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Toque de queda en EE.UU. y Trump amenaza con el Ejército en las calles

Las protestas y enfrentamientos tras la muerte del afroamericano George Floyd a manos de la Policía y el tono desafiante y autoritario del presidente abocan al caos en la antesala de unas elecciones
Policías antidisturbios el área que rodea la Casa Blanca, en una nueva jornada de protestas cuando se cumple una semana de la muerte de George Floyd
Policías antidisturbios el área que rodea la Casa Blanca, en una nueva jornada de protestas cuando se cumple una semana de la muerte de George Floyd
Policías antidisturbios el área que rodea la Casa Blanca, en una nueva jornada de protestas cuando se cumple una semana de la muerte de George Floyd

Los enfrentamientos entre la policía y los manifestantes se intensificaron esta semana con protestas diurnas -en gran parte pacíficas- convertidas en actos de violencia y caos al caer el sol a pesar de los toques de queda generalizados y los despliegues de la Guardia Nacional.

A medida que el caos se extendió y la policía intensificó el uso de la fuerza, las autoridades estadounidenses dijeron que el país- ese país que tan bien conozco y tanto amo- estaba bajo ataque. La agresividad de los manifestantes se tradujo en auténticos actos de terror con un oficial de la policía, herido de bala en Las Vegas, o cuatro policías abatidos a tiros en San Luis, Misouri. En Nueva York, un coche se llevó por delante a un agente de la ley, y dos oficiales fueron atropellados también en Buffalo. En la otra costa, manifestantes armados con piedras y artefactos pirotécnicos asediaron una estación de policía en Seattle.

En medio, de lo que parecen imágenes propias del prólogo de una guerra civil, Donald Trump, autoproclamado “presidente de la ley y el orden”, prometía devolver el orden a las calles con mano dura y a golpe de ejército si no se ponía fin a violencia generalizada, e incluso a las protestas pacíficas, dispersando con gases lacrimógenos, flash granadas y balas de goma a manifestantes pacíficos a las puertas de la Casa Blanca, al parecer, para que Trump pudiera visitar una iglesia cercana (a menos de 150 metros), solo para figurar.

TIRA LA PIEDRA Y ESCONDE LA MANO

Mucho visitar iglesias, pero poca contrición: a medida que aumenta el descontento en la nación, en lugar de demostrar un mínimo de conciliación para apaciguar un país dividido por líneas raciales, ideológicas y políticas, el presidente de la discordia, llamó a las protestas “actos domésticos de terror” que serían aplacados por la fuerza. Trump dijo que se haría justicia para George Floyd, el hombre negro desarmado que murió después de que un oficial de policía blanco le pusiera la rodilla en el cuello hasta matarlo mientras lo arrestaban, sin que opusiera resistencia. Trump dijo que él, junto con muchos otros estadounidenses, estaba “asqueado” al ver un vídeo que mostraba el incidente, pero sus palabras no parecen hacer mella cuando sus actos muestran una actitud completamente opuesta.

Trump se mostró furioso por la cobertura mediática en que se veía representado como un cobarde atrincherado, escondido en un búnker subterráneo de la Casa Blanca, disponiendo de forma inmediata que lo vieran fuera de las puertas de la mansión presidencial, organizando una sesión fotográfica en la Iglesia de Saint John. Trump y su familia habían sido trasladados de urgencia al refugio mientras las protestas estallaban por fuera de la Casa Blanca el viernes por la noche, a partir de ahí, el presidente brilló por su ausencia el domingo y pasó la mayor parte del lunes a puerta cerrada, lo que generó preocupación -incluso por parte de sus aliados: en un momento crucial de crisis nacional había hecho mutis por el foro, dejando pasar varios días sin dirigirse a la nación ni hacer ningún llamamiento formal a la unidad, poniendo en peligro su reelección. Sin embargo, y por no variar, Trump, en una acalorada llamada telefónica con los gobernadores a principios de esta semana, echó la culpa a los mandatarios estatales y dejó en manos de estos resolver la crisis, acusándolos de débiles.

LA IRA SE PROPAGA COMO EL FUEGO POR LA NACIóN

La ira que corre y contagia desde las calles de Minneapolis hasta el soleado Miami está poniendo a prueba la capacidad de los líderes norteamericanos para dar con las palabras, políticas y acciones que puedan solucionar las quejas que van mucho más allá de la muerte de un hombre negro desarmado. Los participantes de manifestaciones nacionales contra la brutalidad policial y la desigualdad racial se han quejado de una amplia gama de injusticias, y sus quejas –que no son nuevas- ahora se están amplificando por un coro creciente de voces corporativas y cívicas que exigen una transformación.

En medio de la crisis sin precedentes del coronavirus y a menos de seis meses para la celebración de las elecciones generales, las protestas reflejan una convulsión nacional que demanda revolver viejas divisiones políticas complejas.

Trump, por su parte, se ha mostrado reacio a ajustar su enfoque combativo a pesar de los disturbios generalizados.

Los líderes de los derechos civiles dicen que el presidente ha abusado de su autoridad, y hace poco para cambiar la situación, mientras militantes de ambos partidos proponen una nueva legislación destinada a abordar algunos de los temas centrales de las protestas, y otros han expresado una postura abierta al diálogo con los manifestantes.

La muerte de George Floyd y los disturbios posteriores han obligado a los estadounidenses de todas las tendencias a entablar conversaciones difíciles sobre discriminación racial, brutalidad policial y la desigualdad económica.

