintura?
“En el dibujo, porque el dibujo refleja la personalidad. No solamente la del pintor o la del dibujante, sino su entorno. Me explico: yo lo estoy viendo a usted y lo estoy viendo ahora mismo en blanco y negro, como los animales. Yo lo dibujo y, luego, si quiero lo paso a color”.

-¿Cuál ha sido la exposición en donde ha expuesto el mayor número de obras?
“En Los Lavaderos expuse un total de 26 obras, mientras que en la Recova Vieja fueron 14 obras. El trabajo se va almacenando. Cuando terminé la exposición de la Recova Vieja, que fue anterior, tuve que esperar dos años para luego volver a exponer”.

-¿Cuáles son sus temas preferidos?
“Aquí me gustaría extenderme un poco. Hace unos años iba por Santa Cruz caminando y pude descubrir unos edificios maravillosos, que nos han legado nuestros tatarabuelos, bisabuelos y abuelos. Entonces, esos edificios están ahí, pero con el peligro de que los quiten. De hecho, ya han quitado alguno. Y lo que pensé en su momento es en pintarlos al óleo. En blanco y negro, pero al óleo. Esas obras que usted está viendo [nos las muestra], no son dibujos. Bueno, fueron dibujos cuando yo los hice, pero luego están pintados al óleo. Mi propósito es hacer un legado, un legado de mi familia cuando yo no esté”.

-¿Quiénes han sido sus referencias en la pintura?
“Me encanta Salvador Dalí y, por supuesto, Miguel Ángel. También, Velázquez, que es una pintura muy oscura y un poco tétrica. Volviendo a Dalí, su pintura es increíble. Ese Cristo, ese reloj derritiéndose. Hace falta ser un genio loco para sacar eso”.

-¿Por qué le dio por la cerrajería?
“Por lo artístico. De hecho, yo tengo obras en cerrajería, diseñadas por mí. Puertas, rejas, etc… Diseñadas y aceptadas”.

-¿Cuánto tiempo le lleva pintar un lienzo?
“Hoy en día, unas tres semanas y, si me lo propongo, hasta en dos. Lo normal es que sea en unos veinte días”.

-¿Cuál ha sido la obra que le ha llevado más tiempo?
“La de la plaza de la Paz, que duró unos dos meses y medio. Mismo tiempo para obras como la Plaza de los Patos, Plaza Weyler y la Farola del Mar. ¿La Iglesia de San Francisco? Esa la hice en unas dos semanas o algo menos”.

-¿Y la que menos?
“Esa que le comenté de la Iglesia de San Francisco, que terminé en unos 12-14 días, aunque tengo alguna que, incluso, llegué a concluir en apenas cinco días”.

-¿Se considera un autodidacta?
“Sí. Un autodidacta se nace. Considero que todo tipo de arte se nace. ¿Sabe por qué se sabe eso? Cuando una persona descubre su arte y lo ejercita, entonces se da cuenta de que lo llevaba dentro, aunque no lo supiera nunca”.

-¿Por qué le dio por dibujar edificios emblemáticos?
“Soy un enamorado de los edificios emblemáticos de nuestra capital”.

-¿Y qué vio en el edificio del Ayuntamiento de Santa Cruz? ¿Cuál fue su modus operandi en esa obra?
“Lo mismo que he visto en todos los demás. Auténticas obras de nuestros bisabuelos. Todo lo he conseguido a través de fotos en Facebook. Hay un señor que va al Círculo de Amistad, donde suelo ir a jugar al ajedrez allí con él, que es una eminencia en memoria histórica. Se trata de José Salazar. Tiene unos 86 años de edad y él me manda fotos. Dios me libre si termino un cuadro y enseguida no se lo mando, porque se enfada”.

-¿Y la plaza de Candelaria, el Hotel Mencey, el Teatro Guimerá, la Farola del Mar o el Mercado Nuestra Señora de África, sin olvidarme del Pueblo de San Andrés, la Torre de la Iglesia de la Concepción o el Edificio de La Tarde?
“Son obras pintadas según la fotografía que yo veo, que yo consigo. Mi objetivo es reflejar no solo la autenticidad, que también, sino la historia nuestra. Que no se nos borre. Lo que pretendo es que nunca se nos borre, para nosotros y para los que vengan, nuestra historia”.

-¿Cómo le dio por pintar cuadros inspirados en fotos antiguas de la capital?
“Pasando por la calle y viendo los edificios. Me iba diciendo a mí mismo “esto lo pinto”. Yo tenía mi taller y me daba vueltas y vueltas por la calle y veía unos edificios muy bonitos”. Le venía dando vueltas desde que yo tenía el taller en la parte alta de El Cardonal. Se llamaba Cerrajería Milena. Primero puse el taller en la Calle La Esperanza, nº 10, en Taco. Estábamos un empleado y yo. Fue en 1965, casi recién licenciado de la mili, que hice en El Sahara, y de novio de la que hoy en día es mi esposa”.

-¿Hubo más talleres?
“Claro, porque ese primero, donde estuvimos dos años, se nos quedaba demasiado pequeño. Después, nos fuimos al Camino de la Hornera, segunda transversal izquierda. Aumentó el personal y es que aquello ya era un local de unos cien metros cuadrados. Teníamos maquinaria muy buena para la época y los cortes eran con cinta. Llegué a contar con dos salones. Ahí estuve hasta que me jubilé a los 66 años. Llegué a tener unos ocho empleados, el trabajo se montaba fuera y tenía dos equipos en la calle. Con la crisis y cerca de mi jubilación fui quitando personal, hasta que me quedé solo y con un único salón”.

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