tribuna

El siroco de la pandemia

La vuelta a las andadas de Marruecos este martes, mandando asaltar Ceuta por mar a bandadas de pobres y desvalidos, reproducía la foto color sepia de la marcha verde de 1975

La vuelta a las andadas de Marruecos este martes, mandando asaltar Ceuta por mar a bandadas de pobres y desvalidos, reproducía la foto color sepia de la marcha verde de 1975, cuando Hassan II huía hacia delante tras los golpes de Estado en su contra y fintaba con políticas de circo. Marruecos cronificó la farsa, uno se ha hecho mayor y aquella visión juvenil generó en los canarios que fuimos testigos de la toma del Sáhara la aprensión del refrán: “Cuando las barbas de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar”. Nada de este último medio siglo deshace la suspicacia del anexionismo marroquí, que reclama Ceuta y Melilla, por ahora: las pateras forman parte del lenguaje de signos y las leyes sobre el telurio y las aguas reflejan un choque de intereses. De Canarias, España sabe poco. Si se pusiera en nuestra piel, entendería qué se necesita: junto a más Europa, más África. Pues estamos condenados a convivir con días de calima entre las dos orillas.

Lo que resalta en las imágenes de Ceuta es la presencia abusiva de menores, niños, incluso bebés, en contraste con la impostura de túnicas y turbantes de las huestes invasoras de Hassan II, adultas y hechizadas, que sobreactuaban para ocupar el Sáhara fingiéndose una diáspora de voluntarios patriotas. El déjà vu no deja de tener esa consanguinidad farandulera entre dos momentos históricos sin punto de comparación: aquella, una España aislada con Franco en el lecho de muerte y esta, una nación integrada en la Unión Europea con las instituciones en regla y la mirada puesta en la pandemia. De lo que se desprende que el virus lo ha cambiado todo, menos a Marruecos, que conserva los tics intactos y se echa al monte o al mar sin parar mientes.
Pero conviene no desviar el foco de atención. Bruselas no dará más árnica a Rabat si reincide (13.000 millones transferidos desde 2007 por vigilar las fronteras) y España dará asistencia sanitaria al líder polisario sin injerencias, no premiará la avalancha del martes con un certificado de soberanía del Sáhara fotocopia del de Trump. Pues el escaso éxito de este en Alemania y España son la causa de la crisis de Rabat con Berlín y Madrid. Marruecos es un país amigo que da picotazos a España de cuando en cuando, de Perejil a Ceuta, regatea los contornos de Canarias, se bifurca de hostil enviando pateras o niños a nado y alienta un Gran Magreb que pinta unas islas en su mapa imaginario. ¿Dormimos tranquilos? No es el caso. Pero tampoco perdemos el sueño por un recelo de medio siglo.

El enemigo común es el virus, aunque el calentón marroquí sea un golpe bajo de realidad fullera. La condición humana, incorregible, se sobrepone a la pandemia cuando se discute de los estertores de esta, que ha sido la otra baza de la semana.

La palabra más codiciada es fin. Y de ella hacen gala en todos los ámbitos. Un coro repentino de dirigentes ha convenido que el fin de la pandemia está próximo, gracias a la vacunación. Y Europa se inclina por abrir las fronteras para los turistas extracomunitarios vacunados. España lo hará el 7 de junio y el 1 de julio se podrá viajar con pasaporte verde. Reino Unido desempolva el abrazo (lo que en Ceuta le costó el linchamiento en redes a una cooperante de la Cruz Roja que arropó a un inmigrante) y ya se hacen sugerencias para retirar las mascarillas en exteriores. Es un deshielo como en la Antártida: resulta inquietante. En junio dimos un salto en el vacío y nos estrellamos. La diferencia es que aquel fue un desconfinamiento sin vacuna. Ahora no estamos vacunados de la euforia.

La pandemia ha sido la coartada de Marruecos, cuyas emboscadas deducen la debilidad del adversario. Pero el vecino está mordiendo el mismo polvo que nosotros y ha entrado en recesión al estrangular su economía con el cierre de fronteras. Sin porteo y contrabando con las ciudades autónomas, la gente de Fnideq (Castillejos) se echó a la calle y el martes se lanzó al mar a la desesperada. Aquí todo apunta a una inminente inmunidad de rebaño. Habrá un verano y un invierno viajeros. Vendrán alemanes e ingleses con certificado sanitario. A Canarias se le ha puesto otra cara en Fitur. Nadie niega que hay un cambio de chip. Lo que arde ahora es la mala vecindad, que habla por boca de las pateras. Desde la crisis de los cayucos es inevitable recordar escenas de bañistas tomando un cóctel con caña mientras se desplomaban sobre la arena los inmigrantes que alcanzaban la playa. Canarias no se va a mover de este sitio, donde arriban aviones, pateras y cayucos.

La vacuna es la pócima; el turismo, agua de mayo, y el órdago marroquí es parte de la tramoya. Esto es África. Donde el virus resiste. Si no se liberan las patentes, habrá un mundo dividido entre vacunados y no vacunados, un oxímoron de la inmunidad. Habrá ciudadanos con pasaporte verde y ciudadanos irregulares, sin papeles. ¿En qué distopía nos estamos metiendo? La palabra fin no será igual para todos.

La crisis de Ceuta ha sido un aviso a navegantes. Nadamos contra corriente. Hay países que no entienden del mundo, sino de sus fronteras. Cainismo de nuevo cuño. Y África es un vivero de eso. Venceremos al virus, pero no al odio de las fronteras. Izaremos la bandera blanca de la paz de la pandemia, pero no desaparecerán las banderas negras con calaveras de los piratas.

Esta es la normalidad hacia la que naufragamos. Nos quitaremos la mascarilla, pero no la máscara. El mundo seguirá regido por sus intereses más oscuros. Los gobernantes no saldrán de esta pandemia mejores personas. Habrá más Israel y Gaza. Los conflictos se multiplicarán, como era costumbre. No es cierto que viviremos más seguros, solo frente al virus, pero no frente a nosotros mismos. De manera que sí, el final está próximo. Y, si no lo remediamos, el principio del fin, también, pero eso no es nuevo. Ya era así antes.

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