tribuna

Whisky irlandés

Dice Ian Gibson que el fascismo está en las venas de millones de españoles. Es decir, se trata de una cuestión de sangre, según afirma esta especie de pseudo historiador metido a hematólogo. Ahora se identifica mejor con el ADN, por eso este irlandés se atreve a vincular las ideologías con el código genético. Ortega, que me merece mayor respeto que este paniaguado de la izquierda, no se aventuraba a tanto y atribuía a la circunstancia la responsabilidad de lo que somos, sobre todo en los aspectos del comportamiento, o, si quieren, en los condicionantes que intervienen para conformar nuestra idiosincrasia. Rastreando en el recuerdo colectivo, en eso que hemos dado en llamar la memoria histórica, aparece el fascismo como un componente circunstancial capaz de precipitar acontecimientos desgraciados para los españoles, pero no menos que otros, como el comunismo, o el independentismo, que siempre anda agazapado para presentarse como un virus dispuesto a atacar a un cuerpo con las defensas bajas.

Si lo que pretende Gibson es resaltar la presencia del fascismo como algo inevitable en el tiempo actual, su posición sectaria le impide denunciar la existencia de las otras dos cuestiones. Lo que hay que dilucidar en la historia de la Europa del pasado siglo es qué es primero: el huevo o la gallina. El fascismo es una reacción frente al comunismo o es al revés. Lo cierto es que el principio de acción reacción hace que cuando uno asoma la cabeza aparece el otro para cortársela. En esas parece que volvemos a estar.

Al partido socialista siempre le ha tocado actuar como agente intermedio, como vehículo para administrar esa lucha entre los extremos sin llegar a mojarse del todo, pero eso es muy difícil. Siempre habrá alguien tentado por una antigua vocación revolucionaria, a pesar de las voces internas que intentan reconducirlo a los territorios de la moderación. Es aquí, pese a lo que diga Gibson, por donde corre la sangre de la mayoría de los españoles. Por eso ahora las aguas están inquietas en el interior, aparentemente remansado, de la organización. ¿Y cuáles son los asuntos en los que reside la discrepancia? Los de siempre: alinearse con el marxismo radical o aliarse con una supuesta alegría de izquierda republicana que inspira a un sector del independentismo, como si fuera más cercano, más de casa. Si quieren que lo localicemos territorialmente, está situado entre Venezuela y Cataluña. Estos dos temas han saltado a la actualidad, por una parte, con el tibio recibimiento a Guaidó y la frustrada visita de Delcy Rodríguez, y por la otra, con el anuncio de la reforma del Código Penal para rebajar las penas de los catalanes condenados por sedición.

El primer caso se ha escenificado con una notoria discrepancia entre Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero, y el otro con un golpe sobre la mesa de algunos dirigentes autonómicos, entre los que lleva la voz cantante García Page. La sangre no llegará al río, porque, siguiendo a Gibson, la amenaza del fascismo que está en la sangre de los españoles obliga a cerrar filas y aglutinar el pensamiento en torno a una sola idea de defensa de pureza ideológica, aunque todo esté construido sobre una falsedad. De esta manera, se discute sobre el pin parental, una chorrada que a nadie importa, mientras alguien se come la tostada de defender al régimen bolivariano, por un lado, y conseguir una amnistía encubierta, por el otro. Iremos cogidos del brazo: el marxismo ya está en casa, metido hasta en la sopa. Lo que antes nos quitaba el sueño ha pasado a ser la garantía para dormir de un tirón.

Más hacia el este, tenemos el proyecto de un tripartito que apacigüe la tormenta soberanista, un experimento que ya puso en marcha Zapatero con su aparente endeblez de gacela africana. A pesar del whisky irlandés, la solución a nuestros problemas de estabilidad, que siguen siendo los mismos después de la investidura, está en el fortalecimiento del socialismo democrático.

No estoy muy seguro de que los actuales dirigentes estén por la labor. Andan más preocupados por la inmediatez y por el desmentido permanente de sus errores.

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