superconfidencial

Hombre, Manolo, no vendas el bombo

Todos los digitales de la culta nación española han publicado, no sin pavor, que Manolo tendrá que vender su bombo para sobrevivir. ¿Y a mí que coño me importa el bombo de Manolo, si de quien tengo que preocuparme para sobrevivir es de mí mismo? La noticia se enmarca en la diaria sección de la Tristeza Nacional y las fotos muestran a un Manolo cariacontecido, con su bombo en la mano, a punto de ser enajenado. Estoy de acuerdo con quienes opinan que este país sufre de enfermedad mental severa, ya que gasta millones de palabras en denunciar la falta de perras de Manolo, en vez de dedicar sus esfuerzos a otros menesteres vamos a decir que más culturales. A mí el bombo de Manolo me importa un pito y el bar de Manolo está como todos los bares de este país malhadado: cerrado a cal y canto o abierto con la distancia de seguridad establecida por el sheriff Sánchez, al que se le ha puesto cara de marshall de película americana. No le faltan sino las dos pistolas del Llanero Solitario. Haría, incluso, un buen papel de indio mágico, con el bombo de Manolo, que probablemente acabará en Moncloa, como símbolo de la nueva España, comprado a precio de test chimbo de coronavirus. La historia está llena de nuevas Españas y de Manolos del bombo: la monja alférez, Agustina de Aragón, el miliciano caído, pero todos sin bombo ni platillo. No vendas el bombo, Manolo, mándalo al Prado, que lo pongan junto a un cuadro de Velázquez y así salvaremos el carácter recio que nos ha hecho famosos en el mundo; no por la fuerza del mosquetón para matar guanches de Alfonso de Lugo, sino el estridente sonido del bombo de Manolo, adalid de las glorias nacionales, que te mata dejándote sordo. Aquí lo importante es morir, aunque sea de sordera.

TE PUEDE INTERESAR