A este país roto le ha llegado el verano. Le ha llegado a ritmo de indulto, aunque el indulto se aplicará solo a unos privilegiados, que han infringido la ley y que piensan volver a hacerlo. Es una buena forma de que el Ejecutivo le tome el pelo a la autoridad judicial para mantener a su presidente, un tal Sánchez, en el poder. No sabemos cómo va a reaccionar el tribunal sentenciador de los presos catalanes indultados, ni tampoco si, andando el tiempo, el Gobierno socialista en pleno va a adquirir responsabilidades penales por la concesión de esta prebenda colectiva, que riñe con el espíritu y con la letra de la Constitución. Rajoy no supo lidiar el caso catalán, lo mismo que tampoco lo supo lidiar la República y el franquismo lo lidió a la fuerza, lo que no parecía apropiado. Lo grande es que Cataluña no haría nada sin España, que es su mercado económico natural, y que los sediciosos han demostrado su violencia intolerable, impropia de un Estado moderno y progresista. Sánchez, con los indultos, habrá cumplido sus dos palabras dadas a vascos y a catalanes para mantenerse un rato en el poder: a los vascos les prometió el acercamiento de los asesinos de la ETA a su comunidad autónoma; y lo ha cumplido ¡un juez!, un tal Marlaska. A los catalanes les prometió indultar a los presos del llamado procés, que han estado más tiempo fuera que dentro, entre pitos y flautas. Que les pregunten a otros malversadores presos lo que piensan, a esos a los que les niegan una y otra vez permisos y libertades, incluso por motivos personales graves. ¿Es esta una justicia igualitaria, una justicia justa? Yo creo que no y tampoco soy capaz de averiguar la profundidad del charco en el que se ha metido el Gobierno, respetando un servidor, por supuesto, todas las opiniones en contrario. Bienvenido, verano.