Días atrás publiqué en este prestigioso periódico, Diario de Avisos, un artículo relacionado con “la construcción de la identidad”, donde intenté expresarme sobre este tema, el de la identidad, desde un punto de vista generalista. Pero mi propósito hoy es acercarme a nuestro territorio, Canarias, y situarme en el escenario de la identidad como conflicto en todas aquellas organizaciones políticas que se tienen por nacionalistas y que a veces entran en discusiones que se escapan de su conceptualización y esencia, alejándose, tal vez sin darse cuenta por la vorágine de la política, que este asunto de la identidad no solo es fundamental, sino decisivo para apuntalarse como nacionalistas si es que desean acercarse al objetivo que se propone: la construcción nacional.
Estudiosos del nacionalismo como Eric Hobsbawn en Naciones y Nacionalismo desde 1780 introduce bajo el espacio conceptual de “protonacionalismo” a aquellos pueblos que han conquistado su historia y otros que bien pudieran llamarse “pueblos sin historia”, enfatizando sobre dos componentes que dan fundamento al nacionalismo contemporáneo: el componente político y el de ser constructores de la identidad, ya que en un mundo fragmentado el nacionalismo debe convertirse en una energía potente.
Y estableciéndonos en el espacio político y cultural de Canarias hay preguntas que son obligabas y que tenemos que hacernos. ¿Qué nos define como canarios? ¿Cuál es nuestra identidad como pueblo que pretende ser? ¿Nos definen los libros que se han escrito y divulgado sobre Canarias y menos aun cuestiones que se han hecho a nuestras espaldas? ¿Nos define las políticas que deberían haber sido debatidas y profundizadas por el nacionalismo canario, que cada día que pasa en vez de acercarse, se alejan, pendientes de enemigos externos, cuando tal vez el enemigo, dicho metafóricamente, lo tengamos en las reticencias establecidas a lo largo de la historia del nacionalismo canario, entre unos y otros? Lo que nos debe definir es el empeño, la búsqueda desde dentro para dar con nosotros mismos; empeño que se encuentra enrocado por los que entorpecen los deseos de una colectividad que ha sido sometida a la influencia de una historia mal contada. Y como pueblo nos define el destartalamiento conceptual en muchas cuestiones que nos son vitales.
Tener esa idea introyectada dentro del ánimo de cada cual formaría parte de una proyección para mañana, ya que hoy por hoy se está en un impasse, con una carga personal desaprovechada, con una energía dirigida hacia polos opuestos que hacen que nuestra identidad esté incrustada en la rareza y que no se tenga una dimensión clara de quienes somos (ejemplo, el socio- barómetro recién publicado).
La identidad surge con fuerza y limpieza en los conflictos nacionalistas, ya que cuando estos se enconan desde los linderos del pensamiento y de la discusión sana estaremos poniendo las piezas fundamentales que puedan caracterizar a un pueblo. Y en realidad esto no es tarea difícil, solo es ponerse manos a la obra y establecer la oportunidad que sería cuando tengamos la percepción que se nos escapa la personalidad, que estamos dejando de ser dueños de sí mismos, que son otros los que nos marcan las rutas que muchas de las veces nos conducirán a la rareza y al estupor (como en este momento).
Pensar democráticamente y seriamente donde el “ser canario” tenga asegurada su participación en la construcción de la diferencia cultural es lo que debe primar en cualquier conflicto nacionalista que vívanos o podamos vivir, desde el más insignificante hasta aquellos que la enjundia de la cuestión lo decida.
Cuando hablamos de conflicto no es pensando en confrontaciones de fuerza, ya que el conflicto internalizado dentro de uno mismo, hecho extensivo a los integrantes de una nación que se pretende construir y haciendo que esta baje del plano del imaginario a lo evidente, será lo que propiciará la construcción nacional a través, ahora sí, de una identidad colectiva encontrada y fraguada en el transcurso de la historia como cualquier grupo humano que se sienta pueblo .
La identidad empuja al presente hacia lo que se pretende construir mañana. Si dejamos que piensen por nosotros, si nos arrinconamos en la perplejidad dejando atrás nuestro espacio cultural, permaneceremos encorsetados, maniatados y sin la posibilidad de lograr ese componente que nos recuerda el pensador e historiador E. Hobsbawm, al no tener la idea clara de dónde venimos y hacia dónde pretendemos llegar. O sea, que no queremos un pueblo sin historia. La tenemos. Hay que desempolvar la que nos ha precedido y afianzar la que nos espera porque tal vez en ella se escriba con letras más claras de lo que es capaz el nacionalismos de esta tierra.