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Demasiados días en casa

Salgo poco, muy poco. Un par de veces a la semana, en el coche, a comer fuera. Es una medida de prudencia, no vayan a creer que me he vuelto un ermitaño. Veo demasiada televisión, sobre todo cadenas americanas, tras la invasión del Capitolio por los esbirros de Trump. Estoy asustado con las teorías conspiratorias de mucha gente, que cree que los demócratas, a quienes definen como la élite norteamericana, son el diablo. Y los republicanos los buenos. Aquí no existen buenos ni malos, sino gente consciente o inconsciente. La izquierda ilusa española cree que los demócratas son los suyos. Que se desengañen, en USA impera algo que la izquierda española no conoce, ni la derecha tampoco: el patriotismo. Naturalmente que existen excepciones, de lo contrario no se hubieran producido esos muertos y esos destrozos en el Capitolio, sede del Senado y de la Cámara de Representantes. Trump se pasará lo que le queda de vida en los tribunales, se lo van a hacer pasar mal, por prepotente y por loco. Un país no puede estar en manos de un sujeto como él. Esperemos que quienes lo sustituyan sepan lo que hacen y no vuelvan a las andadas de este personaje, que ha perturbado la paz mundial y, por supuesto, ha metido en un hoyo a la política norteamericana. No más insensatos como Trump, ni como los que tenemos en España que se le asemejan, por la izquierda y por la derecha. Yo quiero políticos que se ocupen del bienestar de la gente, no del suyo propio. La política se ha convertido en un oficio de tinieblas, aquí y fuera de aquí. Todos los desocupados, los que no saben hacer nada, los dictadorzuelos de aldea y los loquitos se han refugiado en las listas electorales, para desgracia de eso que siempre se llamó mayoría silenciosa. Sigo en casa.

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