Estas son las horas más críticas a las que jamás se enfrentó antes nuestra tierra. Son los momentos y las circunstancias que entrañan mayores riesgos para el futuro inmediato de los más de dos millones de ciudadanos que habitan estas islas. No es hora para la peor catadura de la política, la de las flores negras de los jardines más oscuros de nuestra historia reciente. Conviene recordar de dónde venimos, de los desaciertos e históricos errores cometidos en el pasado inmediato que condenaron a nuestra sociedad a sus peores registros sociales, para afrontar el porvenir con la inteligencia y la honestidad de quienes amen de verdad a la gente y a los pueblos de nuestro Archipiélago.
Ante el destino más adverso y complejo que imaginar pudiéramos, solo la unidad de todos permitirá enfrentar con éxito los desafíos que se avecinan. Hoy, cuando escribimos estas líneas cargadas de apremios y exigencias, somos plenamente conscientes de que no estamos solo frente al mayor problema sanitario que se recuerda. El coronavirus continuará su camino, dejará atrás las páginas más sombrías y más tristes que se han podido escribir sobre las desgracias personales de muchas de nuestras gentes, pero es la economía, la grave crisis del turismo y los sectores adyacentes, la pérdida escalofriante de puestos de trabajo y el aumento exponencial de la miseria y la pobreza como jamás pudimos sospechar; es el desastre del tejido productivo, de la frágil estructura socioeconómica sobre la que hemos levantado los pilares de nuestro progreso; es, en definitiva, el desierto de la prosperidad mutilada, de las familias sin recursos, del azote del hambre y de la indefensión ante las consecuencias irreversibles de un horizonte sin alternativas a corto plazo para dar de comer y devolver la vitalidad a una tierra que venía de sus peores índices de pobreza y desigualdad, es lo que nos determina a requerir a todos los partidos políticos una unidad de acción de la que Canarias no ha solido dar ejemplo. Ahora es inexcusable.
En Canarias la historia nos dice que, ante situaciones de crisis, las Islas reaccionan como un volcán. Es nuestro destino geográfico y sociológico. Los duros años 70 fueron el caldo de cultivo del independentismo inspirado por el abogado Antonio Cubillo, como recuerdan pocos de quienes hoy continúan en la primera línea de la política. Ha transcurrido demasiado tiempo. Solo los reflejos de un estadista como Adolfo Suárez impidieron que el volcán estallara con todas sus consecuencias. Llovieron millones de los presupuestos del Estado sobre las Islas para amortiguar las necesidades más perentorias de un archipiélago abatido. La impronta de Suárez marcó en el futuro las políticas de los distintos gobiernos (los de Felipe González, Aznar, Zapatero y Rajoy), bajo la premisa (no explícita, pero de todos sabida) de que Canarias, consagrada por Europa como una región ultraperiférica, era, en realidad, la última colonia de España. Los distintos gobernantes, en consonancia con la Corona, mimaron continuamente a esta tierra, evitando que el volcán dormido despertara. Aznar celebró consejos de ministros monográficos dedicados a Canarias; antes, González impuso, llegado el momento, vetos en Bruselas para proteger los intereses de Canarias. Cuando le tocó a Zapatero timonear la discordia de los isleños, retomó el manual de estilo de los años suaristas y confeccionó aquel Plan Canarias que abordaba los máximos y los mínimos de una estrategia de soluciones para Canarias, y a Rajoy nadie tuvo que recordarle la lección, porque él personalmente había suscrito los convenios con las Islas siendo ministro de Aznar.
