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Iglesias no se va, por desgracia

Varios jueves atrás advertíamos que Pablo Iglesias necesitaba una coartada para huir del Gobierno; y que la convocatoria de las elecciones madrileñas se la dio, permitiéndole, además, conservar a toda su gente en el Ejecutivo para seguir presionando a Pedro Sánchez desde dentro, mientras él lo hacía desde fuera. En la cohabitación gubernamental con el presidente, el líder de Podemos se ha tropezado con un político todavía con menos escrúpulos que él, más mentiroso y más implacable en el uso de todos los medios para alcanzar el único fin de toda su acción política, que es mantenerse en el poder a cualquier precio, cueste lo que cueste.

Un político que le estaba erosionando gravemente su imagen al dejarlo en evidencia una y otra vez, y poner de manifiesto con reiteración que quien manda y decide en la agenda política es el líder socialista, que, por si fuera poco, se reserva la interpretación del contenido del pacto que une a sus dos fuerzas políticas. Dos Lenin no caben en el mismo soviet; de modo que el deterioro de su imagen, junto a la sangría de votos que le anunciaban todas las encuestas, decidieron a Iglesias a aprovechar la ocasión y saltar del tren en marcha, presentándose, además, como el salvador de la izquierda madrileña, un salvador que venía a impedir que fuera masacrada por la presidenta Díaz Ayuso.


Ahora bien, también advertíamos que, en todo caso, Iglesias no salvaría nada, salvo su propia reputación política, porque no tenía ninguna posibilidad de alcanzar un pacto que le permitiera participar en el Gobierno madrileño. Y así ha sido: su presencia en las listas ha significado el pobre resultado de unos miles de votos y tres escaños más; ahora la imagen pública del líder dista mucho de ser la de hace unos años, y ha sido el candidato peor valorado en las encuestas. Ha masacrado a los que, junto a él, fundaron Podemos, y en el partido ha purgado sistemáticamente a cualquiera que no le rindiera una pleitesía incondicional; ha despertado la suspicacia y la animadversión de sectores socialistas importantes; y ha acumulado demasiadas contradicciones y renuncios. Pues bien, su resultado electoral le ha proporcionado la segunda coartada que necesitaba para completar la primera: ahora no solo se va del Gobierno, sino que afirma que se va de la política. Por lo menos eso es lo que dijo en su última reverencia en el escenario la noche de la derrota. Pero no es cierto, es otra de sus vulgares mentiras.


Iglesias seguirá gobernando Podemos desde las luminosas sombras de un refugio televisivo poderosamente financiado. Para empezar, mientras anunciaba su retirada, ya nombró a Yolanda Díaz su sucesora, y así seguirá. Con la ventaja de que tendrá el poder omnímodo de siempre, pero estará oculto y a salvo de las críticas: la situación ideal para alguien como él. Una situación que, además, le permite ganar por la mano a Pedro Sánchez, que tendrá el grave problema, no previsto por Iván Redondo, de no poder combatir a uno de sus vicepresidentes, sino a un fantasma que se oculta entre las sombras. Y ya sabemos lo complicado que resulta combatir a un fantasma que se oculta entre las sombras. Sin embargo, a pesar de todo, estamos seguros de que Pedro Sánchez y su consejero de cabecera descubrirán la manera de iluminarlas.

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