en la frontera

Libertad, ideologías y la Covid-19

La libertad ha sido y es en Occidente -y podría quizás decirse hoy que en el mundo entero- uno de los valores clave que ha guiado la vida política a lo largo de todos los tiempos, pero de forma particularmente intensa y consciente en los dos últimos siglos. Es más, hay autores que han considerado que la historia universal no es más que una historia de la lucha de los individuos y los pueblos por la consecución de su libertad. Hoy, desde luego, en plena pandemia, la lucha por la libertad ante el despotismo y el autoritarismo con el que se conducen gobiernos en diversas latitudes acreditan la pertinencia, de nuevo, de este pacífico combate que a todos nos interpela. El liberalismo, como bien sabemos, afirma que la libertad es solo libertad del individuo y que no puede ser de otra manera, ya que el ámbito propio de la libertad está en la conciencia y en la voluntad del ser humano. Por lo tanto, toda pretensión de conseguir libertades colectivas o la búsqueda de una libertad abstracta, social, desligada de la realidad concreta, singular, desligada del individuo, que es el hombre realmente existente, es una entelequia. La libertad no es más que la libertad de cada uno, la de cada persona, la de cada ser humano. Y, hoy, muchas de ellas están amenazadas, como la libertad de expresión, la libertad de información, de movilidad, de reunión o, entre otras, de manifestación.

La aplicación de los criterios liberales a la vida social, en la búsqueda de la absoluta libertad del individuo, fue ocasión para los horrores de la explotación del capitalismo inicial, de los que son representación aquellas estampas inglesas del siglo XIX, en las que la miseria hacía presa en los poblados y extensos suburbios de las grandes capitales industriales. En buena parte, en aquella evidencia está la explicación de universales reacciones contra los abusos del capital, que llevaron a paulatinas correcciones de los criterios políticos liberales, y también al nacimiento de nuevos modos de entender la vida política y social, particularmente del comunismo.

La conciencia clara de las brutalidades del nazismo y la derrota bélica del fascismo barrieron del mapa político, de modo inmediato en los países derrotados, y con más o menos celeridad en los países que no participaron en la contienda, los esquemas ideológicos sobre los que se habían establecido aquellos regímenes de opresión. Así, de esta forma, ya solo se pudo llamar fascista -en un notorio abuso político de la expresión-a los comportamientos más o menos autoritarios o a las exaltaciones de carácter nacionalista. Por último, el derrumbamiento del muro comunista hizo ver a las claras, a quienes aún no lo habían percibido, el yermo económico y social al que Rusia y los países satélites habían sido reducidos con la política soviética.

¿Significa esto que las ideologías han muerto? Así debería ser, pues la experiencia histórica es bien palmaria: la explotación capitalista, originada en el descarnado pragmatismo e individualismo; la devastación del nazismo y el fascismo, producto de un feroz nacionalismo; la opresión inmisericorde del comunismo. Sin embargo, ante la colosal manipulación y control social que hoy, en plena pandemia, intenta transformar las conciencias de millones de personas que asisten desconcertados a una crisis social de colosales consecuencias, las ideologías regresan con el fin de aprovechar el descontento reinante y la mala gestión de la pandemia que se observa en tantos países.
Por eso, hemos de recordar una vez más que la democracia y el Estado de Derecho dependen fundamentalmente, no tanto de la letra de la Constitución, sino de que nosotros los ciudadanos le demos contenido real comprometiéndonos seriamente en el ejercicio de la libertad a diario y resistiendo inteligentemente la tiranía y presión del presente. Si no lo hacemos, otros lo harán por nosotros y bien que lo lamentaremos.

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