La derrota del populismo de derechas que Trump lidera en Estados Unidos ha sido relativa. Está por ver si es un suspenso recuperable en exámenes futuros, tanto en ese país como en el extranjero.
Como buen populista –y demagogo-, Trump es tan contradictorio que ahora acusa de fraude electoral a unas instituciones a las que siempre alabó en nombre del patriotismo, un patriotismo que esgrimió contundentemente, por ejemplo, en las relaciones económicas y financieras internacionales.
Según era de esperar, se resiste a aceptar y reconocer su derrota, y este hecho sí es absolutamente nuevo y sorprendente en la historia electoral norteamericana: nunca antes de él un candidato derrotado había puesto en cuestión el sistema. Sin embargo, la multitud de recursos y demandas judiciales que sus abogados han interpuesto en muchos Estados sobre supuestos fraudes electorales están siendo rechazadas o desestimadas porque no ha presentado ninguna prueba fehaciente, más allá de sus propias declaraciones, y, en realidad, ya no tiene ninguna opción real de revertir los resultados.
El detallado proceso de transmisión del poder entre la Administración saliente y la entrante tendrá un trámite decisivo el próximo día 14 de diciembre, cuando el Colegio Electoral de compromisarios de los Estados y el Distrito Federal, integrado por 538 miembros desde 1964, vote formalmente la presidencia de Estados Unidos. En el pasado esa votación era real y decisiva, pero ahora se ha convertido en una mera formalidad: ya sabemos que Biden obtendrá finalmente 306 votos y Trump 232.
A partir de ese día el proceso se acelera hacia el siguiente 20 de enero, cuanto a las 12 del mediodía hora de Washington, frente al Capitolio, juren sus cargos la nueva vicepresidenta y el nuevo presidente, por ese orden.
El líder de los republicanos en el Senado federal ha asegurado que, a pesar de todo, el proceso se desarrollará correctamente y con la más absoluta normalidad, y todos esperan que sea así y que Trump termine por aceptar la realidad. En ese sentido, la directora de la Administración de Servicios Generales (GSA), Emily Murphy, deberá reconocer oficialmente a Biden como presidente electo. Sin una aprobación de la GSA, Biden y sus colaboradores no tienen acceso a los fondos para la transición y otros recursos, incluidos los informes de inteligencia.
Un indicio de que Trump está entrando en razón y terminará por claudicar ha sido su insinuación de que querrá ser candidato de nuevo en 2024. En la historia electoral norteamericana solo hay un precedente de un presidente con dos mandatos no consecutivos: el demócrata Grover Cleveland perdió en 1888 frente al republicano Benjamín Harrison, al que venció cuatro años más tarde.
Está por ver si un Trump de nuevo candidato beneficiaría o perjudicaría a los republicanos, que han mantenido su mayoría en el Senado y han frenado a los demócratas en la Cámara baja.
El presidente saliente ha purgado el partido de todos sus oponentes y le ha impuesto su ideología.
Se suele decir que en Estados Unidos hay cincuenta Partidos Republicanos y cincuenta Partidos Demócratas, porque en cada Estado tienen dinámicas políticas, bases y electores diferentes. No todos los republicanos comparten la propuesta de Trump. El futuro nos dirá si Trump comparte las propuestas de ellos.