por qué no me callo

El parlante regional

En la política española hay una farándula periférica montada por los mismos de siempre. Las mismas voces imitándose todo el tiempo desde autonomías de desigual nivel competencial, pero todas ellas aplicadas al guion que los medios les confieren. Abre la boca el socialista García Page, cuya comunidad, Castilla-La Mancha, no le llega a Canarias ni a los talones pero ostenta una notoriedad que la eleva a los altares, y sus cuatro lugares comunes invaden digitales y logran siempre su cuota de ruido mediático. Opina lo que le venga en gana Javier Lambán y Aragón se erige en un oráculo nacional de referencia, con la primera parida que se le ocurra. Tanto Page como Lambán han pillado el acto reflejo de la prensa, y se turnan en lanzar diatribas contra Sánchez, porque si no apuntan alto, yerran. “Aguar el delito de sedición es invitar a que se haga cada fin de semana”, dixit Page antes de que estallara el coronavirus cuando se especulaba con que Sánchez pensaba resetear el Código Penal para aliviar las penas de Junqueras y afines condenados por el referéndum catalán. Ahora no pierde oportunidad de asomar la cabeza sobre los efectos de la Covid siempre por elevación disparando algún dardo a la Moncloa. El lunes, con Lambán, discrepó del reparto del fondo estatal de 16.000 millones. Pero antes se indispuso por el pacto con Bildu y previamente por meter a Podemos en el gobierno. Es un barón socialista que le tiene cogido el tranquillo al ruedo ibérico del circo mediático. Lambán está aprendiendo las reglas del juego. Si quieres salir, di algo de dios, chuta siempre para arriba y deja un titular: “Salvar vidas de aragoneses está muy por delante de salvar políticamente a Pedro Sánchez”. Eso es dar en la diana, en una de sus más célebres y recientes boutades. Pero en esta parodia participa un elenco más nutrido de predicadores. Uno de los clásicos es el presidente cántabro, Miguel Ángel Revilla, que tiene un partido regionalista, y no para de darle al bistec. Autor de libros de ocasión, suele atraer la mirada de las teles y desde que saltó a la fama por ir a ver a los presidentes en taxi a la Moncloa (un día de huelga del sector fue en un Smart eléctrico de un amigo y le regaló a Sánchez dos cajas de anchoas), ejerce de Cristina Almeida y larga de Marlaska, discrepa del desconfinamiento de los niños o reparte mascarillas de dudosa calidad. Siempre que puede, dispara contra algún líder nacional, abronca a Sánchez y reparte estopa a diestro y siniestro. Es un artista, la estrella mediática por antonomasia. También alcanzó Ana Oramas cuando traicionó a su partido votando no a la investidura del presidente: “Yo, en su caso, me iría”, dijo entrometiéndose. Ahora bien, la novelería política es una plaga. Y cada lidercillo prueba suerte en busca de los minutos de fama que decía Andy Warhol. López Mira (Murcia), Mañueco (Castilla y León) y el inefable Torra o la contrariada Ayuso, ambos positivos en la Covid y viperinos, no hacen sino acaparar el prime time de la cosa. Últimamente está probando fortuna a ganarse una cuota en la política nacional el popular Feijóo, y el lehendakari Urkullu se reserva para las grandes puestas de largo. De cuando en cuando, el andaluz Juanma Moreno se sobrepone a la timidez y da una alegría a Casado lanzando una puya a Sánchez con cualquier pretexto. No todos son cayetanos, pero ejercen y nos queda cara de pardillos asistiendo a la gran representación de esta farsa, que es una colección de bisutería política para sentirse importantes, influyentes y mirados desde Madrid. La pregunta como colofón ha de ser: ¿hacen bien los presidentes canarios borrándose del mapa, no jugando esa liga del estrellato mediático nacional, o deberían promocionarse más y entrar en el barro del trending topic tirándose los tuits a la cara como pequeños trumps?

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