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La violencia en el Sahel no queda tan lejos de Canarias

La pobreza y la falta de Estado dan alas al yihadismo en sitios como Malí, de cuya violencia huyen algunas de las personas que luego llegan a las Islas

Cuando se habla de migraciones en el Parlamento canario, a veces se despacha lo de las ayudas a los países de origen en menos tiempo del que necesita un fumador para darle una calada al cigarro, como si fuera fácil. Pero algunos de estos países, como ocurre en el caso de Malí, son un polvorín donde quedan varios años de trabajo para que la cosa se calme. Si se hace bien, claro. Es una de las principales conclusiones que se pueden sacar del interesante encuentro online ‘El terrorismo en el Sahel’, que se celebró esta semana como parte de unas jornadas sobre Seguridad en el continente africano que está organizando Casa África. Ya está colgado en Youtube.

Mauritania, Malí, Níger, Chad,Burkina Faso…Son 5.000.000 de kilómetros cuadrados, “nueve veces la superficie de la Península Ibérica”, recordó en la sesión el director de Casa África, José Segura Clavell. “Una región cada vez más inestable”. La investigadora Marta Summers, del Observatorio Internacional de Estudios sobre el Terrorismo, le puso nombre y cifras. Desde 2019, “el Sahel es la zona más afectada por el yihadismo a nivel mundial”. Hay dos grandes áreas, la triple frontera entre Malí, Níger y Burkina Faso. Y la cuenca del Lago Chad, que incluye territorios de Níger, Chad, Nigeria y Camerún. Estos dos últimos no son propiamente Sahel, pero están dentro del área donde actúan este tipo de grupos. En 2020, hubo 921 atentados -un 70% más que en 2019- con 3.978 muertos, un 43% más de víctimas. El grupo Boko Haram, en Nigeria, fue el que más atentados causó, con 289 ataques. Pero este 2021, los ataques están aumentando más en las zonas de Malí y Burkina Faso, donde actúan el Estado Islámico en el Gran Sáhara y la JNIN, un grupo afín a Al Qaeda. De hecho, Summers señala que la Gendarmería senegalesa desarticuló una célula yihadista en ese país en febrero de 2021.

En este contexto de violencia, hay desplegadas varias operaciones militares. Entre ellas, la Operación Barkane, desde 2014, con 5.000 efectivos franceses desplegados en Mali con el apoyo de otros ejércitos internacionales que forman la Fuerza Especial Takuba. También los países del Sahel tienen una fuerza conjunta de 5.000 soldados. Y la Misión de las Naciones Unidad para la Estabilizacón de Mali (MINUSMA) tiene unos 16.000 efectivos armados.

Pero hay más: en Malí, el general español Fernando Gracia es responsable de la EUTM, una misión de la U.E para mejorar las capacidades militares del ejército nacional. Gracia destaca que España es el país que más fuerzas aporta a esa misión, con 521 de los 988 soldados que hay ahora, y que se ampliarán hasta los 1063 en unos meses. Establecida en 2013, asegura que la EUTM está en una fase de “descentralización” para salir de la zona de la capital, Bamako, y adentrarse más en el centro y el norte del país, donde los militares malienses concentran sus operaciones, y desde donde no pueden trasladarse a la capital para capacitarse. En Malí, señala Gracia, el terrorismo convive con otros elementos de inestabilidad, como choques interétnicos, tensiones políticas en el norte y “tráficos ilícitos de todo tipo”. Y todos estos elementos interactúan entre ellos. El objetivo de la EUTM es que el Ejército de Malí pueda controlar el país, pero solo tienen “entre 25.000 y 30.000 soldados” para un territorio que es “como España y Francia juntos”, frente a los 139.500 personas que trabajan en el Ejército español. Gracia señala la importancia de estar en Malí, pues se trata de un territorio cercano que hace frontera con Argelia y Mauritania. “Cualquier cosa que ocurra en Malí es de vital importancia para los intereses estratégicos nacionales [españoles]”.

