Sin duda, el riesgo de la información periodística llevada en muchas ocasiones al límite tiene consecuencias irreparables. Tanto, que recientemente el mundo se ha visto conmocionado por los recientes asesinatos de dos periodistas españoles acostumbrados a narrar la muerte se encontraron cara a cara con ella en una zona boscosa del sur de Burkina Faso. Hasta allí habían viajado para rodar un documental sobre la caza furtiva, uno de los negocios más lucrativos de los grupos armados que proliferan en este estado fallido en el corazón del Sahel.
Tanto David Beriáin como Roberto Fraile, dos profesionales experimentados en contextos difíciles, iban empotrados junto a otro informador irlandés, cuyo nombre no ha trascendido, en un convoy militar de 40 soldados que patrullaba en el parque natural Arly, junto a la aldea de Natiaboni, cerca de la frontera con Benin. Llevaban una semana grabando con ellos. Los militares formaban parte de una formación contra la caza furtiva que iba a durar seis meses.
Por otro lado, y en su momento, la Federación Internacional de Periodistas (FIP) registró 60 asesinatos de periodistas y personal de medios de comunicación en 2020 en 16 países, lo que supone 11 víctimas más que en 2019, y denunció la violación de los derechos y libertades de la prensa y sus profesionales alrededor del mundo. La Federación Internacional de Periodistas también destacó que en casi el 90% de los casos «no ha habido ningún enjuiciamiento ni justicia».
Según explica, en dos tercios de los casos, los asesinos «no son identificados» y dice que «probablemente nunca lo serán». Denuncia que esto significa que matar a un periodista es «un acto prácticamente gratuito y sin riesgos». «Su asesinato se ha convertido en la forma más barata y fácil de silenciar periodistas que incomodan con su trabajo», lamenta esta organización.
Así mismo, la FIP apunta a Asia-Pacífico como «la región más peligrosa», con 27 asesinatos, seguida de América Latina, con 17 casos. Los países árabes y de Oriente Medio registraron 8 muertes, otros 6 asesinatos en África y dos en Europa.
Escribe Alba Fernández, un interesante artículo sobre los riesgos de los profesionales que se dedican a indagar y contar la verdad sobre lo que sucede en muchos países del mundo. Una periodista búlgara asesinada por investigar casos de corrupción. Periodistas turcos encarcelados por publicar informaciones críticas con el gobierno de Turquía. Reporteros y fotógrafos amenazados por hacer su trabajo.
Las cifras de la ONG Reporteros Sin Fronteras (RSF) confirman que 2018 fue un año nefasto para los periodistas: 57 periodistas muertos y 155 periodistas encarcelados (a fecha de 15 de octubre). Lamentablemente, es una tendencia que no ha cambiado en los últimos años.
La libertad de prensa es una de las funciones más importantes de la libertad de expresión, tal como reconoce la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO). Estos derechos son fundamentales para crear democracias fuertes.
Por desgracia, el papel de los medios de comunicación como defensores de la verdad se ha visto comprometido por varios factores: la presión de gobiernos y empresas para ocultar información, la aparición de las redes sociales y la dificultad de combatir las ‘fake news’, la crisis del periodismo.
El poder de la información
Si la ciudadanía está bien informada puede evaluar cada situación al detalle, analizando los argumentos a favor y en contra, y emitir un juicio propio. La información objetiva favorece una mirada crítica, sin dejarse arrastrar por lo que opinen los demás.
Esto es especialmente importante a la hora de votar en unas elecciones, pero hay otros ejemplos en nuestro día a día. ¿Seguirías comprando una marca de ropa que sabes que utiliza mano de obra infantil? ¿Consumirías productos de una empresa que utiliza productos transgénicos? Ese es el poder de la información.
Los periodistas que investigan casos de corrupción, crímenes o actos ilegales se enfrentan otro tipo de poderes. Gobiernos, empresas e instituciones que actúan fuera de la ley, no quieren que se sepa y tienen suficiente poder e influencia para presionar a los medios de comunicación.
Ante esta situación, la independencia del periodismo está en riesgo. Los periodistas reciben presiones e incluso amenazas para que no publiquen determinadas informaciones. ¿Hasta dónde estarán dispuestos a llegar para contar la verdad?
Eso depende de cada persona y del apoyo con el que cuente. Algunos medios (diarios, canales de radio y televisión) consiguen resistir las presiones del poder mejor que otros, pero todos dependen de unos ingresos económicos para sobrevivir.
Sin recursos (tiempo, dinero, profesionales) no hay periodismo de calidad. Sin periodistas dispuestos a investigar, seguiremos ignorando lo que sucede realmente en el mundo. Y perderemos la oportunidad de cambiarlo.
Por último, y desde mi isla en Tenerife, queremos rendir homenaje a todos esos grandes periodistas de todos los rincones del mundo que han sido asesinados por cumplir con su deber, pero también transmitirles a sus respectivos familiares nuestras más sinceras condolencias. Así pues, y por todo ello, teniendo muy en cuenta que sus trabajos no han quedado en vano, especialmente en un mundo que sigue siendo injusto y cruel. Un mundo, donde el sol se viste de luto.