en el camino de la historia

Palabras estériles (Emilio Lledó)

Emilio Lledó, con sus 93 años, conserva la lucidez envidiable del intelectual irrepetible. Desde que daba clases de Historia de la Filosofía en La Universidad de La Laguna, donde tuvimos el privilegio de ser uno de sus alumnos, nos repetía con una constante imperativa que la esperanza rodeaba al optimismo y que nunca debemos de dejar atrás este, a pesar de las dificultades de los distintos momentos por donde la historia discurre. Y alrededor de lo que decía el sabio profesor releía una vez más El silencio de la escritura, donde remarca la frase “hay palabras estériles”, haciendo referencia a aquellas que no hacen pensar, que no mueven, que paralizan la contundencia del argumento; y más reforzando la opinión del filósofo, donde la palabra se agota en el eco que ella misma produce, lo que conduce más que nada a la mudez, como si estuviera ausente en el concurso de la más simple dialéctica.
En tiempos donde la política (lo que hoy entendemos por política) lo absorbe todo de manera rutinaria y retórica, donde las esperanzas, aquellas que tanto enfatizaba, se truncan por el desprecio de las palabras que no llegan, que son cadáveres en sí mismas, acertamos a vislumbrar que estamos en un mundo ciertamente curioso y paradójico (en el de la política, insisto).
Los más que hablan, gesticulan o enfatizan, aun sin decir nada, son los que despiertan la curiosidad, como si fueran héroes del vacío que amparados en lo que cursilamente llamamos “post verdad” o fake news , donde el aire de sus labios cortan la palabra adecuada, la voz que encuentre significado alguno y menos aun significantes perdidos en un discurso que no pudo ser.
En épocas electorales, que nunca nos abandonan, pues continúan instaladas permanentemente en la intencionalidad política, la presencia de palabras estériles están como se suele decir “en su salsa”. Se oyen en cualquier congregación de acólitos que aplauden la simpleza de los líderes y rebotan en plazas, tribunas y en todos aquellos escenarios donde la palabra estéril que aun saliendo con una fuerza inusitada, su eco apenas si se produce, nacen sin vida, sin capacidad de marcar rutas, ni destinos, se ahogan en sí mismas y solo son testigos de un empeño vano que se conoce con el nombre de demagogia, o simplemente encartuchadas en farragosidades o quintaesencias, donde la realidad, el deseo y la vehemencia van por caminos totalmente divergentes.
De ahí que, siguiendo a nuestro profesor, lo primero que debemos hacer para poder transitar hacia la evidencia de las intensiones solapadas que esconden las palabras es dudar de ellas. La palabra debe ser la simiente que plantada en el campo de la dialéctica, debe convertirse en posibilidad y esperanza, y de unas surgen otras que dan conformidad y fuerza a argumentos y propuestas que vayan rayanas de veracidad.
Dado el ingente tropel de palabras estériles que circulan por los distintos escenarios donde esta se usa, se hace necesario una profilaxis semántica para saber dónde está la palabra capaz de engendrar otra palabra, que no es estéril camino de lo vacuo sino que de ella podrá germinar un brote de realidad.
La diferencia entre la palabra indefensa, que no dice, y la palabra con fundamento, capaz de darse cuenta y justificarse, radica en esa semilla inmortal de la que habla el Fedro platónico, “la expresión es algo más que una brillante metáfora”. Si queremos avanzar en una comunicación universal, donde todos nos comprendamos, sin trampa ni cartón, sería deseable que siguiéramos los consejos del querido profesor Lledó para desterrar fuera de sí el maligno de las palabras estériles, para al menos seguir en el camino de la esperanza, aunque esta cada día que pasa se nos embosque, y sea difícil su encuentro, pero deberemos insistir en el empeño de conseguirla, como también nos alumbra nuestro poeta canario Pedro García Cabrera.

TE PUEDE INTERESAR