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La periodista española que nos cuenta las miserias y avatares de la revolución ciudadana

Llegada desde Madrid en 2013, Sara España está al frente de ‘El Expreso de Guayaquil’ y afronta el reto dirigir un periódico en unas elecciones muy complejas
Imagen de Andrés Arauz, candidato de la izquierda correísta correísta en las elecciones de ecuador/Reuters

A finales de 2012, después de un proceso de selección en Madrid, ‘El Expreso’ de Guayaquil -uno de los periódicos más importantes de Ecuador, de tendencia liberal en lo político y económico-  contrató a cuatro jóvenes periodistas españoles que no tenían nada claro su futuro laboral en la España de la Gran Recesión para que les ayudaran en el proceso de modernización del diario.

Guayaquil, capital económica del país, es una ciudad compleja. Construida alrededor del enorme río Guayas, muy cerca del mar, tiene una gran tradición portuaria, una burguesía criolla pujante y es el feudo de la derecha ecuatoriana. Con enormes dosis de desigualdad social, hay en la ciudad numerosos barrios ricos y amurallados, vigilados por personal de seguridad y llenos de gente mayoritariamente blanca con notable afición a la vida fina y las operaciones de cirugía estética. Hay también enormes barrios populares, muchos a las afueras, plagados de casas de autoconstrucción, miseria, venta ambulante y afán de supervivencia. Y hay algunas zonas de clase media, además de un centro urbano donde conviven cierta cutrez con edificios modernos y viejas construcciones de origen colonial llenas de soportales donde resguardarse de la lluvia y el sol o echar la tarde con los colegas.  Entre sus grandes símbolos de modernidad está el enorme malecón, una  intervención de regeneración urbana que enorgullece a muchos guayaquileños. Calurosa y con “la mejor noche del Pacífico”, según un amigo tinerfeño que se adentró en ella con devoción erótica, Guayaquil tiene también una sólida tradición cultural y afición a la vanguardia. Y es un lugar inseguro para los estándares europeos, donde la gente que puede, coge el coche para todo y los turistas, según las guías, deben evitar los taxis de la calle y optar por unos privados donde las llamadas quedan registradas.

A ese lugar desafiante llegaron aquellos cuatro periodistas. Y allí se quedó, cuando los demás regresaron, Sara España,  actual jefa general de Información de ‘El Expreso de Guayaquil’ después de haber pasado por las secciones de Economía, Investigación y Política. Donde muchos seguramente no habríamos durado cinco minutos, Sara eclosionó definitivamente como periodista, capaz de manejar con un sosiego muy llamativo la vida y el oficio en un país que da momentos estupendos, pero que también es muy bravucón, desordenado, violento y machista.  Ella ha sido capaz  de cogerle el punto y colabora también desde allá para EL PAÍS. Y el  fin de semana pude escucharla hablando en el programa de la SER ‘A vivir que son dos días’, de Javier del Pino, de la primera vuelta de las elecciones ecuatorianas, celebradas el pasado 7 de febrero.

Según los resultados, se mantiene con fuerza el correísmo del expresidente Rafael Correa, muy popular entre los sectores más humildes, a pesar de que vive en Bélgica y de que fue condenado en ausencia a ocho años de cárcel por cohecho pasivo, una decisión judicial que él atribuye a una conspiración en su contra en la que habría participado el actual presidente, Lenín Moreno, antiguo ‘número dos’ de Correa, que rompió con él meses después de ganar las últimas elecciones y al que el expresidente califica de “traidor” a la “revolución ciudadana”, que es como se conoce al proceso político impulsado por Correa. Otro de sus delfines, el exministro Andrés Arauz, de 36 años, es el ganador de la primera vuelta de estas elecciones, con el 32,7% de los votos. Pero su contrincante no está claro del todo todavía.

El puesto se lo disputan, en un ajustado recuento que se va a revisar en varias provincias, el neoliberal  Guilermo Lasso, ministro  de Economía durante un periodo muy corto de los noventa, una década muy convulsa de la historia ecuatoriana. Y Yaku Pérez, líder moderado de la izquierda indigenista, fuertemente represaliado por Correa durante su mandato. Aunque el indigenismo fue cercano al correísmo en los inicios, la postura crecientemente extractivista de Correa con la minería y el petróleo fue agrandando la brecha entre ambos movimientos, hasta generar enfrentamientos viscerales. Recuerdo perfectamente los estragos psicológicos que la represión del correísmo había dejado en El Pangui, un pueblo minero cercano a la selva ecuatoriana a donde acompañaba a mi mujer y a mi colega Luis Sánchez, que estaban trabajando en una investigación sobre conflictos socioambientales. Esa violencia y la prepotencia de Correa desengañaron a muchos españoles que andaban por allá en esos años. Correa fue un modernizador de Ecuador, sin duda alguna. Pero también un caudillo soberbio.

Con la distancia que hay de aquí a Ecuador, me vienen dos ideas a la cabeza: una, la visión cerril de la derecha, incapaz de apostar por un nuevo liderazgo, tirando todavía de personajes caducos atados simbólicamente a un pasado que nadie quiere recordar. Y dos, la fortaleza de una izquierda indigenista que tiene sus múltiples contradicciones pero que no se ha amilanado ni ante la derecha ni ante la pretensión hegemónica de la izquierda correísta. Seguiremos atentos a ‘El Expreso de Guayaquil’  para saber lo que ocurre.

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