Desde hace semanas se veía venir. El presidente Donald Trump perdió los comicios el 3 de noviembre de 2020 y desde entonces no ha parado de predicar a su corte de fanáticos que le robaron las elecciones, que ha sido víctima de un colosal fraude electoral y que nunca iba a admitir la victoria de su adversario, Joe Biden.
Trump siempre ha presumido de ganador y le resulta imposible computar que perdió en esta ocasión: una derrota que ni siquiera fue reñida, con una diferencia notable de votos de los colegios electorales, 306 a 232. Esa inhabilidad de aceptar la realidad unida al hecho de estar constantemente rodeado por una banda de culichichis que han continuado susurrando al cada día más disparatado mandatario, que pese a todo triunfará, han sido caldo de cautivo para la vergonzosa situación que se vivió ayer en la capital de la nación, que solía presumir de tener la democracia más sólida, más grande y más envidiada del mundo.
Tras una cascada de juicios, apelaciones y procesos legales, que finalizaron con al menos 62 derrotas en los tribunales por falta de pruebas. Un Tribunal Supremo conservador (6 republicanos y 3 demócratas), varios de ellos nominados por el mismo Trump, que tampoco le dio la razón al magnate; un fiscal general, que había sido la mano derecha de Trump, William Barr, diciendo que no hubo ningún fraude electoral, lo que provocó que el presidente se empezó a ver cada vez más cerca del precipio. Trump comenzaba a sentir el amargo sabor de la derrota frente a un adversario del que se burló y llamó Sleepy Joe (Joe el somnoliento), y la presión de saber que una vez que deje de estar aforado le esperan una serie de procesos legales (penales y civiles) de los que no logrará zafarse esta vez.
La humillación es demasiada para este hombre, que no solo no logró la reelección, sino que fue imputado en un juicio político que perdió bajo su mandato la Cámara de Representantes y el Senado, y más de 350.000 personas han muerto por culpa de su pésima gestión de la pandemia, de la que ni siquiera se ha acordado en los últimos días.
Se venía cociendo
Sin nada que perder, Trump es un animal peligroso. Durante las últimas semanas, hemos estado advirtiendo de que algo se cocía y que el presidente no se irá por las buenas: lo hará por las malas y hundirá el barco con todos dentro si es necesario.
El martes se llevaba un golpe durísimo. Perdía los escaños del Senado en Georgia, y ya alentaba a las masas a presentarse (en medio de una pandemia) en masa en Washington, D.C. para protagonizar, según sus palabras, “una protesta salvaje”.
La fecha era clave. Lo que normalmente es un acto tranquilo, una mera formalidad en la que se reciben en en Congreso en una sesión conjunta los votos de los colegios electorales, se leen y se anotan, para finalmente el vicepresidente del gobierno anunciar el ganador de las elecciones, ya se presentaba como un acto complicado.
Más de 140 representantes de la Cámara habían anunciado que iban a objetar, así como 13 senadores, entre ellos, el senador de Texas, Ted Cruz (que mal que me pese, tiene raíces canarias). En realidad, el próposito era simbólico, generando una demora en la certifcación de Biden como ganador por unas horas o un par de días que, de ninguna manera legal, podría afectar la transición de poder el 20 de enero.
Sin embargo, Trump prometía a sus fanáticos que en ese acto, el vicepresidente Mike Pence iba a “hacer la correcto” y, por medio de alguna fórmula mágica, iba a anular el resultado de las elecciones. Pence se resistió, trató de hacer entender al presidente que él no tiene el poder para llevar a cabo la -y perdonen la expresión- burrada que le pedía su superior. Furioso, Trump lo acusaba hoy ante el público que se congregaba desde temprano en Washington, y advertía con amenazas de que más le valía a Pence que hiciera lo que le había pedido.
No me entiendan mal, Mike Pence, el Senador por Indiana, no es mejor que Trump en muchos aspectos, pero difícilmente se iba a doblegar a hacer algo tan inmoral.
Trump, sin embargo, tenía otra carta en la manga, y aunque hasta ahora no ha mantenido ninguna de sus promesas, en este caso, su tease de que algo iba a pasar hoy, sí ocurrió: una insurrección, una desgracia para la democracia estadounidense, y un intento descarado de provocar un golpe de estado.
