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Un paseo por Río con César

El empresario Antonio Yanes nos invitó a César Manrique y a mí a visitar Río, hace ya bastantes años. Nos alojamos en el hotel Río Palace, en la playa de Copacabana; o quizá en la de Ipanema, que no están muy lejos. Río era baratísimo y había allí unos grandes y lujosos almacenes, llamados Rio Soul, donde las camisas de seda valían cuatro chavos. Creo que esto ya lo he contado, pero escuchando por Google canciones de Roberto Carlos, duetos sobre todo, me ha venido aquello a la memoria. Me compré creo que seis camisas de diferentes colores y César, como siempre, no llevaba dinero en el bolsillo pero quería las camisas. Y, claro, se las compré. No sé si luego me las pagó, creo que no, ni falta que hacía. Lo pasé pipa con las ideas urbanísticas que exponía César para la ciudad de Rio, una de las más pobladas del mundo. Era un genio. Recuerdo que el encargado de la tienda, que se llamaba Elías, me pedía insistentemente que invitara a bailar a la dependienta, una mulata enorme, guapísima, lo que naturalmente no hice. En la ciudad de Río, según me dijo el hombrecillo que me betunó los zapatos, tras mucho insistir, en el hall del hotel, los policías son agentes de día y ladrones por la noche. Existe, pues, un curioso desdoblamiento de la personalidad en el habitante de la ciudad. Los taxis eran escarabajos fabricados en Brasil, con medio chasis abierto para que los pasajeros accedieran más cómodamente. Recuerdo que compré muchos vinilos de Martinha, a la que sigo escuchando ahora: baladas suaves que hablan de amor. Más tarde, César y yo recordamos aquel viaje y un día me preguntó: “¿Te pagué aquellas camisas?”. “No sé”, le respondí. Y puso cara de póquer. Tengo que apuntar todo esto antes de que se me vaya la olla.

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