tribuna

Mi papá también era Maradona

Desde el comienzo de una pandemia que azotó al mundo entero, conté decenas de historias. El dueño de un hotel que lo cedió para las personas de la calle, una familia entera que logro hacerle frente al virus, el comerciante local que se reinventó, los primeros encuentros en las residencias de ancianos, las distintas iniciativas solidarias para el reparto de alimentos, el entretenimiento de los más pequeños, la señora que cosía mascarillas y luego las donaba, las dificultades a las que tuvieron que enfrentarse las personas con discapacidad auditiva, o el vecino que cantaba en el balcón para alegrar las tardes de los residentes en su edificio.
Sin embargo, lo que nunca imagine es que la COVID-19 se llevaría a una de las personas que más quise y quiero en este mundo: mi papá. Tampoco que me tocaría padecerla en el lugar equivocado, Argentina, un país que alguna vez fue el mío y en el que ninguna regla se cumple, a excepción del fanatismo exacerbado por Maradona.
“Este año nos pasó de todo, hasta se murió Diego”, declaró su presidente, Alberto Fernández, en una exaltación por el astro del fútbol que tuvo un funeral de Estado multitudinario, combinado con leyes, como la del aborto legal, que para algunos son un despropósito en medio de una incertidumbre politica, económica y social sin precedentes en el único país del mundo en el que no hubo año escolar, ni siquiera un intento de que las clases comenzaran.
Fue desesperante sortear todos los obstáculos administrativos para poder llegar en medio de la desesperación de no saber si volvía o no a ver a mi padre. Permisos, autorizaciones y pruebas que me exigían mientras miles de personas se agolpaban frente a la Casa de Gobierno sin mascarillas ni la distancia de seguridad correspondiente para darle el último adiós a su ídolo ante la mirada impávida de las fuerzas y cuerpos de seguridad. Es imposible no indignarse. Durante semanas y hasta hoy -aunque con menos intensidad- los medios de comunicación solo hablaban de los asuntos que giran en torno a El 10: su herencia, sus mujeres, su problema con las drogas, su relación con sus representantes y su psicóloga y sus propiedades.
Mientras tanto, igual que el resto de la familia, me resigné a despedir a mi papá como nos dejaron, en un círculo íntimo de 10 personas, pese a que él también era Maradona para nosotros y para toda la gente que lo quería y que nos esperó en la acera durante dos horas pese al intenso calor de un típico domingo rosarino.
Vivir el duelo de un ser querido es doloroso y difícil, pero lo es aún más en medio de una pandemia que genera mucha incertidumbre y que sí distingue entre ciudadanos de primera y de segunda, y obliga a estos últimos a prescindir de lo más necesario en momentos como los vividos: la compañía y los abrazos y besos de familiares y amigos
Días después el virus se cebó sin piedad con toda mi familia, en una sucesión de síntomas diferentes que cada uno soportó como pudo.
En mi caso, al principio fueron imperceptibles, pero pasado el quinto día, tras confirmar que era positivo, obligada por una prueba PCR para poder regresar a Tenerife, me invadió un dolor de cabeza insoportable, un cansancio que no podía controlar y que me impedía levantarme de la cama y la sensación de que cada parte de mi cuerpo se quebraba poco a poco. Luego vino una fuerte arritmia que me partía el corazón, quizás la manifestación más desagradable de la enfermedad, y la pérdida del gusto y el olfato, que llegó y se fue sin avisar.
En el medio, seguí sorteando dificultades, teléfonos que no funcionaban y mails que no tenían respuesta pese a que el plazo para cambiar mi billete de vuelta se vencía.
Ahora, la vuelta se antoja igual de compleja. Una PCR a última hora que dé negativo, certificado de salud, permisos de circulación interprovinciales y no descarto que algún otro requisito de último momento.
Mi Maradona ya no está y yo retorno a mi otro hogar tras haber combatido un virus que no perdona ni a los mas buenos, como mi papá, que se fueron en silencio, pero dejando huella en un año para olvidar, pero que, obligadamente, la humanidad entera recordará.

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