el charco hondo

VAM

Aunque lo parezca, no es una marca de zapatillas deportivas, un organismo público o un museo de arte moderno, tampoco un gel antiinflamatorio, un rapero o una discoteca -discoteca, local público donde en la antigüedad se servían bebidas y bailaba sin mascarilla, distancia social, geles o mamparas-. VAM es otra cosa. Los VAM es una tribu emergente, un club que gana adeptos, vecinos, compañeros de trabajo, familiares, amigos o conocidos que en el ascensor, la oficina o por la calle solo abren la boca para dar la última hora de la pandemia. A los VAM -Vamos A Morir- solo les sale hablar de rebrotes, propagación del virus, positivos, picos, fallecidos, contagiados o porcentaje de ocupación de las UCI. Al parecer, incluso cuando no se nos pasaba por la cabeza vernos en éstas -con los teatros vacíos y los hospitales llenos- los VAM tenían acreditada una trayectoria de relumbrón como cenizos, pesimistas sociales, tristes vocacionales, gente que se mueve como pez en el agua cuando las conversaciones se tiñen de derrotismo. Responsables somos o deberíamos ser todos, sin excepción. Y conscientes. No hay que ser de los VAM para tomarse en serio el seguimiento a los brotes, las olas o las consecuencias económicas, sociales y laborales que la COVID-19 está dejándonos en herencia. La diferencia entre los VAM y quienes no lo somos es que hay quienes, siendo tan realistas como constructivos, hemos concluido que esto va para largo, y que, siendo así, más nos vale afrontarlo con una actitud diferente al modo-VAM, sabiendo lo que hay pero sin renunciar a vivir, hacer planes, vivir, trabajar, vivir, viajar cuando toque, vivir, dejar que el mar nos abrace, vivir, permitir que el monte nos bese, vivir, hablar de otras cosas sin dejarnos arrastrar por los VAM, capaces de hundirte el día con el último parte de guerra en el sur de Madrid, en no sé qué pueblo de León o en vete tú a saber qué comarca de Huesca. Todos tenemos algún VAM en la oficina, en los chat o en la comunidad de vecinos. Son fáciles de identificar. Sus ojos (única información facial disponible) tienen forma de boletín informativo, se mueren por contarte la última hora de los contagios en Alcántara de los Riachuelos o San Martín de los Álamos. No intentes sacar a un VAM del monólogo, se siente perdido. Y no los retengas porque necesitan entrar en los digitales cada diez minutos, para actualizar datos que alimenten su siguiente conversación. Nada es sencillo, ya lo sabemos, pero si nos sentamos a esperar a que las cosas sean como antes nos plantamos en 2023 sin otra cosa que hacer que escuchar el monólogo de los VAM.

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