tribuna

El año de la máscara

Mi amigo Carmelo Rivero, el director de DIARIO DE AVISOS, donde publico habitualmente mis artículos gracias a su benevolencia, me envía un texto en PDF que hoy aparece de forma gratuita en el periódico con el título de El año de la máscara. Biografía de 2020. Dice que está escrito a vuela pluma, pero a mí me parece un análisis muy sosegado de las cosas que nos están ocurriendo de verdad, más allá de esa competición liguera en que se ha convertido la publicación de los resultados de la pandemia. Lejos de esa vulgaridad imitando a la hoja volandera que se pregonaba los domingos a la salida de los cines anunciando los resultados de la quiniela al grito de ‘Los Goles’, es muy interesante tropezarnos con el escrito de Carmelo, como un oasis en medio de las dunas repetitivas del desierto. Habla de la distancia que hemos establecido en nuestras relaciones, y, acertadamente, dice que no nos ha cogido por sorpresa porque ya nos habíamos entrenado previamente con los ejercicios de ficción a que nos obliga el mundo digital en el que estamos inmersos. Ya nos hemos acostumbrado a los abrazos virtuales de Gay de Liébana en sus apariciones on line, a las citas concertadas a través de las redes, que parecen resucitadas de los consultorios sentimentales de las revistas cutres, y a los encuentros a ciegas con personas desconocidas, igual que se hace en las discotecas a donde acuden los desesperados y desesperadas más allá de los toques de queda. Lo importante no es que el mundo acepte estas formas de apariencia para fijar la práctica de las relaciones. Antes se decía ‘el hombre nace, crece, se reproduce y muere’; de estas cuatro funciones, dos de ellas, la primera y la última se efectúan en solitario, la segunda precisa de una cierta ayuda hasta lograr la autonomía, y la tercera, por el momento, necesitaba de una colaboración íntima y estrecha entre dos, que ahora puede ser sustituida por el conocimiento y el flirteo a través de una pantalla y la remisión de un vial con esperma a través de un servicio de mensajería. Lo importante es que nada cambia a pesar de estas restricciones, los avances continúan alargando nuestros apéndices para las decisiones allí hasta donde lleguen unos impulsos electrónicos trasladados por el inmenso espacio del universo digital. Hoy fabricamos algoritmos para facilitar la comprensión de estas cosas, no es difícil que nos conformemos con el procedimiento razonable de los dos dígitos para conseguir entendernos; al final, todas las demás posibles combinaciones para comunicar la realidad la relegamos a la literatura, que será el gran sustituto del régimen de la inteligencia. Con todo, estamos ante un sorprendente alarde de tecnología que, superando las barreras tradicionales en la comunicación, ha hecho posible intercambiar investigaciones y someterlas a prueba en ámbitos suficientemente extensos para que tengamos una vacuna que nos proteja, aunque la gran masa la confunda con un milagro y crea que viene de la mano del niño Jesús o de los Reyes Magos. Carmelo Rivero extiende la duda de si este sistema, aparentemente provisional, ha venido para quedarse. Yo creo, y él también lo hace, que ya estaba aquí. Lo único que ha pasado es que una circunstancia nos ha obligado a incorporarnos a la modernidad de sopetón. A veces nos metemos en la piscina de aguas heladas poco a poco. Empezamos mojándonos los pies, luego pasamos a las rodillas, humedecemos la cintura y mojamos la nuca, que es donde reside la peor sensación de frigidez. Otros lo hacen de golpe, en un solo acto, eliminando las gradaciones a que obligan los procesos de adaptación. Una vez en el interior del agua, todo se homogeniza y pasamos a pertenecer a un ambiente natural, con unos grados menos. Esto es lo que hemos hecho: penetrar de lleno en ese futuro que tanto trabajo nos costaba afrontar. Con esto le auguro un gran futuro a los escritores.

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