Ahora es Sánchez el que ha de torear este morlaco. Su generación es posterior a los hechos que se remontan al amanecer de la democracia, la descolonización del Sáhara y el volcán insular que Cubillo agitaba desde Argel. Pero las hemerotecas permiten refrescar la memoria en un instante. Y una lectura responsable del caso canario, desde sus más antiguos antecedentes, exige al actual Gobierno de España tomar cartas en el asunto, abordar sin ambages un Plan Marshall para esta tierra, a riesgo de, en caso contrario, despertar el volcán dormido. Canarias no es el País Vasco o Cataluña. Es peor. Los anales de la historia la describen como una tierra pacífica que pierde los estribos a las primeras de cambio. Cuando se siente incomprendida y dejada de la mano resucita sus sentimientos de soledad y lejanía. Y reacciona como una tierra abandonada. La condición geográfica e histórica de colonia no ha impedido que el Archipiélago haya concertado, a lo largo de los años de democracia, un contrato de lealtad y adhesión al proyecto común de España dentro de Europa. Durante más de 40 años las Islas han sido una auténtica punta de lanza de España en África y América. Y, derivado de su lugar en el mapa, ha conseguido, de la mano de Madrid, insertarse provechosamente en el conjunto de la Unión Europea.
Ahora, ante las desgracias que la crisis económica anuncian, ante la desaparición por primera vez en la historia del turismo, locomotora económica de las Islas, y ante la imposibilidad de improvisar un sector alternativo, solo cabe al Estado anticiparse a riesgos innecesarios mediante la elaboración y ejecución de cuantas medidas sean necesarias, las que confieren al Archipiélago tanto el REF como el Estatuto de Autonomía, y las que exige el nuevo escenario, con los fondos y ayudas que surjan desde Madrid y Bruselas, para frenar la espiral de paro, pobreza y miseria que se nos avecina. Canarias necesita un Plan Marshall sin rodeos. Y el Gobierno de Canarias ha de contar con la lealtad de la oposición para enfrentar este desafío en diálogo tenso con Madrid.
Solo la irresponsabilidad y el afán despiadado por erosionar la vida pública en tiempos sumamente delicados como los presentes puede estar alentando a estas horas en determinados sectores de la sociedad y de la política un espíritu intrigante y pernicioso que persiga destruir los cimientos de la actual etapa política en beneficio de los grupos de intereses que antes malgobernaron y desataron las mayores cotas de marginación y desigualdad. La lealtad que Sánchez está en el derecho de reclamar de la oposición para afrontar unos nuevos Pactos de la Moncloa es la que corresponde asimismo a los actuales gobernantes de Canarias, para solo unidos, sin pestañear, ganar esta batalla, que ya no es solo sanitaria, ni siquiera política, sino enteramente económica y cuyo beneficio no habrá de favorecer a partido alguno, sino a miles y miles de paisanos que, a la vuelta de la esquina, si esta vez no se acierta, van a pasar sencillamente hambre.
Canarias necesita que el Estado le autorice a disponer a la Comunidad y las corporaciones locales del superávit y de la capacidad de endeudamiento. Canarias ha de emprender acciones inmediatas de choque para remediar las situaciones de necesidad perentoria mediante una PCI flexibilizada, en tanto entra en vigor la nueva renta de emergencia, habida cuenta de las dificultades burocráticas y reglamentarias que esta plantea; deberá garantizar el alquiler social de y la habitabilidad de las poblaciones más marginadas y elaborar a corto plazo un plan de acciones inmediatas en los sectores más deficientes, al tiempo que ha de conformar, como se hizo en el Plan Canarias, una radiografía fiable de las nuevas debilidades de los sectores empresariales como nunca ha habido en Canarias, dado que el primer sector afectado, que es el turístico, aboca a los empresarios a entrar en concursos de acreedores y entregar sus hoteles a los fondos de inversión foráneos. Un auténtico drama para este sector. El Gobierno canario debe, contra reloj, frenar estos y otros riesgos, a sabiendas de que habrá una masiva destrucción de puestos de trabajo, para poder exigir a Madrid acciones contundentes ante una emergencia económica como no padece ninguna otra comunidad de todo el Estado. O, de lo contrario, condenará a Canarias a repetir su historia de desarraigo y a echarse al monte.