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El rey y yo

Al día siguiente del asalto al Capitolio, la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, la demócrata Nancy Pelosi, pedía la destitución inmediata de Trump, a quien describió como “una persona muy peligrosa que no debería continuar en el cargo. Esta es una urgencia de suma importancia”.

Al mismo tiempo, instó al vicepresidente, Mike Pence, y al Gobierno a aplicar la enmienda número 25 de la Constitución, que permite que el vicepresidente y una mayoría del Gobierno destituyan a un presidente considerado incapaz de cumplir con sus funciones.

Pues bien, la líder demócrata ha conseguido más que la aplicación de la enmienda constitucional número 25; ha conseguido convertir a Trump en el primer presidente norteamericano en ser objeto de dos impeachments, un procedimiento extraordinario de destitución presidencial que procede del Derecho medieval inglés, en el que la Cámara Baja acusa y el Senado juzga. Y, desde luego, en el presidente que ha sido objeto de ese procedimiento más cerca del final de su mandato. De hecho, la Cámara de Representantes ha aprobado ya la acusación por “incitación a la rebelión”, pero no había tiempo para que el Senado se pronunciara. Eso lo saben Pelosi y los votantes del impeachment, que lo que buscan, en realidad, es la inhabilitación de Trump, para impedir su eventual presentación como candidato dentro de cuatro años.

En las manifestaciones de Nancy Pelosi hay un fragmento que ha llamado la atención: “Somos un Estado de Derecho, no somos una monarquía con un rey”, ha dicho la líder demócrata. Y no es la primera vez que hace alusión a la monarquía como opuesta al Estado de Derecho. Ya en 2019, cuando pedía el impeachment para Trump, la presidenta de la Cámara de Representantes hizo unas declaraciones similares: “¿Qué somos, una república o una monarquía?”. Reproducía así Pelosi la pregunta que los constituyentes hicieron a Benjamin Franklin en su comunicación sobre el impeachment, a lo que Franklin contestó: “Una república, si podéis mantenerla”. “Nuestra responsabilidad es mantenerla”, concluía Pelosi.

Alguien debería explicarle a Pelosi que Estado de Derecho –Rule of Law, como diría ella- y monarquía no se oponen, y que, por el contrario, más de la mitad de las democracias de Europa occidental, incluida España, son monarquías. Pero lo más curioso de sus manifestaciones es que posiblemente ignora que los constituyentes norteamericanos –los Foundings Fathers- se inspiraron en el rey británico, entonces Jorge III, al diseñar la figura del presidente en la Constitución.

Sus dos antecesores, Jorge I y Jorge II, habían heredado el trono británico siendo príncipes alemanes de Hannover, no habían nacido en Inglaterra, apenas hablaban inglés y residieron muy poco en la isla, lo que propició que el primer ministro gobernara en la práctica y se configurara la monarquía parlamentaria que hoy conocemos. Todo eso explica la obsesión de los constituyentes por asegurar que el presidente norteamericano tiene que haber nacido en los Estados Unidos y residido en ellos un tiempo. Jorge III fue el primer monarca de su dinastía nacido en Inglaterra y cuya lengua materna era el inglés. Y, por cierto, terminó sus días recluido en el castillo de Windsor víctima de la locura.

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