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Que se te estropee el ordenata un domingo

Mierda que se te estropee el ordenata un domingo/tarde. Llamo a mi sobrino Jorge, que es un amañado, y no hay forma. Se ha desconfigurado el correo electrónico, se han borrado todas las bandejas. Pero, oh puto capricho de los dioses, abro el otro ordenador, el portátil, y el correo está como los ángeles, con las bandejas intactas, todos los mensajes de entrada y salida perfectos, tal y como si no hubiera ocurrido nada. ¿Qué pasa aquí, caballero?, que diría un cubano. Llamo a un amigo con diploma de amañado superior y va a venir mañana. Y en esas estoy, cuando escribo, a altas horas de la madrugada, con las ingles irritadas de los nervios y el coronavirus acechándome por la ventana, como a todo el mundo. Heme aquí con el portátil encendido para recibir correo y el moderno de mesa en funcionamiento para enviar, en este caso con resultado incierto, el artículo al periódico. No le deseo ni a mi peor enemigo una avería dominical, ni un sobrino amañado, aunque con muy buena voluntad, que se zampó, mientras intervenía en el desorden, media ración de carne fiesta de La Compostelana (la otra media la ingirió este servidor). Fue una noche terrible. Lo intentamos todo: recomponer la cuenta, cambiarle la contraseña, manipular el Outlook, todo, oiga, todo. Con resultados altamente desalentadores. Aquello estaba más averiado que los oídos de mi hermano Pepe, que hace tiempo que no perciben sonido alguno. Mi esperanza, a la hora en que escribo, es que pueda enviar esto al periódico, en plan prueba, y ver si me tranquilizo hasta que mi amigo, el amañado superior, llegue, y no se le pinche una goma, lo cual sería tan grave como que usara un condón violentado por la carcoma.

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