despuÉs del paréntesis

La historia del fin del mundo

El modo de pensar en este mundo está explicado por el hecho siguiente: cuando se abran las puertas del cielo por última vez, no será Dios el que aparezca en las alturas, será el ángel caído. Se parte de un principio categórico: el eterno es quien gobierna el orbe, más para los elegidos. Luego, lo primero a contemplar es el desplome y la perversión. Es decir, la condición que nos atora a los seres humanos es el mal. Si somos dobles, una parte sublime y otra infausta, lo que triunfa es las sombras. Cuando la cosa se aclare (cuenta el Apocalipsis de Juan) entonces se exhibirá el divino. Lo veremos en persona por primera vez en la existencia. Será una figura reconocible, no la difusa y suprema energía universal. Y lo proverbial del asunto es que no solo nos reúne para pedir cuentas, conforme el principio judeo-cristiano, sino que también precisa manifestarlo todo. De donde, más que una condena, porque el mundo que conocemos y en el que hemos vivido dejará de existir, será uno de los goces más extraordinarios de cuantos hayamos disfrutado. Pulularán a nuestro alrededor todos los seres que han dejado de existir en la Tierra: los dinosaurios, los peces antiquísimos, los paquidermos, los lagartos gigantes…; podremos acariciar su piel o subirnos a sus espaldas. ¿Qué busca Dios con ese gesto, revelar la medida precisa de su acto supremo, la creación, o que todos los seres originales permanecen guardados en el cielo para nuestro asombro y regocijo? Por lo uno y por lo otro, Dios sorprende y liquida la parcialidad. En tanto, otra de las cosas que está previsto que suceda es que la carne que fue carne y se convirtió en polvo tornará a ser carne. Volveremos a encontrarnos frente con frente con los seres que nos dejaron, nuestros abuelos, nuestros padres, nuestros amigos…; podremos hablar, contarnos historias o solucionar aquel asunto que quedó pendiente porque murió… Lo postrero, pues, es un verdadero regalo aunque solo lo apreciemos como mortales y no por la potencia misteriosa del Hacedor. Historia acabada, fin. ¿Por qué, porque Dios se equivocó y no tuvo en cuenta en verdad lo que somos los hombres? Eso lo ideó la cosmogonía maya-azteca: el dios sublime Kukulkán-Quetzalcóatl frente a la entidad del inframundo, Ah Puch-Mictanteculhtli. Ambos nos conocen. Por conocer, uno se opuso y el otro se arriesgó. La idea maya-azteca es la pertinente, diría Schopenhauer. Imposible negar la sabiduría divina que hemos inventado incluso cuando se nos encierre en el final.

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