diario del aislamiento

Día 59

Hoy he despertado madrileño; a veces pasa, bajas de la cama sintiéndote de otra parte (me duele Madrid; ojalá recuperen pronto los días perdidos). Me ha escrito el virus. Sois cojonudos -dice-. Somos españoles -le respondo, algo cortante-. Me lo ponéis más fácil en los aviones que en las zapaterías, terrazas o tintorerías, qué cachondos -escribe, rematando su mensaje con emoticonos partiéndose el culo-. Las imágenes de los aviones (extendidas cual mancha de aceite por la Península) nos penalizan. En vez de generar confianza -para que la gente vuele a las Islas- regamos los móviles con vídeos que desaconsejan jugársela en un avión. Han improvisado a bordo, pero nadie asumirá la responsabilidad (ganarán tiempo, perdiéndolo; esperarán a que cambiemos de conversación para escurrir el bulto). La compañía asegura que solo debe procurar que no vayan llenos -procurar, tal cual-. A José, el peluquero, lo obligan; a Iberia le dicen que lo procure, venga, porfa, inténtalo (delirante). Son las 12:34, salgo a tomar un café -a Italia, por qué no-. Paseo por Roma. Sentado en una cafetería de Campo dei Fiori leo en un diario que el Gobierno italiano prepara un bono (de 500 euros) para que las familias se lo gasten en establecimientos turísticos del país -qué bien vendrían esos bonos para mover el turismo interior en Canarias; ahí lo dejo, por si alguien se da por aludido-. Vuelvo de Italia haciendo escala en Bilbao. En Euskadi sí pueden desplazarse entre provincias -sin problemas- en la fase 1. Los vascos nacen (o van) donde les da la gana. Qué causalidad tan poco científica (bastante parlamentaria, diría) que se les permita hacer las cosas de otra manera -y alegrándome por ellos, txo-. Vuelvo a casa. Retornos. Procura no instalarte en el negativo de la foto -me escriben; con cariño, lo sé-. Respondo. Hay quienes acampan en la aceptación del relato cómodo, prefiero bucear buscando elementos que sacudan mi forma de entender el mundo (percepción selectiva, le dicen los psicólogos; creo que fue Ángel Gómez de Ágreda quien lo abordó en su último libro). El franjismo se desordena. Algunos salen a correr, pasean al perro y acaban tomándose una caña -o directamente se echan la caña mientras el perro corre-. ¿Has visto lo que he conseguido? -me pregunta el virus-. Cuéntame, respondo. Gracias a mí habéis descubierto que puede irse a Las Teresitas en bici o caminando -escribe; con mala leche, y bastante razón-.

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