tribuna

La biblioteca del destino

Este libro me costará el exilio, dice, con temor y reclamo, mi buen amigo Fernando Jáuregui, que acaba de publicar La ruptura

Este libro me costará el exilio, dice, con temor y reclamo, mi buen amigo Fernando Jáuregui, que acaba de publicar La ruptura, sobre el fin del Régimen del 78, pero que bien podría sugerir la misma deriva acerca del sistema de castas virreinal de Coalición Canaria, ya camino del medio siglo en el poder en algunas instituciones, si retorna a ellas con las golondrinas de mar del PP tras la tempestad del audio de Díaz Guerra. El 13 de este mes vuelve a Santa Cruz Bermúdez con clámide ceremonial donde antes Patricia Hernández lucía peplo, en una ciudad siempre regida por hombres en la que reina UCD-ATI-CC desde el pleistoceno del 79, la Transición en carne viva, que Jáuregui sospecha en vías de extinción de monarcas y afectos.

Estoy hablando de libros de periodistas que no se llevan los secretos a la tumba. De Jáuregui y toda una generación de las plumas mejor informadas, columnistas, exégetas y contertulios de la farándula política nacional (de las leyendas de un rey rijoso del siglo pasado al thriller de la tarjeta del móvil con fotos íntimas de la asistente del vicepresidente segundo del Gobierno de Sánchez), con sus reyes caídos, suicidios en las urnas, jueces, empresarios y espías en la sombra. De ahí la versión canaria de las cintas de Corinna en los audios de la censura de Santa Cruz: nada resulta más intrigante y taimado que una grabación pirata. En la que fue portada ayer de DIARIO DE AVISOS, el futuro vicealcalde echa su leña particular a la hoguera de las vanidades del teatrillo de títeres de la política santacrucera. La famosa novela de aquel título sobre la cínica sociedad neoyorquina, obra de Tom Wolfe, otro mítico escritor periodista, contaba en su trama con el ardid de una grabación encubierta. Jáuregui aborda la ruptura política en España. El periodismo nacional ignora el contubernio recalentado de estos peñascos. Los jáureguis, pérez-revertes o netflix se pondrían las botas. Hay libros escritos en la mente de todos, a la espera de autores, en distintas versiones a tenor de cada colmillo retorcido y su patrocinador. Este tema de los libros pre-escritos me permite deslizar una teoría infundada pero fascinante.

En las tripas de las redacciones de periódicos (y el nuestro acaba de cumplir 130 años) se asiste todos los días a un espectáculo de argumentos. En Canarias, para lo sugerente que es su escaparate político, salen pocos libros periodísticos a la luz, que, en su defecto, se escriben solos en las hemerotecas.

Fabulemos sobre la quimera de que haya esos libros predestinados en alguna biblioteca de tapadillo, ahora que no cuesta imaginar semejante bibliopedia virtual de Pérgamo o Alejandría, donde las historias ya labradas acaban siendo exhumadas y exhibidas por la mano que las rescate. Conozco algunos libros surgidos de ese imperio misterioso de libros nonatos, que fácilmente confundimos con la rutinaria imaginación.

De vuelta al epicentro de este oficio de nuestro aniversario, estas fábricas de sucesos cotidianos que son los periódicos nos arrojan a la cara la materia prima con la insidiosa consigna de, anda, atrévete, escríbelo. En mi fábula, el autor siempre es un elegido, va y selecciona el tema y la obra y extrae del anaquel imaginario el ejemplar que le apetece o busca. El gran almacén de la inspiración inagotable. A quienes ese déjà vu les resulta familiar aceptarán mi teoría hipotética y, si se quiere, no menos esotérica.

En estos cuatro años viéndolas pasar (las noticias) al timón de un periódico he parido dos libros y pico. Atentos al pico, que puede ser el más incisivo de los tres. La historia de Elías Bacallado (Gracias a la vida, se tituló con el fino dardo de Lucas Fernández) era la rememoración vindicativa de un hombre que cruzaba las fronteras a la búsqueda de un destino que soñaba inexplicablemente lejos. En su biblioteca imaginaria ya estaba escrito ese libro, que empezamos a buscar juntos cuando nos citamos en el hotel Mencey sin más nexo que la desmemoria, pues Elías convalecía del último de sus ictus y le fallaba lo más necesario: los recuerdos. Tuvimos suerte y encontramos su libro en una estantería de esa biblioteca de las memorias olvidadas del tiempo. Allí estaba su Gracias a la vida, que el DIARIO dio a la imprenta. Con ayuda de la pequeña escalera escabel del bibliotecario Borges de turno (esta historia le tributa), nos hicimos con el libro y le dimos vida. Miles de ejemplares fueron a parar a las manos de nuestros lectores. “¿Cuántos que tú conozcas pueden decir lo mismo?”, le elogié al final.

Esta matraquilla no me pertenece en exclusiva. La compartirán todos aquellos que, como Sábato, afirmen que sus personajes poseen vida propia y origen ignoto. Vamos pescando y pergeñando libros intuidos como obras acabadas que reclaman autoría. En los últimos 50 años de oficio (tales cumplo desde hace un puñado de meses), me he dejado tentar más de una vez por esa invocación fabulosa. Hace unas pocas semanas, terminé El Libro del confinamiento (la enfermedad del mundo), guiado por esa impronta, como si volviera de los pasillos insondables de la admirada biblioteca inacabable donde aguardan las vivencias de todos nosotros con sus hechos más trascendentales e íntimos. Y estaba allí, descrita la cuarentena de todas las latitudes, debidamente compilada y a la espera de su edición. Cada libro es un hallazgo, al encuentro de su autor predestinado, ese arqueólogo. Las noches en vela que pasé escribiendo sobre la pandemia fueron el procedimiento. El libro estaba en la cabeza, en la biblioteca, en su anaquel. Al cabo de cincuenta noches adquirió su tamaño definitivo. Como quiera que este sí era un libro virtual, que los lectores se han ido descargando en nuestra web, resulta obvio que mi ensoñación cobraba todo el sentido. En la biblioteca de los libros preexistentes hay muchos títulos que esperan su turno. En realidad, somos los amanuenses de un autor omnisciente, que precede al afortunado escritor de carne y hueso, cuya vanidad, por cierto, no se merece.

TE PUEDE INTERESAR