tribuna

De Madrid al cielo en el Sputnik

Vacunarse es el destino, ya no solo de Canarias, de España, de Europa, sino de todo el mundo

Vacunarse es el destino, ya no solo de Canarias, de España, de Europa, sino de todo el mundo. O debiera serlo. Pero, a la vista de las quejas de los países menos favorecidos, el reparto de los viales es un fiasco. A falta de la vacuna universal, se cuela la Sputnik hasta en la Alemania de Merkel, dispuesta a sacrificar, casi en la hora de la despedida, su estela de senderista de la Unión Europea. ¿Si hasta Merkel ha claudicado ante Putin quebrando el frente común de compras de la UE, qué presagia esa apostasía, qué está pasando? Antes Europa sorteaba junta las tormentas, la Gran Recesión, los refugiados, la enemistad de Trump… Pero esta pandemia está sembrando la discordia, el sálvese quien pueda. ¡Hasta Merkel, en mitad de la impotencia y el desasosiego, ha caído en el cepo de la cepa! La cepa hostil podrá ser la brasileña, pero políticamente es la rusa.
Ha entrado ya en escena uno de los pocos miedos que faltaban por llegar: el miedo a perder el tren de la inmunidad de rebaño. Nadie ha sido inasequible a ese contagio, ni la canciller alemana, que ha errado en decisiones y pedido disculpas, y, harta del descontrol de los länder, ha recentralizado el país con la reforma de la ley de emergencia para declarar desde Berlín el toque de queda de nueve de la noche a cinco de la mañana cada vez que haya cien casos por cien mil habitantes en siete días. Por último, ha cruzado la raya, aceptado el anatema de Sputnik a espaldas de Europa, y convenido un contrato de 30 millones de la solución rusa de junio a agosto. En otras circunstancias, habría ocasionado un conflicto de autoridad moral en la UE, aun no estando taxativamente prohibido (checos y austriacos también lo hacen) comprarle el ungüento al ruso, sino por tratarse de Alemania, una nación medular del club (el primer ministro de Eslovaquia dimitió por el escándalo de querer cerrar un acuerdo con Moscú). Pero esta vez presumo que Merkel -con el mismo ímpetu de Boris Johnson contra la Superliga- será capaz de romper el cerco de Europa a la vacuna del vecino prepotente, y la EMA dará el okey y los 27 estados miembros la incluirán en el catálogo. Nos pondremos Sputnik en Canarias, que tenemos las mismas urgencias que Alemania (ambos en el 20% de inmunidad con la primera dosis). Es de las más baratas, cuesta 8,3 euros, junto a AstraZeneca (3,3), y su tasa de eficacia es del 91,6%, según los padres de la criatura, que son, como los chinos, inescrutables. Recuerdo cuando Putin la exhibió, en agosto de 2020, como el éxito espacial del satélite homónimo de 1957, y dudamos de las bondades del primer antídoto de la historia contra el coronavirus, pues ni siquiera se habían concluido los ensayos clínicos pertinentes. Como se la puso la hija de Putin, se dijo que era buena y bastó. Ahora ya no juraría que no nos la endosen en cualquier momento. Otras, con sus trombos y picarescas, han entrado en nuestras vidas, y en mi brazo, por cierto.
Todo el mundo, por suerte, quiere vacunas contra el virus. El negacionismo ha perdido adeptos por la fiereza de cepas como la brasileña, aunque sea Bolsonaro el mayor exponente de esa barricada. Los presidentes de Guatemala y República Dominicana habían espetado esta semana a Sánchez, en la cumbre iberoamericana de Andorra, que el sistema Covax de la OMS para el acceso a las vacunas de los países más modestos, constituye “un fracaso”. En Perú, donde guardo vínculos familiares, el personal de salud y algunos ciudadanos afortunados se valen de la vacuna china Sinopharm, cuando no del fármaco más socorrido, la ivermectina –“milagroso” lo proclaman-, un parasitario que de momento se desaconseja en Europa. En la otrora hermana América se quejan de que los hemos dejado solos incumpliendo los envíos. La propia Europa mordió ese polvo cuando AstraZeneca la dejó plantada, y ahora en Suecia la tiran a la basura porque la gente no la quiere. Pero es la misma varita mágica de la inmunidad británica de rebaño. Su mala fama comenzó con los contratos fallidos. A nosotros, los canarios, nos han penalizado con Pfizer, como admite el consejero Blas Trujillo, y de ahí que hayamos sido colistas -según desveló DIARIO DE AVISOS- en el ranking de la vacunación nacional, no por demérito propio, sino por los déficits de la pócima. Otros se la habrán quedado o entre todos la mataron y ella sola se murió.
Bastó que Europa levantara con indulgencia el veto a la de Oxford, y que esta semana hiciera lo propio con Janssen (la menos burocrática de todas, de una sola dosis), para que las Islas se estén poniendo al día con “velocidad de crucero”. Se abrieron los vacunómetros del Recinto Ferial de Santa Cruz, el Magma de Adeje o Infecar en Las Palmas, y vacunar y vacunar todo ha sido una. Me presenté en la carpa del Hospitalito, me asignaron turno y ventanilla. El sanitario empuñó la jeringa y todo duró menos de un minuto. Así fui ajusticiado, con el brazo descubierto, en un manos arriba que se agradece porque se teme más al virus. Me dio tiempo en el breve pinchazo de pensar que hacía un año largo que esperaba ese momento. Ahora Canarias aguarda una avalancha de más de 100.000 vacunas en dos semanas. “¡… dito sea Dios!”, decía José Castellano, que encarnaba al irudito Pepe Monagas. Con el toque de queda a las once de la noche se vislumbra un cambio de ciclo. La vacuna reconstruye y el pasaporte COVID nos pone en órbita como el Sputnik. Es la semana de los famosos mil ciento cuarenta y cuatro millones para empresas y autónomos: habría que remontarse a los tiempos de Suárez cuando la descolonización del Sáhara para un plan Marshall del Estado con las Islas.
Dos cosas pasarán en mayo que añaden intriga al momento: el voto de Madrid y el final del estado de alarma. En las urnas de Ayuso (piedras y balas) está por ver el resultado. Aquello de Madrid al cielo recuerda que la propia presidenta popular tentó antes que Merkel comprar la Sputnik, cual lanzamiento al espacio. Si bien las elecciones son cosa de muchas manos, el decreto de alarma hasta el 9 de mayo solo depende ahora de las de Sánchez, que tiene que hacérselo mirar. Un paso en falso y se nos desrisca la perra.

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