Recibí por WhatsApp la que parecía ser la última portada de la revista Time. Era un reenvío. Suele pasar con las noticias falsas. Se propagan sin comprobar la verosimilitud. Costumbre inconsciente que fomenta la desinformación y, en ocasiones, la injuria. Perversas intenciones que no sorprenden en esta sociedad frenética, hostil, egoísta, chismosa, bravucona (“¡Viva el 8 de marzo!”, vocifera Pedro Sánchez) e hiperconectada. El mensaje en cuestión muestra la silueta del fleco de Adolf Hitler y su inconfundible bigotito simulado con el perfil del presidente estadounidense, Donald Trump. El rostro se complementa con la cabecera del Semanario y el atinado titular Racism. The greatest virus (El racismo. El mayor virus). Sin duda, impactante, solo que no se trata de una de las brillantes portadas del magazine norteamericano, sino una ilustración que el belga Luc Descheemaeker presentó a la exposición Trump, un muro de caricaturas, realizada en Ciudad de México en 2016. Eso sí, aprovechando la polémica suscitada, el artista ha declarado que la obra, firmada con el seudónimo O-Sekoer, refleja los días sombríos y surrealistas en Estados Unidos, comparándola con el cuadro Esto no es una pipa de René Magritte. O sea, una representación de la realidad, no la realidad en sí misma. Muy agudo. Además, rizando el rizo, pregunta: “¿Qué pasaría si esta imagen fuera una imagen real?”. ¡Uff! No quiero ni pensarlo. Prefiero los icónicos botes de sopa Campbell’s de Andy Warhol. Uno, que es prosaico y pop.
El caso es que los bulos están de actualidad. Pululan con desparpajo por Internet a través de las redes sociales, tendencia al alza que alimenta, por otra parte, el concepto de posverdad, neologismo que oculta la mentira emotiva, esa que se acepta porque sí y no se cuestiona porque supone asumir esfuerzo crítico. Es sucumbir al hipnotismo que la serpiente pitón Kaa ejerce sobre Mowgly en medio de la selva “Confía en mí…”. Suficiente para caer en la trampa, aceptar la falacia y echar más leña al fuego (efecto viral). “Me avergüenzo y me dan ganas de llorar”, clamaría Ana Oramas. Pero el embuste no nació con Carlo Collodi y el títere Pinocho. La distorsión deliberada es consustancial a la frágil naturaleza del ser humano, siendo especialmente visible en el ámbito de la política: “Hay que hacer creer al pueblo que el hambre, la sed, la escasez y las enfermedades son culpa de nuestros opositores y hacer, incluso, que nuestros simpatizantes se lo repitan en todo momento”, esgrimió Joseph Goebbels, ministro de Propaganda nazi en el Tercer Reich. Menos mal que la verdad, independiente de la percepción, siempre está ahí. El mito de la caverna de Platón consuela y el aserto de Abraham Lincoln, también: “Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo”.
El escepticismo reinante ha llevado a Facebook, por ejemplo, a subcontratar en España los servicios de empresas que se dedican al contraste de hechos. Oportunidad de negocio en el enrede. Así, Newtral, Maldito Bulo y EFE Verifica velan para que en la plataforma de Mark Zuckerberg no se cuelen sapos, a la vez que contextualizan publicaciones que puedan generar confusión, como el caso del dibujo satírico bicéfalo.
El lunes 8 de junio volveré a mi despacho en la Pirámide de Guajara de la Universidad de La Laguna. No lo piso desde que el 16 de marzo la Institución académica cerró las facultades y escuelas a raíz de la declaración del estado de alarma por la pandemia de la Covid-19. Aunque hemos trabajado en casa, el periodismo (y su intríngulis) se ejercita mejor en la trinchera, junto al denuedo del resto de colegas y próximo a la certeza.