¿QUIÉNES SON LOS VIOLENTOS?

Existen protestas pacíficas que continúan pacíficas hasta el final, otras que se van de las manos, y otras que desde el principio están destinados a estallar en violencia. Numerosos líderes políticos – empezando por Trump- han formulado acusaciones hacia varios grupos, afirmando que una agenda radical está a la cabeza del infierno que vive la nación.

El gobernador de Minnessota, Tim Walz, dijo que tienen razones para creer que los radicales continúan infiltrándose en las protestas legítimas por el asesinato de George Floyd, sugiriendo previamente que los supremacistas blancos o manifestantes procedentes de otros estados han fomentado los disturbios. En Nueva York, un alto cargo de la policía dijo que los anarquistas planearon iniciar el caos en la ciudad incluso antes de que comenzaran las protestas, manteniendo rutas de suministro para distribuir gasolina, rocas y botellas, así como señalar áreas desprovistas de atención policial, preparados para causar daños a la propiedad, especialmente en zonas más pudientes o en tiendas de artículos de lujo.

Tanto la extrema derecha como la izquierda están siendo acusadas de incendiar los ánimos. Trump culpó a lo que llamó la izquierda radical “Antifa” -un movimiento difuso de manifestantes de izquierda involucrados en tácticas de vandalismo-. El presidente llegó a decir que designará a Antifa como una organización terrorista, aunque no está claro con qué autoridad legal contaría para hacerlo.

Los supremacistas blancos y los grupos de extrema derecha también han sido acusados como responsables de la agitación con la intención de acelerar el colapso de un EE.UU. diverso y multicultural. Según algunos testigos, los manifestantes violentos en Minneapolis incluían a jóvenes blancos bien vestidos con calzado caro, armados con martillos e incitando a incendiar edificios.

PAGA JUSTO POR PECADOR

Tanto empresas grandes como negocios pequeños han pasado a hacer objetivos cuando las protestas pacíficas se han vuelto destructivas, poniendo de manifiesto la injusticia que hace pagar a justo por pecador en los incidentes violentos a través del país.

Muchos negocios han visto sus comercios destrozados y han tenido que cerrar ubicaciones. Los propietarios de pequeñas empresas, algunos de los cuales esperaban reabrir tras las crisis de la Covid-19 en Minnesota suplicaban a los manifestantes que perdonaran sus negocios. Cientos de tiendas minoristas resultaron dañadas solo en ese estado. Algunas de estas pequeñas empresas tienen un seguro que cubrirá sus pérdidas, pero otras no.
También los periodistas de varios medios se han visto agredidos tanto por manifestantes como por la policía, mientras ejercían su labor. Y agentes de la ley, se han visto acosados, golpeados, heridos e incluso han perdido la vida mientras hacían su trabajo. Lo dicho, paga justo por pecador, porque si bien hay manzanas podridas en el saco, y es entendible que se hayan desarrollado las protestas, no todos -ni la mayoría- de los policías son racistas o corruptos.

LA RESPONSABILIDAD DE TRUMP

Nadie lo podría explicar mejor que él mismo. Donald Trump lo dijo mejor que nadie hace cuatro años: “yo hago salir la rabia”.
Hoy, Estados Unidos arde y se desmorona mientras Trump mira hacia otro lado. Mucho de lo que está ocurriendo le pasará factura, porque a él le corresponde gran parte de la cuenta. En su discurso inaugural, Trump prometió el fin de la carnicería estadounidense, y en su discurso de aceptación, prometió un rápido final a la violencia en las calles y el caos en las comunidades. En aquel momento, esta perspectiva solo existía en la mente de Trump, ahora es una realidad aterradora para todos.

Trump, en su papel de emperador imaginario amenaza con movilizar tropas federales contra ciudadanos estadounidenses en territorio estadounidense sin permiso de los gobernadores, un acto asociado con países totalitarios. Ignoró una pandemia que se aproximaba, abocando la crisis a una catástrofe en los Estados Unidos y empeorando el mayor colapso económico desde la Gran Depresión, con más de 40 millones de personas desempleadas y más de 100.000 muertos. Mientras tanto, su afán por despedazar el tejido de la sociedad civil, su desmantelamiento de las instituciones y su glorificación del racismo y la violencia finalmente han incendiado Estados Unidos.

Es verdad que no fue la rodilla de Trump la que presionó hasta la muerte la garganta de George Floyd mientras pedía clemencia. La brutalidad policial contra los afroamericanos, y el racismo en general, ha sido parte de la historia de EE.UU. durante siglos, pero el presidente ha alimentado esa furia con su constante diarrea verbal, ignorando los intentos de reformas policiales, incitando a la agresión policial por medio de su discurso violento. En estos cuatro años ha hablado de disparar a inmigrantes desarmados en la frontera; compartido vídeos violentos en Twitter; elogiado a un congresista por agredir a un periodista; animado a dar palizas a manifestantes; bromeado en público con golpear a uno y ofrecido pagar a los abogados de quienes lo hagan. Trump ha combinado su retórica violenta con apoyo a la agresión policial, instando durante uno de sus discursos a la policía a no ser “demasiado agradable” con los detenidos.

En Minneapolis se han visto las consecuencias de su discurso y su actitud, y en las manifestaciones iracundas a través del país vemos el ejemplo de una presidencia que proclama el uso de la violencia. Mi querida América…What the F.?, es hora de despertar antes de que todo se termine por derrumbar.

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