Asalto al Capitolio
No nos engañemos, Trump arengó a sus “tropas” durante su discurso de la tarde, los invitó a marchar hacia el Capitolio y aunque dijo que lo hicieran “de forma pacífica”, ya había pedido anteriormente que fueran armados y que fuera “salvaje”.
Miles de personas se presentaron en la ciudad, cuya alcaldesa Muriel Bowser, ya sabía ocasionarían problemas. Conozco a Bowser, no se anda con chiquitas, y es muy inteligente. Previendo la jugada de Trump, advirtió que dejaran marchar a los manifestantes y que solo la Policía Local y la Guardia Nacional de Washington (que depende de ella), se hicieran cargo de la situación. La alcadesa llegó a pedir ayuda a las autoridades locales del condado de Montgomery en Maryland. La idea era que el distrito no recurriera a la ayuda de los militares, porque se le iría la situación de las manos. El mandatario sería el encargado de hacerlo, de declarar una Ley Marcial, de invocar la Ley de Insurrección, y de ahí a una dictadura, hay un paso. Trump, por ahora, sigue siendo presidente y es el jefe de las Fuerzas Armadas.
Los conflictos empezaron la noche anterior, ya se sabía que la multitud que llegaría para apoyar los sueños febriles de Trump son generalmente radicales de derecha, grupos extremistas, y supremacistas blancos. Esa misma noche hubo enfrentamientos con la policía que se saldó con algunos heridos.
No obstante, nada puede compararse con el asalto a la democracia, que terroristas radicales de derecha perpetraron ayer tras escuchar el discurso de Trump.
Tras marchas hacia el Capitolio, al llegar hasta el edificio donde estaban reunidos los legisladores, empezó a escalar la gravedad del conflicto.
Inmediatamente empezaban a trepar y forzar la entrada al edificio (con sospechosa facilidad, lo cuál será investigado, porque parece haber sido preparado previamente); los exaltados se colaban en las instalaciones, golpeando y rompiendo puertas llegaban hasta el primer piso, la cámara donde estaban reunidos los senadores y representantes, y finalmente conseguían acceder.
Los legisladores, mientras tanto, eran primero aislados y luego evacuados tras proporcionárseles máscaras de gas. Varios artefactos explosivos de fabricación casera, aparentemente fueron desactivados.
Para los que nunca han estado en el Capitolio, es un edificio formidable, que además cuenta con estructuras laterales donde están las oficinas de senadores y representantes y en el subtérraneo una red ferroviaria que conecta todas las estructuras y a estas con otras partes de la ciudad. El acceso es extremadamente restringido, pero yo misma he viajado en los vagones subtérraneos varias veces, por lo que la evacuación de los legisladores no es complicada, logísticamente.
Mientras los oficiales electos eran trasladados a un lugar seguro, llegaba el equipo SWAT, y se oían disparos. Luego llegaban las imágenes de los gases, y los primeros rumores de una mujer herida de bala en el cuello, que acabó falleciendo.
Al cierre de la edición de papel del DIARIO, sabíamos que se había suspendido la certificación de Biden y que la presidenta del Congreso, Nancy Pelosi, anunciaría posteriormente que la sesión se reanudaría con carácter nocturno. El portavoz del Senado, el republicano, Mitch McConnell finalmente se había puesto los pantalones y se negó a objetar una elección legítima; que Trump se había escondido cobardemente en la Casa Blanca, como siempre, tirando la piedra y escondiendo la mano; que el presidente electo Joe Biden condenaba en televisión lo ocurrido, y llamando de una vez a lo sucedido “insurrección”, con las consecuencias que eso conlleva. Trump salía anoche a decir otra vez que le “robaron las elecciones, que los quería mucho,pero que se fueran a casa”, añadiendo más leña al fuego. Teníamos una larga noche por delante en la que pese a que la alcaldesa Bowser impuso toque de queda a partir de las 18.00 horas, la violencia todavía podía causar más daños.
De mi parte, pongamos las cosas en su sitio, esto es una maniobra despreciable de un presidente despreciable al que no le importa nada ni nadie, y por la cuál, tendrá que rendir cuentas. Veremos cuál es la reacción de los senadores y diputados que tenían pensado jugarse su futuro político por defender al miserable de Donald Trump.