diario del aislamiento

Día 95

Hace sueño, demasiado -estructural, diría-. Los madrugones para entrar en la radio (COPE) siempre pasan factura cuando llegamos a junio -recta final de la temporada-. Cuesta bajarse de la cama, más que otros años (será que algo pasó meses atrás, un confinamiento o así; no lo sé, yo qué sé). Buceo, en las redes. Qué noveleros están en la Península con la FaceApp que cambia el sexo (en las Islas lo observamos con familiaridad, es lo que tiene salir en carnavales). Poco se habla de la desescalada de los que te han escrito durante el confinamiento (porque estaban aburridos) y poco a poco te dejan de escribir -lo ha publicado la vecina rubia, no le falta razón; quién no tiene conocidos que resucitaron aquellas semanas para volver a desaparecer-. El duelo por los abrazos, por José R. Ubierto (La Vanguardia). Pone el foco (con acierto) en cómo la pandemia mantiene confinados algunos hábitos -abrazos, besos ..- que nos definen o explican (el virus nos ha hecho un poco nórdicos por decreto; quizá nunca volvamos a exteriorizar los afectos como antes, qué lástima). Café, y van dos. Ayer me despisté (derrapé) con lo de Nadia Calviño -si llega a liderar el Eurogrupo seguiría sentada en el Consejo de Ministros; lo celebro-. Me lo advirtió (desde Madrid) Héctor Gómez -diputado, y amigo-. Años atrás (bastantes) viajaba a Bruselas constantemente -por trabajo-. Conocí un poco aquello, tendré que repasar (gracias, Héctor; bien apuntado). Día 95 -este diario está ya de sobremesa-. Seísmo periodístico. Soledad Gallego-Díaz ha dejado la dirección de El País, y Maruja Torres (siempre tan transparente, cristalina) tardó una milésima de segundo en anunciar que su artículo del sábado será el último que leeremos en ese diario. No tengo el coño para ruidos, escribió Maruja -auténtica, como suele-. Muchas firmas del país reciente han muerto u optan por abandonar la primera línea (qué pena). Trasteo, sigo. El Gobierno sopesa imponer una cuarentena a los turistas británicos. Cabría pedir a los ministros que sopesen a solas bajo la ducha, en la cama o en el ascensor. Dejen de sopesar en público (cada vez que lo hacen siembran incertidumbres, enfrían la demanda y retrasan la recuperación económica). Sigo. Los aviones son nuestra vacuna -el fármaco que nos sacará de la UCI laboral-, pero si volar a las Islas cuesta un riñón nos quedaremos sin tratamiento (el muro de los precios; lo escribí allá por enero, o febrero). Termino, con Bob Esponja. Ha salido del armario -es gay-. Me pregunto cómo se lo explicarán a sus hijos los adultos que viven (o argumentan) en el neolítico.

TE PUEDE INTERESAR