Desde la República de Níger, un país con mayor estabilidad política, la embajadora de España allí, Nuria Reigosa, señala que allí hay dos programas con participación española en la formación de cuerpos de seguridad. Uno, el Garsi-Sahel, dedicado a la creación de unidades de intervención rápida de la Guardia Nacional paras luchar contra el terrorismo. Se han creado ya dos grupos con 150 miembros cada uno que funcionan de manera “nómada” y que, según la embajadora, lo hacen con un enfoque de “cercanía” a la población. Han sido formados por guardias civiles y gendarmes españoles, franceses, italianos y portugueses. El otro programa es el Equipo Conjunto de Investigación, con policía nacional francesa, española y nigerina, dedicado fundamentalmente a intentar frenar los flujos de migración irregular. Todo estas actuaciones se enmarcan dentro de la Coalición por el Sahel, formada por los cinco países de la zona y por actores internacionales como la U.E, EEUU, la ONU o la Unión Africana. El pasado febrero se trazó una “hoja de ruta” en una cumbre en Djamena, Chad, donde participó la ministra de Asuntos Exteriores de España, Arancha González Laya. También hay una rama humanitaria, la Alianza Sahel, con los países donantes que participan en programas de cooperación al desarrollo.

Todo el mundo habla del binomio seguridad y desarrollo, pues consideran que el yihadismo prende donde el Estado es débil y hay pobreza y frustración social y política. Y la realidad es que la situación ha empeorado en los últimos años a pesar de la presencia militar en la zona. “Habría que preguntarse qué hubiera pasado si no hubiésemos estado”, señala la embajadora Reigosa. Para Niagale Bagayoko, presidenta de la Red Africana del Sector de la Seguridad y portavoz de la Coalición Ciudadana por el Sahel, un foro de organizaciones locales y extranjeras, hay que “repensar los instrumentos militares y de ayuda al desarrollo”. Y cree que el éxito de estas operaciones no se puede medir en la cantidad de terroristas “neutralizados”, sino en la de desplazados que pueden volver a su casa, las escuelas y centros de salud que se abren o la gente que vuelve a pastar con su ganado. También cree que sería conveniente indemnizar a las poblaciones civiles que sean víctimas de operaciones militares, y critica los fondos internacionales que se van en pagar corrupción local. No rechaza por sistema que se negocie con algunos líderes terroristas, aunque no cree que se pueda generalizar.

“La clave del Sahel es comunitaria. Si las fuerzas internacionales tienen la complicidad de las comunidades, van a tener éxito”, afirma Mohamed El Moctar Ag Mohamedun, investigador de Timbuktu Institute y miembro de la Comisión de la Verdad, la Justicia y la Reconciliación de Malí. “Si las comunidades están más próximas a los grupos yihadistas, las fuerzas militares no tendrán éxito, da igual qué medios militares desplieguen”. Mohamedun critica el uso que hacen las fuerzas de seguridad de estos países de milicias comunitarias para atacar a comunidades acusadas de cercanía con los yihadistas. Para el investigador, el enfoque militar está ‘tocado’ desde el asesinato reciente de Idriss Deby, presidente de Chad, el país que aportaba mayor capacidad a las fuerzas conjuntas del G5 Sahel. Y apuesta por intentar “desradicalizar” la zona y evitar enfrentamientos comunitarios.

Según Pilar Rangel, profesora Asociada de Derecho Internacional Público y Relaciones internacionales de la Universidad de Málaga, la historia demuestra que las fuerzas internacionales, cuando llegan, son vistas con esperanza. Pero cuando llevan mucho tiempo, empiezan a percibirse como fuerzas de ocupación. El riesgo, dice, es que la cosa acabe en un “Sahelistán”, con círculos de violencia y terrorismo cronificados. Y nosotros discutiendo que si Pfizer o Astrazeneca.  

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