por qué no me callo

Madrid, la ‘cosmopolítica’

La voz de los madrileños tiene mayor resonancia que las restantes autonomías del país. Es el epicentro, lo demás es periferia, arrabal. Unas elecciones como las de hoy adquieren la dimensión de un acontecimiento cosmopolítico en un Estado que, a menudo, se mimetiza con Madrid. Esa trascendencia no la alcanzaron ni las catalanas del 14-F, donde la estrella mediática era Illa, el ministro producto de la pandemia. Esto es otra cosa, no son comicios al uso, es algo que desborda la Real Casa de Correos, de la Puerta del Sol. Es el plebiscito de Ayuso, el hito de Vox, las cartas-bala y el navajeo epistolar, los altercados de Vallecas, de nuevo el mito de Marlaska, el 2 de Mayo, Goya y la carga de los mamelucos, la guerra de la independencia y el bicentenario de Napoleón. De Madrid al cielo.
Madrid no es una estación cualquiera de la democracia patria, es la patria de la democracia española. En las urnas que hoy se abren se discute no solo de Madrid, sino de España, del auge rocoso de la derecha-ultraderecha, del vaciado de Ciudadanos, del instinto y repique de Mónica García (de Más Madrid), la anestesióloga del efecto Pablo Iglesias, y de Gabilondo, el hombre tranquilo, al modo de Joe Biden, cuando Ayuso sería la réplica de Trump.
Tanto no cabe en unas elecciones que no son de España, sino de una autonomía para adentro. Pero el adelanto electoral que decretó Ayuso viéndole con reflejos las orejas al lobo de la censura de Murcia ha traído consecuencias imprevistas. Podía haberse discutido más de la pandemia, que es nuestro monotema nacional, pero ya empezó guerracivilista la campaña cuando los polos opuestos se pusieron a dirimir del comunismo o la libertad, de la democracia o el fascismo y trebejos por el estilo sobre el tablero de ajedrez. Y no hay tema de conversación que más excite las nostalgias viscerales de la guerra civil que el de las dos Españas de Machado.
Son el déjà vu del 14 de abril y la Segunda República, unas elecciones cocinadas a fuego lento en esa hoguera de la guerra que nunca se extingue en la memoria, por mucho que se haya exhumado a Franco del Valle de los Caídos y vuelto a enterrar en el cementerio de Mingorrubio. Nada de lo que latía entonces en las entrañas de las dos Españas y que desató la contienda ha dejado de estar latente todos estos años y estos días. En el tricornio de Tejero el 23-F recobraron vida aquellos fantasmas y ahora, en las elecciones de Madrid, el género del que se trata no es el de la mera pugna de los partidos, sino la refriega nacional, los rojos y los azules, la dogmatización de las huestes, el simplismo de las consignas del odio, los discursos proferidos con el hígado, la rabia. No saldremos vacunados de esto en las elecciones de hoy ni en las de mañana. No hay sino que ver cómo está Europa, las calles de París y Berlín atestadas de negacionistas iracundos partiéndose la cara con la policía el Primero de Mayo. Hemos descendido a los infiernos de la política y la democracia vela armas.
No vamos camino del 36, pero el virus ya está entre nosotros. Y no me refiero al que, poco a poco, vamos venciendo con ayuda de la ciencia, que a este paso se erige en la mejor expresión de la democracia, que está en horas bajas: la que iguala y salva vidas frente al enemigo común, que es la única revolución que se me ocurre digna merecedora de recibir tal nombre.

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