porqué no me callo

Salvar Tenerife

Salvar la Navidad puede ser un mantra eufemísticamente contagioso. Pero no tanto como la propia COVID si le hacemos el paseíllo y nos relajamos en fechas tan proclives al contacto y el reagrupamiento familiar. La controversia entre autonomías y el Estado sobre el número de comensales el 24 y el 31 de diciembre complace a esa propensión seudonegacionista que invita, con ayuda de médicos y expertos escépticos, a hacer la vista gorda respecto a las restricciones oficiales. Toda esta crisis ha estado trufada de interferencias, desde todos los ámbitos, inclusive la OMS, que es como el oráculo de Delfos. La oficina del doctor Tedros Adhanom no vio siempre con buenos ojos el uso obligatorio y generalizado de la mascarilla, por ejemplo, y hasta el otro día dudaba de que el virus se transmitiera por el aire. Habida cuenta estas y otras perlas, se hace uno idea del grado de improvisación en que nos hemos movido. Ahora bien, disentir del quórum navideño se me antoja una peligrosa trifulca. La tercera ola que amenaza con expandirse en Nochebuena como en una noche de los cuchillos largos, debería más de uno hacérselo mirar. Si, como dicen los responsables de las UCI, no están en condiciones de afrontar un rebrote de esa naturaleza, hagamos planes realistas para el ágape y el resto de la velada. El estado de alarma del 14 de marzo sentó el precedente y desde entonces ha sido él listón de las medidas excepcionales. La mera contraofensiva para Salvar la Navidad como si de un pulso al Estado se tratara plantea cierta ofuscación. Si resulta que media España ha estado amurallándose y con toque de queda, y más allá de los Pirineos las restricciones oscilan entre el confinamiento y el cierre perimetral, en qué cabeza cabe que estas Navidades van a ser la excepción. Sean seis o diez los comensales de la cena de marras, el modus operandi será el habitual desde que en marzo le vimos las orejas al lobo. ¿Es que hemos olvidado que España está bajo un estado de alarma hasta mayo? ¿Y que los muertos y positivos diarios aconsejan reducir los aforos de convivencia hasta que las vacunas hayan inmunizado a una porcentaje considerable de población? Tenerife es un buen termómetro para que tomemos conciencia. En la Isla han fallado estrepitosamente las medidas para revertir la escalada de contagios. Llevamos tres meses subidos al potro salvaje de este rodeo y no hay manera de que remitan las cifras en los partes diarios de Sanidad. En nuestra redacción se acumulan casos en lista de espera para ser visitados por el rastreador que pueden durar una semana de promedio. En esas condiciones, la cuarentena preventiva, y sus consiguiente absentismo laboral, plantea un cuello de botella que no parece razonable si lo urgente es detectar positivos y aislarlos además de sus contactos más estrechos. En privado se nos dice que el protocolo no funciona, no es operativo, al menos en Tenerife, en contraste con otras islas dotadas de una respuesta más ágil y eficaz a la hora de hacer PCR a las llamadas de alerta que recibe el Servicio Canario de la Salud. Tenerife no puede ser un caso imposible, mientras decaen los contagios en la Península y resto de islas. Vienen el puente y la Navidad, y Tenerife es el patito feo. No nos hace ninguna gracia.

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