tribuna

Rubalcaba

Hace un año publiqué este artículo surgido de la sinceridad del que sospecha que algo va a ocurrir cuando alguien se tiene que marchar, pero mantiene la esperanza de que su influencia va a ser perenne, y las cosas, pese a las dificultades, se van siempre a resolver en favor de la defensa de los valores que han mantenido en pie a esta España nuestra durante más de cuarenta años de equilibrio, de progreso y sensatez. En algunos casos nos equivocamos, y la prueba de ello es la avalancha de descalificaciones que aparecen cuando te colocas en la misma situación crítica con que él lo hubiera hecho, como le ocurre a Felipe González y a otros viejos socialistas. Mis palabras eran las siguientes:
“Siempre me ha caído bien Rubalcaba. Me lo he tropezado varias veces en los aeropuertos, en esas horas de cautiverio que sufrimos después de pasar el control de seguridad hasta el embarque. No sé la razón por la que no ocupaba la sala VIP, pero, en cualquier caso, eso me gustaba y hacía surgir una corriente de simpatía. También verlo con sus vaqueros o con sus zapatillas deportivas desplazando la ligereza de su cuerpo ágil por los pasillos anchos, como si estuviera preparándose para correr. Rubalcaba es la antítesis del político con una imagen prefabricada, ese que nunca triunfa, porque su independencia y su coherencia no le permiten someterse a los rigores estúpidos del marketing. Tal vez porque sabía de estos límites se retiró de la política activa, privándonos de un caudal de sabiduría y de conocimiento, ajeno a cualquier truco de populismo oportunista. Rubalcaba es el nexo entre la vieja y la nueva política. Pertenece a los dos ámbitos. Quizá ha sido el eslabón posible para demostrar que una es consecuencia de la otra. Desde la sustitución de José Luis Rodríguez Zapatero hasta su renuncia para dar entrada a Pedro Sánchez, las cosas han ocurrido como si la conducción del rebaño socialista hubiera estado en sus manos. No imagino cuánto de su prudencia logró impregnar en las nuevas corrientes. Se encargó de colocar al toro en suertes como un buen subalterno. A veces a estos les toca desempeñar las tareas más difíciles. Lo tienen complicado para convertirse en primeras figuras, a pesar de que dominen las suertes de la faena del principio al fin. No han nacido para eso. No sabemos lo que nos perdemos desaprovechando a estos personajes hasta que somos capaces de echarlos de menos, pero ellos prefieren pasear a toda prisa por los pasillos de los aeropuertos con sus vaqueros y sus zapatillas deportivas, sabiendo que con eso nunca llegarán a ocupar el lugar en el que las cosas buenas que hay en sus cabezas se puedan traducir en acciones positivas para todos”.
Ha pasado un año después de la muerte de Alfredo y, desgraciadamente, la situación ha ido a peor en cuanto a la desvinculación de la actual directiva de los socialistas con aquello que él había pilotado como una transición pacífica de lo generacionalmente caduco a las soluciones improvisadas del nuevo progresismo, que ahora nos amenaza con la nueva normalidad. Mi preocupación es compartida por algunos miembros de la vieja guardia que se asoman a este medio, pero también es combatida ferozmente por los que cierran filas ante las consignas, vengan de donde vengan y signifiquen lo que signifiquen. Me sirven unos párrafos de un escrito que publica El País, titulado “Recordando a Alfredo”, y que está firmado por José María Maravall, José Enrique Serrano, Elena Valenciano, Jaime Liszavetzky y Gregorio Martínez. Ahí se dice, entre otras cosas, “Hoy se le seguiría consultando, especialmente en estas semanas en las que se han perdido las seguridades y el panorama solo ofrece incertidumbre”, en una clara alusión a que las cosas se pueden hacer de otra manera. Pero más adelante continúa con una opinión en la que coincido plenamente y que me ha costado importantes disgustos mantener. “Hoy parece tan difícil sostener una idea limpia y compartida de España como fondo permanente de la acción política, una concepción fuerte del Estado como instrumento para defender los intereses generales o, lo que es lo mismo, los intereses colectivos de los ciudadanos y con respeto real a la Constitución y al entramado institucional diseñado por ella”. Estoy seguro de que la mayoría dirá que eso no se refiere a ellos, que es un mensaje dirigido a los otros, que ellos están como una piña en la defensa de lo que ahí se expresa, pero no es así. Cada día mandan gente a la hoguera por decir cosas más suaves.

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