La sirenita del puerto de Copenhague, verdadero símbolo de la ciudad y hasta de Dinamarca, no se escapa de la acción de los extremistas. Su base de piedra ha aparecido pintada con la expresión “racist fish” (pez racista) y sus pechos han sido cubiertos con pegatinas. Incluso la han raptado varias veces, aunque siempre aparece. Cuando yo vi por primera vez la sirena sufrí una frustración: era mucho más pequeña de lo que imaginaba. Años más tarde, cuando el Tenerife jugó los cuartos de final de un torneo continental ante el Brondby, acompañé a visitarla a un grupo de tinerfeños que formaban parte de la expedición de aficionados del Tete. Fue un viaje precioso. Recuerdo la ocasión con algunas fotos y con un cenicero muy original que mi buen amigo Publio González Hermoso, que en paz descanse, pidió prestado para mí en un restaurante en el que cenamos. Lo tengo en mi museo particular de cosas entrañables y sin valor (para su dueño tienen mucho valor). Ahora, los gamberros, disfrazados de populistas, ecologistas falsos, etcétera, han considerado que la sirenita es un pez -o habrá que decir una peza- racista; nada menos. Como Fray Junípero Serra, Cristóbal Colón, Isabel la Católica y no sé cuántos personajes más, que han sido acusados de genocidas. El mundo camina hacia su destrucción y nadie parece enterarse. Se maneja la historia a conveniencia y se niegan evidencias contrastadas por parte de analfabetos que no han leído un libro en su vida. Estamos pasando, lo he dicho muchas veces, por una hora fatal, por una corriente destructora que no merece triunfar. En España la conocemos de manos de minorías locas que reniegan de todo, menos de ellas mismas. Cuanto más viejo me hago, más deploro estas actitudes gamberras, que no aportan nada a la cultura ni a la vida, sino a la sinrazón. Son los nuevos nazis.