tribuna

Libertad e intervención

El sentido de la libertad económica y el alcance de la presencia del Estado en la economía y en las finanzas es un tema permanente del debate académico y político acerca de las relaciones entre libertad y Estado. En mi opinión, siguiendo a los profesores de la Escuela de Friburgo, los patrocinadores de la teoría de la economía social de mercado, la clave está en que realmente exista tanta libertad como sea posible y tanta intervención como sea imprescindible. Algo, en los tiempos que corren, bien alejado de la real realidad, pues unos y otros tienden, cuándo gobiernan, a intervenir e invadirlo todo, sea en nombre de la libertad o en nombre del Estado.
En términos generales, se puede afirmar que la principal función del Estado es la de garantizar, promover el libre ejercicio de los derechos y las libertades de los ciudadanos. Tarea promocional o garantizadora que, sin embargo, en ocasiones, no pocas, brilla por su ausencia porque el Estado, traicionando su legítima función, invade y se adentra en el sacrosanto mundo de la libertad de las personas adoctrinando con ocasión y sin ella sobre cuestiones y opiniones que pertenecen a la esfera de la intimidad de los ciudadanos. Hoy tal cosa acontece, con una obvia y evidente restricción de la libertad de expresión, y muy pocos son quienes nos atrevemos a denunciarlo como un atropello impropio de quien debe, insisto, ser el principal valedor de las libertades y los derechos.
Por otra parte, no debemos olvidar, como aconteció en la crisis de los años que se inició en 2007-2008, que la propia función reguladora, inspectora, supervisora, de vigilancia del Estado, bien deficiente durante esa crisis económica, hoy reaparece por no haber tenido la valentía de trabajar sobre las causas.
El actual colapso del Estado de bienestar en su versión estática, se ha ido produciendo poco a poco. A base de incrementar la intervención pública en la vida social, pero no ara fomentar la libertad, o para garantizarla, sino precisamente para todo lo contrario, para ir controlando, para ir manipulando, la sociedad a través del uso clientelar y unilateral de la principal institución conformadora del Estado social que es la subvención.
En realidad, hemos llegado a la situación que conocemos por muchas causas. Una de ellas, no menor, reside en que el mercado, el espacio de las transacciones, ha sido dominado en estos años por la idea de lucro, que, lisa y llanamente, no es más, ni menos, que la ganancia obtenida sin contraprestación. Es decir, el beneficio por el beneficio sin otras consideraciones.
Para comprender mejor el alcance de las tareas u funciones que deben caracterizar a un Estado que sitúe en el centro, en el corazón, la dignidad del ser humano, es menester, siquiera sea brevemente, trazar algunas ideas generales acerca de esta materia, para así comprender mejor cómo la libertad, también en la economía, debe ser la regla general, pero una regla general que no debe entenderse de manera absoluta, sino, más bien, en el marco de los límites y limitaciones que componen la realidad. Pretender que la libertad sea absoluta o que el Estado sea ilimitado conforma dos ideologías que la propia Iglesia ha condenado hace ya muchos años por despreciar, por laminar la dignidad del ser humano. Ni el Estado, como decía Hegel, es la encarnación del ideal ético, ni el mercado, como afirman algunos de los más rutilantes representantes de la Escuela de Chicago, es el espacio de la asignación de los derechos y los deberes. Promover, defender y proteger la libertad solidaria, por ahí van los tiros.

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