
Europa Press / Diario de Avisos
El socialista Pedro Sánchez logró ayer ser investido presidente del Gobierno, al superar la votación definitiva en el peno del Congreso por solo dos votos de diferencia (167 a favor frente a 165 en contra), el margen más estrecho de la España constitucional. No hubo ausencias ni sorpresas de última hora, por lo que el líder del PSOE recabó el apoyo de 167 diputados: 120 del PSOE, 35 de Unidas Podemos y sus confluencias, seis del PNV, tres de Más País-Equo-Compromís y los otros tres que suman los representantes de Teruel Existe, Nueva Canarias (NC) y Bloque Nacionalista Galego (BNG). Por el contrario, el bloque del no se ha quedado en 165 escaños: los 88 del PP, los 52 de Vox, los 10 de Ciudadanos, los ocho de Junts per Catalunya, los dos de la CUP, los otros dos de Unión del Pueblo Navarro (UPN), uno de Foro Asturias, otro del Partido Regionalista de Cantabria (PRC) y uno más de Coalición Canaria, cuya diputada, Ana Oramas, se mantuvo en el rechazo pese a que su formación había acordado abstenerse. En la votación, pública y por llamamiento, con los diputados puestos en pie para anunciar su voto de viva voz, se registraron 18 abstenciones: de los 13 diputados de Esquerra Republicana (ERC) y los cinco de EH Bildu. Se trata del margen más estrecho del sistema democrático surgido de la transición. Hasta ahora, los resultados más ajustados los tuvieron los anteriores presidentes socialistas: José Luis Rodríguez Zapatero en 2008, con 169 apoyos frente a 158 en contra (11 votos), y Felipe González en 1989, con 167 votos frente a 155 (12).
La de este martes ha sido la segunda votación del pleno de investidura, puesto que el domingo, víspera de Reyes, se celebró la primera, en la que el candidato socialista necesitaba la mayoría absoluta (176 diputados), y Sánchez no obtuvo más de 166 votos (faltó una diputada de En Comú por enfermedad), frente a los 165 en contra. En la segunda vuelta que prevé la Constitución, que debe tener lugar a las 48 horas, únicamente hace falta tener más votos a favor que en contra y da igual la diferencia. La investidura decae en caso de empate.
Y a la tercera fue la vencida. Pedro Sánchez Pérez-Castejón, de 47 años de edad, ha conseguido ser investido presidente del Gobierno por vez primera tras unas elecciones generales. Si en junio de 2018 llegó a la Moncloa mediante una moción de censura -nunca antes había prosperado una-, en esta ocasión presidirá el primer Gobierno de coalición de la actual democracia. Lo hará apoyándose en unos socios (Podemos y ERC) de los que renegó en la campaña a los comicios del 10 de noviembre porque ninguno de ellos, argumentaba, podía aportar estabilidad al país. Pero la suerte que solía acompañar a Sánchez en sus apuestas arriesgadas le falló el 10-N. El PSOE empeoró resultados (pasó de 123 a 120 escaños en el Congreso y perdió la mayoría absoluta en el Senado) y no mejoró sus opciones de formar el Gobierno.
Menos de 48 horas después del 10-N, Sánchez anunció por sorpresa un preacuerdo con el secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, para hacer realidad lo que no fueron capaces de pactar tras las elecciones del 28 de abril. En las semanas siguientes, el PSOE inició una larga negociación con ERC para garantizar su abstención en la investidura, imprescindible para que esta prosperase. De nuevo y frente a lo que defendió en campaña, Sánchez tuvo que mutar: enterró su perfil más beligerante frente al separatismo y desempeñó un papel conciliador, hasta el punto de acceder a crear una mesa bilateral con el Govern catalán para buscar una solución a lo que denominó “conflicto político”. Asumir el lenguaje del secesionismo, que presenta la crisis en Cataluña como un conflicto con el Estado (como si la comunidad autónoma fuera un ente externo), frente al discurso que el propio Sánchez desarrolló en la campaña sobre una crisis de convivencia entre catalanes secesionistas y los que no, ha sido quizás la cesión más evidente en la negociación del PSOE con ERC. Atrás quedaron promesas como la de recuperar en el Código Penal la prohibición de convocar referendos ilegales. En cambio, el PSOE se ha comprometido con ERC a someter a una consulta a la ciudadanía de Cataluña las medidas que lleguen a acordarse en esa confusa mesa de diálogo bilateral.
Este tipo de bandazos en los planteamientos políticos así como la asunción de riesgos han sido algunas de las características más notorias de Sánchez a lo largo de su carrera política.
Aventurada fue su decisión de renunciar al escaño en 2016 para no votar la investidura de Mariano Rajoy, si bien con el tiempo su ausencia del Congreso se convirtió en uno de sus puntos fuertes en la carrera para recuperar las riendas del partido, de la que fue expulsado por sus críticos en un dramático Comité Federal el 1 de octubre de ese año. Su condición de político en paro le permitió conectar con las bases del partido, que vieron en Sánchez al mejor capacitado para devolver al PSOE a sus esencias, después de que la formación, liderada por una gestora tras la dimisión forzada de Sánchez, hubiese facilitado con su abstención la investidura de Rajoy para evitar unas terceras elecciones.
Más cuesta arriba se le hizo a Sánchez hacerse un hueco en la política española estando fuera del Congreso, desde su vuelta a los mandos de Ferraz en las primarias de mayo de 2017. Por más iniciativas que el PSOE se esforzaba en presentar, la ausencia de su líder en la Cámara Baja impedía a la formación levantar cabeza, como reflejaban los sondeos en aquel inicio de 2018. Pero, de nuevo, una apuesta arriesgada de Sánchez le salió bien, incluso mejor de lo que nunca pensó. La sentencia de la trama Gürtel, que dio por acreditada la existencia de una caja B en el PP al menos desde 1989, le empujó a presentar una moción de censura contra Rajoy con el objetivo no tanto de ganarla como de consolidarse como alternativa. El éxito de la moción obligó a Sánchez a montar un Ejecutivo en un tiempo récord. Demostró que llevaba tiempo trabajando y preparando el momento de llegar a la Moncloa.